«Hay mucha gente con una labor invisible en la zona de conflicto»
Sara Escudero Delegada de Cruz Roja en Polonia ► vDice esta abulense que Polonia se movilizó con los refugiados antes, incluso, de que sonara la primera alarma antiaérea
Polonia está saliendo victoriosa de otra batalla que se libra de forma paralela en esta guerra de Vladímir Putin sobre terreno ucraniano, y es la de la solidaridad. Ningún país está preparado para recibir de golpe a 2,5 millones de personas. Administrar eso como nación es difícil, pero gestionarlo junto con la percepción larvada de que tú puedes ser, por vecindad, el siguiente, es casi jugar a ciegas. Aun así, la sociedad polaca está actuando «de ‘chapeau’».
El sombrero se lo quita una abulense de 44 años, Sara Escudero, que aterrizó como delegada de Cruz Roja Polonia hace un año y medio y a la que le ha estallado en las manos el mayor conflicto humanitario en 80 años. Y su reflexión es muy interesante: «Que no caiga en el olvido. Llevamos más de un mes de contienda, pero esto no va a acabar mañana. Va a llevar años que Ucrania recobre algo de normalidad y nos va a necesitar a todos durante mucho, mucho tiempo».
Con la reminiscencia de ese pasado bélico presente en los gestos de los polacos, la ciudadanía de ese país se ha movilizado como nunca, con un frenesí agotador, pero lejano a poderse mantener por un periodo duradero. «Nadie se lo podía imaginar, se hablaba los días previos a la guerra de dónde estaban las tropas rusas, de qué podría pasar. Pero no imaginábamos tener que gestionar a dos millones de mochilas de repente». Con esa sinécdoque, Sara personifica la guerra en los refugiados que han llegado a Polonia en desbandada.
La población se ha volcado cuando abandonaba a duras penas el invierno polaco, zaherido por el Covid. «Hasta el 21 de febrero estuvieron los niños encerrados en las casas», cuenta Sara. En la parte sanitaria no se está practicando test a ningún refugiado, reconoce, para continuar con su relato: «Y, de repente, es como si hubiéramos pasado de la tristeza del encierro a reivindicarnos como sociedad unida y luchar por unos valores».
Hartos de ser vulnerables
La familiaridad entre vecinos se debe, explica, a que «todo el mundo en Polonia tiene algún pariente que le ha contado cómo vivieron tras la Guerra Mundial; o tiene lazos muy cercanos de amistades o trabajo en Ucrania. Es verdad que les pilla muy cerca y lo que ha movido a toda la sociedad polaca es esa sensación de no querer volver atrás. Están cansados de la vulnerabilidad».
A pesar de llevar tiempo en Varsovia, la responsable de Cruz Roja no podía presagiar –abunda– una reacción como la que se despertó en esta tierra desde antes de la primera alarma antiaérea: «Fue impresionante ver cómo el mismo día del estallido los padres se organizaban en los colegios para ver cuántas habitaciones podrían ofrecer o qué material se podía enviar a la frontera. Al día siguiente, veías cómo todos los medios de transporte, taxis, metro y autobuses en Polonia llevaban la bandera amarilla y azul de Ucrania y te preguntabas dónde habían estado durmiendo tantas banderas; se iluminaron los edificios con esos colores y desde el primer minuto ya había una lluvia incesante de acciones solidarias. Cientos de personas buscaban casas en las redes sociales para los refugiados que se veían venir. Todo el mundo aquí ofrece su tiempo, su vivienda». En la actualidad, la mayor preocupación que tiene Sara es la de que decaiga el ánimo de ayudar cuando ha pasado más de un mes de combate. «Que mantengamos la guardia es difícil, porque el goteo es incesante y siguen entrando muchísimas personas cada día. No es como el pico de primeros de marzo de máxima afluencia, pero seguimos aguantando y hasta que no tengamos el alto el fuego definitivo, esto será... complejo», remarca.
Escudero está en permanente comunicación con Cruz Roja Ucrania y sus decenas de voluntarios y trabajadores. Todos llevan semanas al pie del cañón y Sara no pone paños calientes. La situación que describe es verdaderamente desoladora. Puertas adentro del país acribillado, «hay un dispositivo integral muy importante con mucha gente movilizada. Estamos trabajando asegurando los corredores humanitarios, fletando autobuses y ayudando al desplazamiento de civiles y es una tarea invisible, pero la más importante». En esa labor entra la ayuda a personas que tienen poca movilidad y ancianos, muchos resistiéndose a salir de sus hogares, detalla. «El voluntariado ucraniano se enfrenta a su mochila más pesada y es estar con el deseo de hacer bien su trabajo, poniendo su vida en riesgo, y al mismo tiempo proteger a sus propias familias porque ellos son de allí». —Sara, ¿morirán de hambre los ucranianos?
—Morirán antes de pena.
Escudero comenta que las primeras semanas dirigir el tráfico de ‘ida y vuelta’ de los corredores era muy complicado. Los convoyes de ayuda entraban, los ucranianos salían. «Todavía quedan muchos por escapar, hay cientos de miles de personas y muchas cosas que hacer. Supongo que no podemos llegar a todos y no en todas las localidades se está pudiendo entrar. Tenemos muchas dificultades y hay necesidades sin cubrir demasiado importantes». —¿Y cuál es la receta para soportar estoicamente tantos dramas personales?
—Si la tuviéramos no podríamos dedicarnos a esto. La mejor es levantarte pensando qué podemos hacer con pequeñas cosas. No perder el norte; conectarte música si te estresas y el contacto directo con las personas que te necesitan fuerte.
Entre esas personas no se hacen distingos, no se pregunta si son rusos o ucranianos. La neutralidad es la seña de identidad de su organización. «Las personas lo son en cualquier rincón del planeta. La toma de conciencia con este conflicto se debe a que estamos muy cerca, pero que no se olviden los otros», apuntala.
❝ Neutralidad en la asistencia «Las personas son personas en cualquier lugar del planeta, no preguntamos si son rusos o ucranianos»