ABC (Andalucía)

LA VERDAD ES LA OTRA BATALLA

Los formatos híbridos de las guerras acentúan hoy los mecanismos de desinforma­ción masiva, que ahora cuentan con poderosos instrument­os de difusión inmediata y global, a golpe de móvil

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LA salvaje invasión de Ucrania por las tropas rusas tiene otro frente de batalla abierto en los múltiples foros de opinión donde conviven expertos y lenguarace­s que emiten juicios a diario sobre estrategia política y táctica militar. Muchos de esos foros existen en las redes sociales, microclima idóneo para la aparición y circulació­n de portavoces, reales o falsos, de auténticas mentiras sobre lo que está sucediendo en los campos y ciudades de Ucrania. No son tesis políticas respetable­s o interpreta­ciones fiables del desarrollo de la invasión, sino bulos destinados a deslegitim­ar al agredido, Ucrania, y a sus aliados, la OTAN, la Unión Europea y las democracia­s occidental­es. Circula el relato de que, aun siendo un agresor, a Rusia no le faltan razones para estar enfadada con Occidente y de que tenía derecho a que la OTAN no se instalara en sus fronteras. Poco menos presentan a Putin como un agresor con cierto fundamento, porque el interés de Ucrania en entrar en la OTAN ponía en riesgo su seguridad nacional.

En la propalació­n de esta nueva especie de ‘negacionis­mo’ concurren, como en otras ya conocidas, sujetos identifica­dos con las extremas derecha e izquierda, siempre colindante­s en el aprecio del autoritari­smo y el recelo frente a la democracia liberal; y militares retirados o en activo, quienes, tras aparentes análisis expertos, inoculan disculpas a la agresivida­d rusa como reacción a la amenaza atlantista. Los mismos que tanto critican el imperialis­mo yanqui, son ahora indulgente­s con la Rusia agresora, porque ven en ella el añorado antiameric­anismo que cayó con el Muro. Tanta diversidad de corifeos de Putin se traslada a la propia realidad de la fuerza invasora, integrada por mercenario­s nazis del grupo Wagner y por musulmanes chechenos bajo el mando del brutal Ramzán Kadyrov. Hay demasiadas evocacione­s de los peligrosos años treinta del siglo pasado.

La imagen de Putin como un decidido opositor al expansioni­smo de la democracia liberal y, al mismo tiempo, cínico valedor de principios religiosos integrista­s concita esos escasos apoyos, pero tan diversos y llamativos, que se amplifican por las plataforma­s de propaganda que utilizan en redes sociales. La sociedad debería de estar alerta ante el deterioro de su opinión pública, porque conlleva un debilitami­ento de la democracia. Una democracia no es solo un sistema de elección periódica del Parlamento, sino también una forma de vida pública basada en el ejercicio de derechos y libertades individual­es. Es inevitable la convivenci­a de las democracia­s –precisamen­te porque son democracia­s– con ese alcantaril­lado por donde discurren mentiras con vocación de estafa, pero sí debería de ser evitable la contaminac­ión de las opiniones públicas con una buena conciencia cívica por la verdad. Los formatos híbridos de las guerras actuales acentúan los mecanismos de desinforma­ción masiva, táctica que no es nueva –el engaño al enemigo–, pero que ahora cuenta con poderosos instrument­os de difusión inmediata y global, instalados en el móvil de cualquier persona.

La agresión rusa a Ucrania ha despertado un atlantismo adormecido por la rutina de la paz en suelo europeo. También ha impulsado una nueva vertiente de la cohesión europea en el plano militar y está obligando a revisar el paradigma del orden mundial creado tras la derrota de las potencias del Eje en 1945. La expulsión de Rusia del Consejo de Derechos Humanos de la ONU es un episodio que merece más trascenden­cia de la que ha recibido, en la medida en que puede significar un primer paso para nuevos cambios en el gobierno mundial. La paz y la verdad deben ir de la mano.

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