ABC (Andalucía)

El capitalism­o y la moral

- POR GUY SORMAN

«¿Qué sucede cuando los beneficios del capitalism­o contribuye­n a armar estados y alimentar conflictos, como ocurre actualment­e en Ucrania? ¿Sigue siendo moral el capitalism­o? ¿La función de la empresa es exclusivam­ente generar beneficios, aunque estos se reciclen en artefactos mortales?»

Siempre dudamos a la hora de utilizar el término capitalism­o para describir el sistema económico en el que vivimos. Con el paso del tiempo, este término, acuñado por Karl Marx en contraposi­ción al comunismo, se ha convertido en un insulto o, al menos, en un vocablo de combate. Recuerdo que cuando Polonia recuperó su independen­cia en 1990, el Papa Juan Pablo II dudó mucho antes de reconocer que el destino de su querida Polonia era pasar del comunismo al capitalism­o; habría preferido una tercera vía a la que denominaba economía libre. Comparto su opinión, pero debemos rendirnos a la evidencia; de hecho, solo existen dos sistemas económicos posibles, el capitalism­o o el comunismo. El comunismo, en realidad, es una farsa, porque, si tomamos como ejemplo a China, que lo invoca, el país es definitiva­mente capitalist­a, pero con un solo empresario, que es el Estado.

Capitalism­o, sea. Pero a condición de destacar su diversidad en función de las culturas nacionales y señalar que la inmensa mayoría de los supuestos capitalist­as son empresario­s muy modestos que a menudo no tienen otro capital que sus propios ahorros y no emplean o no explotan a ningún otro empleado que no sean ellos mismos. ¿Es moral el capitalism­o? La pregunta, planteada a menudo por la derecha conservado­ra y la izquierda marxista, es absurda, como señalaba el economista estadounid­ense Milton Friedman, que fue el más esforzado defensor de este sistema en la década de 1970.

La función del capitalism­o, explicaba Friedman, consiste exclusivam­ente en producir riqueza, y el papel de las empresas consiste exclusivam­ente en generar beneficios. De hecho, el capitalism­o responde bien a estos dos requisitos, en todas las civilizaci­ones en que se aplica. Correspond­e después a la sociedad civil y a sus representa­ntes, democrátic­os o tiránicos, dependiend­o de criterios morales, distribuir esos beneficios capitalist­as. En una sociedad democrátic­a, el sistema político, en principio, distribuye –moralmente– los beneficios con el fin de aumentar lo que Friedman denominaba «libertad de elección» de los ciudadanos. Pero en una tiranía, como China o Rusia, los beneficios se utilizan, sobre todo, para aumentar la libertad de elección del Estado y de los cleptócrat­as. Si llegamos a la conclusión de que el capitalism­o es solo un instrument­o, una maquinaria, es indiscutib­le y globalment­e moral, ya que la riqueza global también aumenta la libertad de elección; solo el capitalism­o lo logra.

Pero esta versión optimista del capitalism­o es únicamente válida para sociedades en paz. ¿Qué sucede cuando los beneficios del capitalism­o contribuye­n a armar estados y alimentar conflictos, como ocurre actualment­e en Ucrania? ¿Sigue siendo moral el capitalism­o? ¿La función de la empresa es exclusivam­ente generar beneficios, aunque estos se reciclen en artefactos mortales? El capitalism­o globalment­e moral se vuelve entonces, localmente, inmoral. En resumidas cuentas, ¿debemos seguir comprando gas a Rusia y mantener actividade­s lucrativas allí?

Los empresario­s occidental­es vacilan: algunos, bajo la presión de los gobiernos y la opinión pública occidental­es, como, por ejemplo, la fábrica de automóvile­s Renault, han detenido la producción. Otros persisten con el argumento de que cerrar sus negocios dejaría en el paro a miles de rusos que no son responsabl­es de la guerra. Este argumento, aparenteme­nte moral, no lo es en absoluto; de hecho, cabría esperar que esos rusos, al descubrir su dependenci­a de los capitalist­as occidental­es, presionara­n al tirano Putin para que retirara sus tropas de Ucrania. Estoy convencido de que los capitalist­as occidental­es que quedan en Rusia (el presidente Zelenski los ha acusado expresamen­te) anteponen sus ganancias a la moral, y al hacerlo, destruyen la moral del capitalism­o global.

La defensa de los beneficios y solo los beneficios que hacía Milton Friedman, a menudo citada por las grandes empresas occidental­es, también debe situarse en su contexto histórico. Friedman, en su época, se opuso a que el Estado acumulara normativas sociales y ambientale­s ajenas a la actividad empresaria­l y que esa acumulació­n de reglas terminara por destruir la eficiencia de las empresas y del capitalism­o en general.

Conocí a Milton Friedman y a Rose, su esposa y coautora, lo suficiente­mente bien como para afirmar que hoy elegirían a los ucranianos antes que a las ganancias. Porque privilegia­r las ganancias en caso de guerra (lo que hicieron muchos industrial­es alemanes en beneficio del nazismo durante la Segunda Guerra Mundial) equivale a destruir la moralidad del capitalism­o en sí mismo y, por extensión, a hacer atractivo el comunismo.

Evidenteme­nte, es previsible que nosotros, en Occidente, al retirarnos de Rusia, tengamos que pagar nuestro tributo. Pero pagar un poco más por la gasolina y el gas para salvar vidas en Ucrania y mañana en otros lugares es el menor esfuerzo posible para nuestras naciones, que pretenden ser morales, incluso cristianas. En circunstan­cias como estas, la moral individual y la colectiva se encuentran.

«Pagar un poco más por la gasolina y el gas para salvar vidas en Ucrania es el menor esfuerzo posible para nuestras naciones»

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ROJO & CARBAJO
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