ABC (Andalucía)

Zelenski visita las fosas y tumbas de Buchan

El presidente ucraniano se trasladó a la pequeña ciudad cerca de Kiev, recienteme­nte recuperada por las tropas ucranianas, donde el Ejército ruso habría cometido una masacre contra la población civil

- MIKEL AYESTARAN

Oleg tenía 33 años y era cocinero en un restaurant­e en Kiev. Casado y padre de una niña de cuatro años, desde que los rusos llegaron a Bucha vivía encerrado en el sótano de su casa en la calle Yablunska, junto a cuarenta vecinos. La tarde del 19 de marzo salió a por leña para hacer un fuego y calentar el sótano. Sabía que era una salida de riesgo, porque los rusos no permitían ningún movimiento. Nunca regresó. Yaroslav, uno de sus vecinos, recuerda que «era por la tarde y los rusos les dieron el alto. Oleg respondió al grito de ‘soy civil, soy civil’, pero no le hicieron caso y escuchamos cinco disparos». Su cadáver apareció diez días después, «maniatado y con el estómago reventado a balazos, yo fui quien le dio la vuelta al cuerpo, que estaba boca abajo.

Llevaba ya días muerto cuando lo dejaron aquí. Es urgente que alguien investigue estos crímenes», pide con tristeza bajo la placa del bloque 318A de la calle, a solo 30 pasos del búnker.

Oleg es uno entre las decenas de caídos en esta calle rebautizad­a como la «avenida de los cuerpos» en el barrio Sklovazod de Bucha, una zona obrera nacida durante los años de la URSS en el entorno de la fábrica local de cristal. «Entre los muertos en estas aceras también están Kola Kornichuk, Sasha Kovalivski, Pasha y su nieto… Los rusos se han comportado como unas bestias y me da pena que en Moscú les engañen con esta guerra, que no sepan la verdad. ¿Desnazific­ar? Todos estos muertos son solo civiles, aquí no hay seguidores de Stepan Bandera», lamenta Lasia, que camina entre los conches calcinados junto a su marido, Mikhail.

Rusia dice que todo es «un montaje de las autoridade­s de Kiev», pero en esta calle nadie ha tenido tiempo para montajes. Los supervivie­ntes salen de los sótanos después de seis semanas en las que han vivido entre explosione­s, disparos y bajo el terror de unas fuerzas de ocupación heridas por la gran emboscada que sufrieron en Bucha su camino a Kiev el tercer día de la guerra. Por su parte, el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, ha visitado hoy la pequeña localidad, insistiend­o de nuevo que se ha cometido un «genocidio».

La familia de Oleg no quiere hablar. En su nombre lo hace una amiga cercana, Luda. Le recuerda como «un hombre bueno y tranquilo» y se santigua cuando se acerca a la marca de sangre dejada por su cadáver. «Nadie podía caminar por la calle y por la noche nos prohibían hacer fuego, temían que las llamas sirvieran para llamar la atención de algún francotira­dor ucraniano. Llegaron a disparar a un hombre por encender un cigarro», asegura la amiga de la familia.

Luda se dirige junto a una conocida al supermerca­do del barrio. El lugar está reventado por las bombas, así que entran por lo que eran unas puertas de cristal y en un interior apocalípti­co retiran de las estantería­s lo que se puede salvar del desastre. En el camino de ida y vuelta, deben tener cuidado, porque hay una zona minada. Al llegar a las vías del tren, las dos amigas se santiguan ante el cadáver de un vecino, que aún no ha sido retirado por los servicios de rescate. No saben su nombre, solo le conocían de vista.

Fosa común

La fosa común principal de Bucha la cavaron los rusos en la parte trasera de la iglesia de San Andrés. El padre Andrei cuenta que la excavación comenzó el 10 de marzo y calcula que puede haber más de sesenta cuerpos. Algunos de los cadáveres recogidos desde el viernes, día de la retirada rusa, también se han traído hasta este lugar, en el que las manos moradas y los pies de los muertos que llevan más tiempo sobresalen del barro. Sobre ellos se amontonan los cuerpos recién llegados, metidos en bolsas de plástico de color negro.

«Los rusos traían muertos cada día y lo hacían en una furgoneta blanca ,y en en el tren infantil que antes estaba en el parque del pueblo. Llegaban, descargaba­n y se iban», relata Alek, que ha permanecid­o en Bucha las seis se

manas. «Yo miraba atónito la escena y no me hacía muchas preguntas porque mi prioridad era sobrevivir, pero ahora que puedo salir a la calle y verlo tan de cerca estoy en estado de shock», comenta frente a una tumba con una cruz de madera, con los nombres de Margarita, Matvei y Klim, fallecidos el 5 de marzo.

Está a solo unos metros de la fosa común, y el propio Alek enterró los cuerpos de esta madre y sus dos hijos, abatidos por los disparos de un puesto de control ruso cuando trataban de cambiar de barrio en Bucha para estar junto a la abuela. «Era una familia de desplazado­s del Donbass,

rusos puros, la típica familia rusa. Llevaban dos años con nosotros y les teníamos mucho cariño. Tardé 22 días en poder ir a retirar sus cuerpos del coche. El padre ha perdido la pierna, pero se salvó y se recupera en un hospital de Kiev», explica.

Alek cavó un hoyo para los tres y cubrió la tumba con adoquines. El entierro improvisad­o fue el día 28, justo un día después del cumpleaños de Margarita y cuando los rusos ultimaban los preparativ­os para su retirada. Con su salida, muertos y supervivie­ntes de Bucha recuperan la paz.

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// EFE, AFP Arriba, el presidente Zelenski visita Bucha rodeado de sus guardaespa­ldas. A la izquierda, imagen aérea del lugar donde se localizó una de las fosas con cadáveres. Junto a estas líneas, uno de los cuerpos encontrado­s en una fosa en Bucha
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