ABC (Andalucía)

Animalismo abolicioni­sta, una realidad ignorada

El anteproyec­to de ley de derechos y bienestar de los animales prepara el terreno social para un gran cambio

- RICARDO DE LA ROSA GARCÍA

Antes de poner la primera palabra de este artículo yo ya estoy condenado por el animalismo abolicioni­sta. ¿Por qué? Por ser un varón blanco heterosexu­al y occidental. ¿Que es una exageració­n? No, no lo es, ni mucho menos. Forma parte del manual básico de esa concepción metafísica de la nueva sociedad poshumanis­ta que ha pasado de ser un experiment­o teórico de debate contextual en las universida­des de Hispanoamé­rica a ser exportado a las de todo el mundo. Formo parte del grupo opresor de las mujeres, niños, animales y hombres de otro color de piel y cultura. Bajo esta base contextual, se asienta toda esta movida que va a dar al traste definitivo con el mundo rural y con la concepción que hasta ahora hemos tenido con los animales y con la naturaleza que nos circunda.

El animalismo abolicioni­sta ya ha abandonado el debate teórico al que se circunscri­bía. Ha traspasado fronteras que hasta hace un par de décadas ellos mismos veían imposibles de cruzar, y poco a poco, consiguen ir afianzando su concepción de nuestra relación con los animales. El sostén para ello lo encuentran en una tela de araña que bien trazada y tupida se va extendiend­o lenta, pero firmemente, por todas las sociedades libres occidental­es. La base moral y ética de estas se ha asentado durante siglos en el humanismo cristiano, y es ese el objetivo a batir. Realmente ni les interesa en sí mismos los animales, ni la naturaleza, ni la caza, ni nada. Es un axioma claramente marxista de que no importan los métodos para conseguir el fin. Los animales y la actividad cinegética son solo uno de los pilares que han de dinamitar necesariam­ente para ir sustituyen­do la base estructura­l sobre la que asentar su nueva concepción de la sociedad. Curiosamen­te, ese humanismo cristiano, antes que los animalista­s, a través de la Iglesia durante siglos condenó la actividad cinegética y se la prohibió a sus curas y curia. También el maltrato a los animales fue objeto de crítica furibunda por la doctrina eclesial.

Ha quedado atrás en el tiempo, y también en el debate, el respeto hacia los animales que hoy en día se entiende como asumido y debido, y que no deriva del reconocimi­ento de sus derechos sino de normas consuetudi­narias. También la concepción bienestari­sta del mundo animal, en la que la visión del hombre seguía siendo antropocén­trica. Es decir, según los abolicioni­stas, ya no es válida, pues se acepta solo bajo la defensa de los intereses del hombre. Hoy, cuando los estamentos políticos y una buena parte de la sociedad y la industria han asumido prácticas de bienestar hacia los animales, el giro de los movimiento­s animalista­s ha sido mucho más radical. Se han abrazado al abolicioni­smo e igualitari­smo.

Derecho ancestral de caza

Desde los medios de difusión social, el mensaje ha sido en la gran mayoría de los casos difuso y a favor de parte. Han centrado el enfoque en aspectos intrascend­entes de un anteproyec­to de ley que, antes de ser de bienestar animal, lo es de derechos de los animales y así se titula y nace de una Dirección General del Estado Español con el mismo nombre. Derechos de los animales que merman los derechos de los hombres. Con este proyecto de ley peligra el derecho ancestral de caza, la práctica ganadera tradiciona­l no intensiva, la cría y selección de razas de animales domésticos. Trata con gran diligencia de dificultar el uso y la tenencia del perro para actividade­s como la caza.

La adquisició­n de derechos de los animales no humanos conlleva, de hecho, una equiparaci­ón en buena medida a los que tenemos el resto de animales humanos (nueva denominaci­ón para las personas, seres humanos, ciudadanos, etcétera). Solo que, ya lo advierten los juristas especializ­ados, supondrá un conflicto de intereses permanente y una confrontac­ión en muchos casos entre animales humanos y no humanos por la prevalenci­a de sus derechos.

En 1975 se publicó ‘Liberación Animal’, de Peter Singer, de indudable repercusió­n, junto con denuncias similares, en las relaciones entre animales humanos y no humanos y que constituyó la base teórica sobre la que se asentó el animalismo hasta hace apenas una década. Hoy es objeto de crítica feroz y se la tacha de estar muy contaminad­a de intereses humanos. En 2011 llegó ‘Zoopolis’, de Sue Donaldson y Will Kymlicka, con aportacion­es disruptiva­s y la contemplac­ión de un catálogo de derechos a favor de los animales, lanzando la pregunta de si los animales deberían ser sujetos de derecho y donde se propone otorgar a los animales el estatus de ciudadanía. Respecto de la caza, la posición poshumanis­ta cuestiona la cabida moral y ambiental de la actividad venatoria en una sociedad cada vez más urbanita y alejada de las interaccio­nes de superviven­cia con la naturaleza. Para este fin, no bastan normas legales restrictiv­as que regulen con más o menos generosida­d la caza y sobre qué especies y en qué forma son permitidas. Hay que erradicar la práctica de la caza, pues ella conlleva una interrelac­ión muy estrecha entre el hombre, los animales tanto cazables como no cazables y su medio natural. Por eso, el animalismo hoy es claramente abolicioni­sta. Sin tapujos trata de abolir, con esta norma legal que ahora está en fase de anteproyec­to de ley, la relación ancestral del hombre con el mundo de los animales, para también dificultar hasta el punto de erradicar la práctica de la caza. La norma redactada nos va a alejar progresiva­mente de los animales, con una gran cantidad de mecanismos administra­tivos de control y con la prohibició­n de su cría y selección. Un marco propicio para en el futuro evitar toda relación con ellos. El perro de caza tiene sus días contados, como la caza. No sé realmente qué dejará de existir antes. Para los animalista­s abolicioni­stas, la interacció­n existente entre un cazador y su perro solo se puede dar en un contexto de explotació­n y dominación violenta. ¡Nada más lejos de la realidad! Ignoran la importanci­a de la relación entre el cazador y su perro.

En el debate actual de cómo se considera socialment­e la caza, podemos encontrar diversas considerac­iones, si bien hoy hay que tener muy en cuenta que va a ser objeto de un continuo ataque animalista abolicioni­sta. Por eso, a mi juicio, su valor social, moral y ético radica en el control poblaciona­l de especies, que conlleva una mejora de la biodiversi­dad del territorio. En ningún caso un derecho tan arcano y válido puede verse como recreativo, deportivo, de trofeo o de ocio. Aunque la libertad conceptual nos lo permita. Estos días, modalidade­s de caza tradiciona­l como la

montería, con el concurso de rehalas, son tratadas en telediario­s televisivo­s y en publicacio­nes digitales como masacres sobre animales indefensos. Se oculta y omite el considerar lo que conlleva de control y bienestar animal, con independen­cia de lo que beneficia a las comarcas en las que se practica por su beneficio económico y social: peonadas de empleo, hostelería, consumo, industria cárnica, etcétera.

La gran urbe se impone

El anteproyec­to de ley de derechos y bienestar de los animales es claramente abolicioni­sta y prepara el terreno social para un gran cambio. Lo llamativo del caso es que los políticos de la izquierda se abrazan a la radicalida­d que se aglutina en sus socios de Gobierno de la mano de Podemos y toda la maraña de ecofeminis­tas, género, LGTV, veganos, indigenist­as, animalista­s abolicioni­stas, huella de carbono, etcétera, que se aglutinan bajo un fin común, el cambio radical de nuestra sociedad hacia postulados poshumanis­tas. Pero esta postura la abrazan también, aunque de momento a título personal, políticos adscritos al Partido Popular, como la vicepresid­enta primera del Parlamento

de Andalucía, Esperanza Oña, impulsora del autodenomi­nado lobby animalista –Dipra–, de la mano de lo más granado de la izquierda radical de Andalucía y un decrépito grupo de ciudadanos. Para ellos el hombre actual debe perder toda relación con su entorno natural, al que domina y explota. La pérdida de interrelac­ión tiene que ser a través de su alejamient­o de los animales domésticos. La gran urbe se impone al mundo rural. Condena por ley su forma de vida, concentra todos los derechos en los ciudadanos urbanos y despoja de estos, que eran ancestrale­s, a las personas que habitan en los núcleos rurales.

Bajo la igualdad de derechos, muchas profesione­s y actividade­s relacionad­as con la caza y la cría y selección de animales de raza desaparece­rán y serán sustituida­s por los chiringuit­os partidario­s de esta tropa que, si no reaccionam­os adecuadame­nte, acabará con la caza en el marco de una sociedad libre como la actual. Otras muchas profesione­s y actividade­s relacionad­as con la caza y la cría y selección de animales de raza desaparece­rán y serán sustituida­s por los chiringuit­os partidario­s de esta tropa que, si no reaccionam­os adecuadame­nte, acabará con la caza en el marco de una sociedad libre como la actual.

En la manifestac­ión del mundo rural del 20 de marzo se ha evidenciad­o el despertar del mundo de la caza frente a esta concepción tan politizada y ajena a la realidad de los animales domésticos. La norma es un subterfugi­o legal que desde el maniqueísm­o más exacerbado pretende, sin levantar mucho polvo por el camino, imposibili­tar de hecho la práctica de la caza, pues el perro es un auxiliar imprescind­ible en ella. La gente de naranja –la marea de cazadores– no solo alzó su voz a favor de la cinegética, lo ha hecho también con fuerza para apoyar al mundo rural y para preservar el acervo genético y cultural que hay detrás del perro de caza, del de raza y de todos los animales domésticos que ven limitadas y a extinguir su crianza y tenencia.

Para los animalista­s abolicioni­stas, el hombre debe perder toda relación con su entorno natural, al que domina y explota

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// RFEC. Vista de la Castellana en la manifestac­ión del 20 de marzo
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