«Hay una hambruna de dogmatismo en el mundo»
Rosa Montero Escritora En su último libro, ‘El peligro de estar cuerda’, aborda los vínculos entre creación y locura
«Una de las pocas cosas buenas de la pandemia, con un coste altísimo, es que está rompiéndose el tabú de la salud mental»
Ser novelista, escritor, en general y con todas sus particularidades, es una cosa muy rara. Bien lo sabe Rosa Montero (Madrid, 1951), que empezó a habitar ese extraño mundo de invención y fantasía a los 5 años, cuando comenzó a garabatear sus primeros cuentos. Desde entonces lleva formando parte, de un modo u otro, de ese 15% de personas a las que les cuesta creerse la realidad y en cuyas cabezas bulliciosas chisporrotean sin cesar ideas e imágenes que van abriendo camino: los creadores. Una palabra, creación, que parece estar irremediablemente ligada a un término mucho más antipático, locura. Y de esa relación, unas veces dispar y otras asimétrica, pero siempre fértil e intensa, trata su último libro, ‘El peligro de estar cuerda’ (Seix Barral), un ensayo apasionante donde la realidad y la ficción se dan la mano en perfecta conjunción, como si de un baile narrativo se tratara.
—Locura es una palabra fea... Aunque tengo la sensación de que la hemos afeado a base de tópicos y prejuicios.
—Sí, totalmente. No hay locos de la misma manera que no hay cancerosos, porque la enfermedad mental no es todo lo que tú eres, y el cáncer tampoco. Pero tenemos vicios verbales que indican muchos de los prejuicios que tenemos con la gente con problemas mentales.
—El lenguaje nos define.
—Y hay que tener en cuenta que según la OMS el 25% de la humanidad pasará en algún momento por una enfermedad mental. Una de cada cuatro personas. Es lo más común del mundo. —Dice en el libro que una de las cosas buenas que fue descubriendo es que «ser raro no es nada raro, lo verdaderamente raro es ser normal». ¿Por qué esa obsesión con la normalidad, cuando no es más que un constructo social? —Es que, además, la palabra normal no se refiere a lo más habitual, sino a lo normativo. Es miedo. Las sociedades construyen cajones con la realidad porque es tan compleja, tan contradictoria, tan oscura… La realidad es un espejismo y, sobre todo, es una construcción en todos los sentidos. Parte del mundo que vemos es imaginario. La construcción de cómo entendemos ese mundo y cómo nos relacionamos con él es otra creación. Somos un cuento, una narración en busca de sentido. La realidad es tan resbaladiza que la gente tiene miedo y necesita simplificarla. Cada vez vamos aceptando más la complejidad.
—Yo tengo la sensación de que tendemos cada vez más a simplificarlo todo.
—Sí, pero es un momento político. Hay como una hambruna de dogmatismo en el mundo, y de la falsa pureza del dogma, y de la falsa certidumbre del dogma, como si eso nos explicara todo. Pero eso es porque la complejidad del mundo es tremenda. Y para desaprender esa complejidad tienen que pasar muchas cosas malas, que pueden pasar, eh...
—Ya están pasando...
—Sí, están pasando y pueden pasar, el calentamiento global y todo… Nos quedan unas décadas por delante horribles.
—¿Cómo combatir el estigma asociado a las enfermedades mentales?
—Hablando de ello, asumiéndolo. Y está pasando. Una de las pocas cosas buenas de la pandemia, con un coste altísimo, es que está rompiéndose el tabú de la salud mental en todo el mundo. Va a ser muy difícil que vayamos atrás. Cuando
empiezas a nombrar las cosas empiezas a poder actuar sobre ellas.
—Lo que no se nombra no existe.
—Y más todavía en el caso de la salud mental, porque un trastorno mental es una ruptura de la narración colectiva. Estás en un lugar de una soledad tan indescriptible que, si no has estado alguna vez allí porque te ha pasado, no eres capaz de imaginarte de qué soledad se trata. Un trastorno mental neurótico, como el mío, es como que llega un gigante, te pega una patada y te saca de la existencia, sientes que ya no eres humano, ya no eres nada. Si a esa soledad colosal añades el estigma social, ya es el infierno absoluto y para siempre.
—Esa extrema y absoluta soledad muchas veces termina en suicidio, que es otro de los temas que trata. Pero nos sigue incomodando usar ese término.
—Sí, además los creadores son mucho más tendentes al suicidio, y los escritores los que más. Antes había pactos de no hablar, y todo es ridículo. Hace tres o cuatro años, los expertos y los familiares de suicidas empezaron a decir que hay que nombrarlo, lo que pasa es que hay que saber cómo se nombra. Casi cuatro mil personas se suicidan en España cada año. Realmente se necesitan un millón de circunstancias coincidentes para llegar al suicidio. Si puedes hablarlo, si tienes apoyos, basta con esperar un poco, porque algunos de esos ingredientes van a desaparecer, y en cuanto desaparezcan no te vas a matar. Es una pena matarse. Se puede evitar.