Plena de sentido
Con Luis Enrique nos hemos acostumbrado a que la Selección tenga virtudes e incluso defectos del fútbol de clubes. Es un equipo-equipo, con un sistema estable, una forma de jugar ya característica y una plantilla cada vez más definida. Si contra Albania se abusó del toque con el trío culé en la media, en Riazor se probó una opción más directa, y el juego fue alegre, variado, oscilante de banda a banda y más vistoso. Si un 4-3-3 se puede descomponer en triángulos, como gajos de un sistema, el mejor de todos, el más acertado, fue el que formaron Alba, Soler y Olmo. Excelentes los tres, especialmente el último; por ahí nacieron las jugadas.
Lo que el partido tenía de ejercicio se aprovechó. España tuvo ánimo y ritmo y presionó a Islandia con auténtico celo, como si les gustara perder la pelota para recuperarla, hasta el punto de que a veces se confundía el desmarque de ruptura muriente con el inicio de la presión defensiva. Esta sería la mayor virtud de un equipo actual, esa concatenación virtuosa del desmarque con el repliegue, y eso está en Llorente, en Olmo y en Morata, capitán moral de España, símbolo de una furia introspectiva y consciente, como de fútbol templado con la nueva seguridad del Big Data. Morata da la sensación de haber pasado de la superstición y la lucha contra el gafe a una confianza basada en un conocimiento mayor que solo dan los años o el análisis de datos.
La España de Luis Enrique tiene ese ramalazo computacional, de forma que el empecinamiento y la terquedad del seleccionador, proverbiales, encuentran un revestimiento y una justificación en la ciencia del dato. A nadie mejor que España le convenía esta aportación científica al deporte, pues contaba con grandes cabezones y grandes veleidosos. Olmo o Ferran son extremos modernos, de Ciudad Deportiva, tabulados en la tecnificación del juego.
El fútbol de España fue obediente, entusiasta y constante, una virtud a la que nos hemos acostumbrado. Se despistan poco y su fútbol se sistematiza.
Luis Enrique ya domina hasta las ruedas de prensa, donde se mandan, por fin, mensajes inequívocos de tranquilidad y concordia. Con esta España llena de sentido, futuro y trabajo, el parón de selecciones se hace menos absurdo. Si además recupera para la afición capitales tan importantes como Barcelona o La Coruña, solo cabe aplaudir.