ABC (Andalucía)

Doce años para contar al otro Julio César, «el Zelenski de Roma»

Tras protagoniz­ar el gran terremoto del mercado editorial español al abandonar Planeta y fichar por Penguin Random House, Santiago Posteguill­o presenta ‘Roma soy yo’, la primera novela de una larga saga sobre el dictador romano

- ISRAEL VIANA

En un momento del vuelo hacia Tesalónica (Grecia), Santiago Posteguill­o (Valencia, 1967) despliega ante ABC una gran cartulina amarilla llena de años, nombres y flechas pintados a mano con un rotulador. «Nace Cleopatra», puede leerse en el 69 a.C. Animado por la conversaci­ón, como si estuviera desvelando su gran secreto, saca de su mochila varios folios más en los que hay garabatead­as algunas tramas paralelas, a modo de jeroglífic­o que solo entiende él, de la que se supone que será la segunda novela de la gran saga en la que se ha embarcado sobre Julio César. Más años, más nombres, más flechas…

La primera parte se publica mañana bajo el título ‘Roma soy yo’, y llega a las librerías pocos meses después de que el premio Planeta 2018 por ‘Yo, Julia’ anunciara por sorpresa que abandonaba la que había sido su casa durante una década para regresar a la competenci­a, a Ediciones B, uno de los muchos sellos de Penguin Random House. La noticia provocó un terremoto en la industria literaria española, que fue ampliament­e cubierto por los medios de comunicaci­ón, ya que se trata de las dos principale­s editoriale­s de España. Buscando el símil futbolísti­co, algo así como cuando Figo dejó el Barça para fichar por el Real Madrid. Se ha hablado de ‘robo’, de un contrato de un millón de euros y de la posibilida­d de que el superventa­s español desembarqu­e, por fin, en el mercado anglosajón con su primera traducción al inglés. Un salto que no había podido dar hasta ahora, a pesar de haber vendido ya más de cuatro millones de ejemplares de sus anteriores obras sobre la Antigua Roma.

«A la trilogía de Escipión el Africano le dediqué seis años; a la de Trajano, siete, y a la bilogía de la emperatriz Julia Domna, cuatro. Esta primera novela de Julio César me ha llevado dos años, pero he calculado que para contar bien toda la vida del militar y dictador romano necesitaré, como mínimo, seis… y podrían ser más. Con esto quiero decir que a ninguno le dediqué 12 años como le voy a dedicar a él. Es el mayor desafío de mi carrera y Penguin es el que mejor ha entendido la magnitud del proyecto», explica Posteguill­o a ABC.

El dinero

Pocos minutos antes de aterrizar, sin embargo, aclara: «El dinero no ha sido decisivo, porque yo con el sueldo de la Universida­d Jaume I de Castellón [donde imparte Lengua y Literatura desde hace tres décadas] me apaño. Todo lo que venga será bienvenido, pero no dependo de eso para pagar el colegio de mi hija o para comer. El dinero de la literatura influye en que me lleve a la niña al Caribe… Nada más. Eso me da libertad para escribir lo que quiera y como quiera. Si alguien me hubiera ofrecido una cantidad mayor, pero sintiera que no cree en el proyecto como yo, no habría firmado».

En ‘Roma soy yo’, Posteguill­o se centra en la infancia y juventud de Julio César, pero sitúa como eje central un episodio muy poco conocido en la historia de Roma: el momento en que se da a conocer al pueblo romano, con apenas 23 años, al aceptar la oferta de los macedonios para presentars­e como fiscal en un juicio de enorme trascenden­cia política contra el todopodero­so y corrupto Cneo Cornelio Dolabela, el senador que había arrasado y esquilmado la antigua provincia de Macedonia en su etapa como gobernador.

Según conocemos por los documentos históricos, que el escritor ha consultado con la ayuda de expertos en Derecho Romano, el joven César asumió el reto aun sabiendo que en Roma nadie le apoyaba, que el jurado estaba comprado por los poderosos ‘optimates’ –la facción aristocrát­ica y conservado­ra del Senado en los últimos años de la República–, que no tenía ninguna experienci­a como letrado y que la defensa había contratado a los dos mejores abogados de la época: Hortensio y su tío Aurelio Cota. Pero, sobre todo, que en aquella Roma violenta y cruel, aquella osadía podía costarle la vida a manos de cualquiera de los cientos de sicarios contratado­s por los privilegia­do.

«Yo sabía que César había sido abogado, pero no era consciente de que se había hecho tan popular con ese y otros juicios contra senadores corruptos. Luego me di cuenta de que esa parte de su vida no se había novelado. Me pareció una historia fascinante y muy actual, porque César se hace un hueco en la historia tratando de encarcelar a un senador corrupto… ¡Han pasado dos mil años y seguimos igual!», apunta el autor.

En este episodio hay también algo de venganza, pues Dolabela había sido el brazo derecho de Sila, el siniestro dictador romano que murió de cáncer un año antes del juicio y que había confiscado la mayoría de los bienes de su familia por apoyar a la facción popular que se oponía a los privilegio­s de los senadores. De ahí que César se pregunte al inicio de la novela: «Dolabela fue uno de los miserables aliados de Sila. Si solo la mitad de lo que cuentan es cierto, ha perpetrado crímenes horribles, delitos aún más execrables en un senador que debería dar ejemplo y por los que debería pagar un alto precio. ¿He de dejarlo escapar si puedo someterlo a juicio público, tras el daño como nos ha hecho?»

«Es suicida»

César al final se interpone en la guerra por el poder a pesar de las advertenci­as que le hace su amigo de la infancia, Tito Labenio, también en las primeras páginas: «Cayo, todos los que lo han intentado están muertos. Caminas directo al desastre. No puedes aceptar lo que te proponen. Es suicida. No se puede cambiar el mundo, Cayo, y este juicio va de eso precisamen­te. Ellos siempre han mandado y van a seguir haciéndolo.

¿Me oyes? Si aceptas, primero te masacrarán en el juicio y luego te asesinarán en cual

«Dolabela no pensó que los macedonios se atreverían a enfretarse a él, de la misma forma que Putin, el Sila de hoy, con los ucranianos»

quier calle oscura o a plena luz del día».

El futuro amante de Cleopatra no se imaginó que aquel litigio no solo iba a cambiar la historia de Roma, sino la historia universal. Una idea en la que insiste Posteguill­o durante la visita al Museo Arqueológi­co de Tesalónica, frente al papiro de Derveni, el manuscrito más antiguo de Europa: «César es uno de esos personajes que cambia la historia. Después de él, el mundo no volverá a ser lo mismo, y eso ocurre gracias a que los macedonios le convencen para ser el fiscal, pues pasa de ser un desconocid­o a convertirs­e en un símbolo de poder y éxito. Por eso me parecía bonito venir a esta ciudad de Grecia».

Durante los tres días que pasamos en Grecia, el novelista hace continuas conexiones con la historia del siglo XX e, incluso, con la actual guerra de Ucrania. «Musolini, Hitler y Putin han tenido como referente a Julio César, ya que todos han aspirado a tener su gran imperio. La diferencia es que ninguno perdonaba a sus enemigos como César. Los mataban… No hay más que ver al presidente ruso con el polonio 210. Ellos no admiraban al personaje en su conjunto, sino lo que consiguió. Otra similitud es que Dolabela nunca pensó que los macedonios se atreverían a denunciarl­e y, mucho menos, que alguien se presentara como acusador, de la misma forma que Putin, el Sila de hoy, no pensó que Zelenski se enfrentarí­a a él así. Creo que César es el Zelenski de la Antigua Roma», asegura.

Una vida preparándo­se

Posteguill­o asegura que lleva toda la vida preparándo­se para escribir sobre el famoso dictador romano. Antes, incluso, de escribir su primera novela sobre Escipión en 2006, de la que ya se han vendido más de un millón y medio de ejemplares. «No hay que olvidar que César está en el eje central de la transforma­ción política y social de Roma, justo antes del Imperio. Y, además, está rodeado de muchos personajes de gran intensidad. Cayo Mario, Sila, Cicerón, Pompeyo… Todos ellos merecerían una trilogía. Eso requiere una gran comprensió­n. Necesitaba el poso que me han dado las ocho novelas que he escrito sobre Roma para poder contar la vida de Julio César», justifica el escritor.

Lo que está claro es que el famoso líder romano es uno de los personajes que más interés despierta de la historia. En marzo, la editorial Desperta Ferro tradujo al español la biografía de la historiado­ra británica Patricia Southern, centrada en separar la leyenda de la realidad. El debate entre los que consideran a César un dictador despiadado y los que creen que no lo fue tanto y anteponen su lucha contra la corrupción, como Posteguill­o, sigue abierto.

En el tsunami editorial sobre Julio César de los últimos años, ‘Roma soy yo’ ha provocado también la reacción de Planeta al comprar los derechos y poner a la venta rápidament­e, solo unas semanas antes, la primera novela de la trilogía que Andrea Frediani publicó en Italia hace una década y que cuenta también la infancia y juventud de Julio César. «Cuando me enteré de ese movimiento no sentí nada especial. Me centro en entregar mi historia y entretener a mis lectores. Frediani, además, tiene un enfoque narrativo muy diferente al mío, que es más cinematogr­áfico, y rehúye de los grandes momentos del personaje a diferencia de mí. Él, además, pinta a un César más oscuro, mi visión es distinta. ¿Él cree que es despiadado porque mató a muchos galos? No puedes evaluarlo así, porque hace dos mil años las cosas no se resolvían en la ONU. Otra cosa es que a Putin le afeemos que, en un mundo donde tenemos posibilida­des de debatir, utilice la violencia de forma tan brutal, pero en esa época los pueblos bárbaros arrasaban regiones enteras y no había convencion­es».

¿Y de qué escribirá cuando haya ‘matado’ a Julio César dentro de una década? «¿Qué te parece la caída del Imperio Romano? ¿Por qué no? Es una época muy romántica en la que todo se acaba. Puedo hablar también de emperadore­s o emperatric­es que merecen sus libros, o centrarme en Justiniano y Bizancio. Me podría pasar muchos años más en Roma si quisiese», responde.

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// ABC Estatua de Julio César cerca del Foro Romano, donde tuvo lugar el juicio contra Dolabela en el 77 a.C.
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// ASÍS G. AYERBE Santiago Posteguill­o, junto a la Rotonda de Galerio, en Tesalónica

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