El adiós de Casado
No habían pasado diez minutos de la apoteosis feijóoista. Todo el mundo se apretujaba para hacerse la foto con el ganador, también con Rajoy. La cosa iba gallega porque Moreno se desvaneció como el que se sabe ganador. Casado abandonaba el plenario discretamente acompañado de −sostenido por− su mujer cuando se encontró de frente con dos referentes del periodismo patrio y el aprendiz arribafirmante.
—Has sido un señor -escuché.
—Muchas gracias, hay que pensar en España.
Efectivamente, Casado estrechó la mano como un señor, consciente de que las críticas recibidas son legítimas aunque él las vea injustas. Su salida en diferido ha sido innecesaria, pero no para él. No me atrevo a interpretar las emociones que ofrecían su rostro, que eran muchas, ni el significado de la presencia de su mujer en cada momento de este congreso en el que las parejas de los protagonistas estuvieron en segundo plano; pero sí quiero analizar la misión que intuyo se autoimpuso el día que todo estalló: aguantar hasta el final, como un político al que no echan, sino que se va, como si el objetivo fuera ser uno más en el listado de Fraga, Aznar y Rajoy.
Siempre pensé que Casado sería mejor presidente del Gobierno que líder de la oposición, pero esta idea se fue desvaneciendo a la misma velocidad que su estrategia orgánica y política. Lo pensaba porque su discurso ideológico era sólido y bebía del pensamiento clásico liberal/conservador. Pero todo le llegó demasiado pronto: cometió errores de estrategia, no supo rodearse de los mejores, se aisló y se equivocó acusando a Ayuso sin pruebas.
Cuando en medio de la semana trágica entendió que todo había terminado, decidió irse despacio aunque nadie lo entendiera por innecesario, yo entre ellos. En el último mes ha preferido comportarse pensando en el largo plazo, callado, explicándose en los foros que formalmente le debían un adiós. Le criticamos, porque no es bueno estar donde a uno no se le quiere. Casado no se ha ido, sino que le han echado, y este fin de semana Feijóo ha enmendado radicalmente su modelo de partido. Pero, al menos, en el congreso de Sevilla, Casado se ha despedido con elegancia, y eso merece un reconocimiento. Aquí está el mío.