La conspiración de los mejores
O bien no sabemos qué queremos que sean nuestros jóvenes, o bien tenemos ideales de cultura y ciudadanía opuestos e irreconciliables
TODO proyecto educativo entraña un ideal de ciudadanía. Educar es, literalmente, llevar a alguien de un sitio a otro y el fin último de cualquier proceso de aprendizaje es ser algo mejor de lo que uno era antes de haber aprendido. Sin un ideal hacia el que se oriente la educación cualquier esfuerzo será vano. O inútil. Puede que incluso contraproducente.
De entre los muchos problemas que tiene España, la cuestión educativa es la más sangrante. La sucesión de proyectos legislativos demuestra que, en las últimas décadas, hemos sido incapaces de acordar qué deben estudiar nuestros chavales. La ausencia de un consenso educativo nos sitúa ante una traumática disyunción: o bien no sabemos qué queremos que sean nuestros jóvenes, o bien tenemos ideales de cultura y ciudadanía opuestos e irreconciliables. Cualquiera de las dos opciones es una tragedia.
A falta de conocer el pleno desarrollo de la nueva ley de educación, los textos ya aprobados se han llenado de palabras en una jerigonza que se sitúa entre lo paracientífico y lo paranormal: la resiliencia, lo competencial o la gestión emocional usurpan espacio a todos aquellos otros instrumentos que uno esperaría encontrar en un texto de este tipo. Herramientas culturales y científicas que sirvieran para convertir a nuestros futuros hombres y mujeres en personas más libres, más ilustradas y mejor dotadas para perseguir un ideal de vida.
España falla al proponer una reforma educativa cada vez que hay un cambio de gobierno y se equivoca, también, al derivar a las comunidades autónomas gran parte de los contenidos que deberían ser comunes. Lo que es bueno para una chica de Astorga tiene que serlo, también, para un adolescente de Almería. Educarse es, a fin de cuentas, sacudirse el polvo provinciano de la circunstancia propia.
La nueva reforma durará lo que sobreviva este Gobierno, pero ojalá la próxima vez los mejores de uno y otro signo sean capaces de darnos una ley estable, ambiciosa y duradera. Ese consenso es posible porque los más cultos y leídos del PP y del PSOE se parecen más de lo creemos. Ojalá se busquen. Y les dejen.