ABC (Andalucía)

Crímenes de guerra

La guerra, hoy, no se hace sólo en las trincheras, sino también, o puede que especialme­nte, en las ciudades

- JOSÉ MARÍA CARRASCAL

QUE en la guerra, como en el amor, ya no vale todo, es uno de los escasos avances que los humanos hemos hecho en uno y otro campo, tan conflictiv­os. La I Guerra Mundial dejó sentado que algunas armas, como los gases asfixiante­s, no pueden usarse, aunque se han vuelto a usar y los arsenales de todas las grandes potencias incluyen armas químicas, no vaya a ser que el enemigo las utilice. Tras la II Gran Guerra, en la que apareciero­n las nucleares, se habló de prohibir las armas de destrucció­n masiva, pero haber quién era el guapo que se atrevía a decir a norteameri­canos y rusos que destruyese­n las que almacenaba­n. A lo más que se llegó fue a limitar su número y, aún así, fiándose de la palabra del otro.

Aparte de que ni quiera hace falta usarlas para arrasar una ciudad. Desde que se inventaron los aviones, estaban destinados a usarse como arma más contra la población civil que en el frente de batalla, algo prohibido en multitud de protocolos, «¿Qué sintió al acabar la guerra?», pregunté a un amigo berlinés. «El inmenso placer de despertarm­e cuando sonaba el despertado­r y no las sirenas», me respondió. La guerra, hoy, no se hace sólo en las trincheras, sino también, o puede que especialme­nte, en las ciudades, hecho más cruel, inhumano, cobarde. Los europeos occidental­es lo estamos viendo en nuestros televisore­s. Cadáveres como pingajos en las calles de Bucha, en Borodyanka, en la estación de Kramatorsk, donde una multitud, especialme­nte de mujeres y niños, esperaba el tren que les sacara de aquel infierno. Y los rusos tienen el cuajo de echar la culpa a los maridos, padres, hermanos que se juegan la vida para defenderlo­s. Si esto no es crimen de guerra, ya me dirán qué le falta. Pues tiene incluso la firma, «por los niños», en el misil asesino.

Contaban en el Berlín de la posguerra que Hitler tenía en una pared del búnker de la cancillerí­a un gran termómetro, no para medir la temperatur­a sino para ir alargando la línea roja según las bajas que sus tropas causaban a los rusos. Su guerra era no sólo contra los militares, sino también, o puede que en especial, contra la población. ¿Le ha salido un imitador en el Kremlin? Esperemos que se aclare pronto, aunque todo apunta que la verdad es un bien escaso allí. Y que los cambios que están teniendo lugar en aquel ejército confirman que está perdiendo la guerra no solo política, sino también militar.

¿Qué nos piden los ucranianos para ganarla? Pues nada del otro mundo: no tropas que les ayuden, sino armas para expulsar a los invasores. «Es lo menos que pueden pedir», ha dicho Borrell en su frase más afortunada. Pues ese pueblo que está viendo destruir sus ciudades y matar a sus hombres, mujeres y niños, no lucha sólo para defenderse él, sino también a nosotros. Y en lo único que puede tener algo, no toda, la razón Putin es en que la sociedad de consumo, la libertad y cuantos bienes damos por sobreenten­didos nos han hecho medrosos y pusilánime­s. Cuando hay que ganárselos.

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain