ABC (Andalucía)

Bailando con Putin

- POR JOSÉ MARÍA CARRASCAL José María Carrascal es periodista

«En algunas de las principale­s ciudades ucranianas se está librando la última batalla entre la democracia y el autoritari­smo. ¿Por dónde saldrá Putin? Nadie lo sabe. Él cree que el mundo a su alrededor se ha hecho débil, hedonista, caprichoso... y solo aguarda la ocasión en que pueda arrebatarn­os la libertad. Pero no contaba con el excepciona­l coraje de los ucranianos, que ha frenado de momento su proyecto de reconstruc­ción de la antigua URSS»

LAS dos cuestiones candentes del día son: ¿merece el todopodero­so presidente ruso, Vladímir Putin, que le ofrezcamos un puente de plata para escapar del enorme lío armado en Ucrania?, y ¿conviene ofrecer a Putin una puerta trasera para librarse de su inmenso error al invadirla? La respuesta a la primera pregunta es tajante. No, no lo merece. En la guerra ya no vale todo y él ni siquiera se ha atrevido a llamarla así, la primera de sus mentiras. Y a esa mentira le han seguido otras falacias tan gordas o mayores. Dijo que atacarían solo objetivos militares y a la hora de la verdad han demolido hospitales, escuelas, supermerca­dos, teatros y bloques de viviendas. Han matado indiscrimi­nadamente a niños, a mujeres y a ancianos en número que nunca sabremos. Hay cientos de cadáveres que dramáticam­ente no son reclamados por nadie. Todo ello es considerad­o un auténtico crimen de guerra, y sus autores merecen juicios y condenas para hacer justicia a las víctimas y para servir como advertenci­a a posibles perpetrado­res. Sin embargo, siguen los desmanes, como los de las tropas rusas en su retirada sembrada de cadáveres. No, Putin no merece tal indulto. El problema es el de los ratones y el gato: quién le pone el cascabel, porque esperar que el presidente de Rusia se entregue a la justicia universal es pura utopía. Y que se le derribe desde dentro, difícil de imaginar. En cambio resulta bastante factible que, de verse acorralado, utilice cuantos recursos tenga a mano, que son muchos y tremendos, antes de que nadie le pida cuentas.

De ahí la segunda pregunta: ¿convendría ofrecerle una vía de escape para evitar que, como Sansón, derribe el templo sobre todos nosotros? Esto requiere un análisis más profundo, pero necesario, dado que el valor de los ucranianos está haciendo añicos los cálculos del nuevo amo del Kremlin. Creía que la invasión iba a ser una marcha triunfal de su ejército hasta Kiev, la capital, donde impondría un gobierno títere. Y resulta que en una invasión que dura ya más de un mes no han conseguido tomar todavía ninguna de las grandes ciudades, aunque hayan demolido algunas, junto a bastantes pueblos. Es más, las tropas que cercaban la capital se retiran para concentrar­se en la región de Donbás, con dos provincias, colindante­s con Rusia y donde se habla ruso.

Ha habido también negociacio­nes en Bielorrusi­a y Turquía para un alto el fuego y al menos intentar abrir corredores de seguridad y humanitari­os en beneficio de quienes desean salir del infierno en que viven. Incluso, se habla de un hipotético encuentro entre el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, y el propio Putin, que ha sido aplazado, pero que indican que Putin no está ganando la guerra. Mientras, a Zelenski le basta con no perderla para ganarla pues los rusos pueden arrasar Ucrania, pero les costará cada vez más mantenerla ocupada, como les ocurrió antaño en Afganistán.

Es esta una guerra de desgaste, tanto material como mental, que ganará el que tenga más capacidad de resistenci­a. Y esos son los ucranianos, como han demostrado durante todas estas semanas aguantando la embestida del gigante vecino e impidiéndo­le completar sus planes expansioni­stas. Al mismo tiempo, el prestigio exterior de Rusia no hace más que descender, mientras aumentan los daños que las medidas y penalizaci­ones que Europa, Estados Unidos y otros países han impuesto contra sus productos, empresas y personalid­ades como castigo a la invasión. Todo ello empuja a un acuerdo para detener la destrucció­n y el padecimien­to de millones de personas, sin que Putin haya recibido otro endose que el de unos cuantos dictadorzu­elos y los tibios consejos de China, que mira por sus mercados en Europa y América. No obstante. conviene andarse con infinito cuidado ya que Putin no suele contentars­e con menos que la victoria, y para conseguirl­a no vacilará en usar, junto a las armas, que siguen sonando, todo tipo de engaños y artificios. Los servicios de inteligenc­ia norteameri­canos, que acertaron incluso al pronostica­r el día en que se produjo la invasión, ya han advertido de que empezará usando armás químicas. Al menos esa amenaza continúa vigente por parte del Kremlim.

Dadas las circunstan­cias, el compromiso sólo puede alcanzarse con concesione­s por ambas partes. Volodímir Zelenski está dispuesto a renunciar definitiva­mente al ingreso de Ucrania en la OTAN y a conceder a la región del Donbass una mayor autonomía de la que tiene. Pero ni un milímetro de su territorio. Vladímir Putín ha dicho que deseaba ver a Ucrania «libre de nazis» y restaurado­s los estrechos lazos que ha mantenido con Moscú. Es decir, como satélite y colchón aislante para Rusia, muy al estilo de Bielorrusi­a. Pero eso es algo que no convence a los ucranianos. Pueden vivir sin Donbass, donde se libra desde hace años una guerra sorda entre las dos poblacione­s. Es decir, casi un alivio.

Pero no pueden prescindir de la región costera de Odesa, el último puerto que le queda con acceso al Mar Negro y vía privilegia­da de salida de sus productos, agrícolas sobre todo. No en vano, Ucrania es considerad­a el auténtico granero de Europa. A su vez, Odesa es también entrada de las importacio­nes que realiza Ucrania, sobre todo de las mercancías de alta tecnología. Y lo que no puede prohibírse­le a Ucranaia es que pertenezca a la Comunidad Europea. Pero precisamen­te eso es otro logro que Putin desea impedir a toda costa, y por eso sus navíos de guerra surcan las aguas ante ese puerto. Los odesarinos, o como quieran llamarse, creen que tarde o temprano las tropas anfibias rusas intentarán desembarca­r en su playa para tomar la ciudad y han dispuesto minas en sus aguas y trincheras en la arena para rechazarle­s.

Allí, en las calles de algunas de las principale­s ciudades ucranianas, se está librando la última batalla entre la democracia y el autoritari­smo. ¿Por dónde nos saldrá Putin? Nadie ha sabido decírnoslo. Él cree que el mundo a su alrededor se ha hecho débil, hedonista, caprichoso... y solo aguarda la ocasión en que pueda arrebatarn­os la libertad. Pero no contaba con el excepciona­l coraje de los ucranianos, que ha frenado de momento su proyecto de reconstruc­ción de la antigua Unión Soviética. Sin embargo, siendo sincreos, no creo que Vladímir Putin renuncie a ello. Así que hay que estar más alerta que nunca.

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NIETO

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