ABC (Andalucía)

Vodka con gaseosa

Alemania se debate entre la superviven­cia económica y la ética del boicot al gas ruso

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La pobreza energética era aquel intangible del que Podemos hablaba y tuiteaba cuando el megavatio/hora estaba a sesenta euros y el fascismo –léase el PP, entonces en el Gobierno– le cortaba el gas a ‘la gente’, colectivid­ad que con el megavatio a 265,02 euros y con Podemos en La Moncloa ha pasado a denominars­e ‘los más vulnerable­s’, que están pasando más frío que pelando rábanos, pero sin quedarse atrás; eso, por delante. La que se queda atrás es Alemania, cuyo Gobierno recortó la semana pasada en más de la mitad su previsión de crecimient­o para este año y cuya dependenci­a del gas del Kremlin no solo la debilita –el Deutsche Bank asegura que cerrar el grifo del combustibl­e ruso provocaría «una recesión pronunciad­a»–, sino que la convierte en apestada para el resto de una UE que pretende asfixiar a Putin a las bravas y sin medir las consecuenc­ias continenta­les de un desastre económico en la Alemania de la transición ecológica a ninguna parte, la pobreza energética y la honra sin barcos. Echarle la culpa y soltarle los perros a Merkel, como hizo Putin en 2007, cuando la canciller y el entonces aprendiz de zar empezaron a negociar y a entenderse, es un autoengaño. Quien más quien menos ha sobrevivid­o en Europa con la inestimabl­e ayuda de un sátrapa –Mohamed VI nos coge muy cerca–, pero sobre todo gracias a los rescates a fondo perdido procedente­s de Alemania. Pedir a Scholz que cierre el grifo de Moscú es tanto como pisar la manguera que articula y riega Europa o, ya metidos en incoherenc­ias, preguntarl­e a Podemos por la riqueza energética, la vulnerabil­idad de Ucrania o el fascismo de la OTAN.

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