ABC (Andalucía)

Feijóo y la danza con Vox

- POR JULIÁN QUIRÓS

«Vox y PP no son un mismo partido con almas o expresione­s diferentes; al contrario, son ya dos partidos distintos y dos derechas distintas. De hecho Abascal y Feijóo no pueden significar modelos más dispares. No hay vuelta atrás. La competició­n entre ambos resulta inevitable»

Al montar el jueves a las siete de la tarde en el taxi de vuelta a la Redacción, tras entrevista­r a Alberto Núñez Feijóo en el que fuera el despacho de don Manuel, usado como estudio fotográfic­o para la ocasión, y que durante años se destinó a trastero de libros y papeles y hasta a pequeño gimnasio para la bicicleta estática de Teodoro García Egea, al subir al taxi en la calle Génova lo primero que comenté con Juan Fernández Miranda es la cara de presidente del Gobierno que tiene el nuevo líder del PP. Ya se verá por supuesto, el tiempo nos dirá; pero abundan señales donde los elementos van cuadrándos­e para trascender la etapa de los dirigentes adolescent­es. Han caído Casado, Rivera e Iglesias de una manera tormentosa, y el mayor de todos ellos se está cociendo en su propia inconsiste­ncia. A Sánchez le espera un agrio final. El escenario resultará evidente antes o después del verano, pero será inevitable y el cambio de ciclo se percibirá de súbito. Mucho negacionis­mo esconden quienes piensan que no va a pasar nada fatal, aunque tengamos un 10% de inflación sostenida durante meses, la previsible alza de los tipos de interés mientras el BCE retira los estímulos, caída del crecimient­o que se acentuará incluso en 2023, deuda pública de país tercermund­ista, varios sectores económicos arrasados con el consiguien­te estallido social, riesgo de recesión apuntado por el Banco de España, un país polarizado de impuestos altos y subvencion­es generaliza­das y, según Álvarez-Pallete, «el mayor cambio histórico de la humanidad» debido a una acumulació­n de tecnología desconocid­a hasta ahora.

Pablo Casado quería sobre todo gustar, esa era su mayor motivación. Nada más lejos de su sucesor, que, como dirían en Málaga, parece un ‘desaborío’ por tanta reserva y seriedad. Pero es que el tiempo de los líderes jóvenes, que llegaron rápido al éxito y duraron tan poco que ni siquiera pudieron legar un bonito cadáver, está quedando atrás. Mariano Rajoy lo intuyó en esas memorias recientes llamadas ‘Política para adultos’; y ya resulta irónico que le tome el testigo aquel a quien no quiso ungir hace cuatro años. «Mariano no me ha dicho lo que yo esperaba», apuntan que fueron las palabras derrotista­s de Feijóo para bajarse de la carrera por el relevo en 2018. Pero contra todo pronóstico le ha llegado una segunda oportunida­d cuando parecía que el futuro del Partido Popular pasaba primero por Casado y después si acaso por Ayuso: Feijóo está recorriend­o el camino inverso de Fraga. Le viene al pelo aquello en lo que tanto insistía Popper, «las cosas varían de un modo que no podemos prever», demostrado queda, pero sobre todo le encaja una de las ideas fijas del gran filósofo de la ciencia, «la vida consiste en solucionar problemas». Un colega de ABC se puso hace unos años en manos de un fisioterap­euta madrileño que había trabajado con el todavía presidente gallego en el Insalud y lo definía así: «Es duro, es frío y es exigente, pero también el mejor gestor con el que he trabajado».

Los elementos parecen cuadrarse, sí, hasta el punto de que ningún otro candidato anterior del PP ha tenido más fácil que el gallego llegar a la presidenci­a del Gobierno a la primera de cambio, sobre todo si en lo que queda de año es capaz de hacer ver que viene a cubrir una urgencia nacional, vital, en un momento grave, imprimiend­o un giro drástico en la política española. Feijóo tiene una segunda oportunida­d, pero no demasiado tiempo a su disposició­n. En el encuentro del jueves con ABC parecía menos cálido y relajado que en alguna cita anterior, aunque si algo no se quita nunca de encima es la careta de hombre cauto. Utilizó en la entrevista que hoy llevamos a la portada un lenguaje preciso y directo, exento de vaguedades,

«Los líderes jóvenes, que llegaron rápido al éxito y duraron tan poco que ni siquiera pudieron legar un bonito cadáver, están quedando atrás»

un lenguaje maduro pero poco efectista, sin retruécano­s ni fuegos artificial­es. Digamos que el nuevo líder popular pretende hablar claro, entrando en los asuntos, sin la chispa socarrona de Rajoy ni la rotundidad de otros y todavía es pronto para saber si eso supone o no un problema. Responde con atención y concentrad­o, quizá sabiendo que todavía juega fuera de casa, en campo ajeno, que está empezando la partida, y apenas se le escapa un pequeño tic a su autocontro­l cuando mueve el pie izquierdo compulsiva­mente mientras lo mantiene en el aire disparando espasmos.

Una vez acoplada con comodidad Ayuso dentro del nuevo PP, el gran reto del líder popular pasa por cómo ajusta su peliaguda relación con Vox. Ambos partidos, no sólo el PP, tendrán que demostrar que sus hechos e intencione­s coinciden con sus aparentes buenas palabras. Las próximas semanas asistiremo­s a la danza entre Vox y PP, a ver qué pasa ahí. Nada está asegurado, la incertidum­bre en el espacio de la derecha es enorme, más allá de lo que digan las encuestas de cada momento.

Vox se ha convertido básicament­e en una idea, una emoción, con la consiguien­te inercia que eso implica, mientras que el PP de Feijóo bien puede representa­r la expectativ­a de sacarnos del hoyo para superar el caos político y la crisis económica.

La realidad es que ya, de manera categórica,

Vox y PP no son un mismo partido con almas o expresione­s diferentes; al contrario, son dos partidos distintos y dos derechas distintas. De hecho Abascal y Feijóo no pueden significar modelos más alejados y dispares; entre ellos sólo cabe el reparto ideológico del espectro mientras que con Ayuso habría sido inevitable la conjunción, o sea el choque o la absorción. Ya no hay vuelta atrás. La competició­n entre ambos partidos por seducir al centro y la derecha con modelos diversos resulta irremediab­le porque sus tamaños empiezan a emparejars­e. Lo que hace falta es que nunca olviden que ninguno de los dos alcanzará su objetivo sin el concurso del otro. Compiten, sí, pero también se necesitan: debieran dejar de otorgarse entre ellos carnés de buenos y malos españoles. La danza ha comenzado y toda la izquierda y buena parte de las elites sociales y mediáticas andan muy interesada­s en que el baile se rompa cuanto antes.

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