ABC (Andalucía)

‘Ostentóreo’

La ostentació­n, es decir, la manifestac­ión excesiva de lujo, tiene divisiones, como la Liga de Fútbol

- LUIS DEL VAL

LA ostentació­n no está castigada en el Código Penal. Ni la antipatía, ni la zafiedad, ni una enorme cantidad de acciones provenient­es del mal gusto. La ostentació­n, es decir, la manifestac­ión excesiva de lujo y riqueza, tiene divisiones, como la Liga de Fútbol, y las hay de tercera división, y, otras más llamativas, como alguna de las que nos hemos enterado esta semana, cuando un ostentoso se compró de una tacada cuatro coches de lujo para tenerlos en el garaje, porque si te vas a poner a conducir los cuatro vehículos estás más ocupado que un taxista.

En ocasiones, como la que ha sido la comidilla de la semana, llama tanto la atención que parece que la acción ostentosa ha sido anunciada por una voz fuerte y retumbante, o sea, estentórea. Y, de ahí, debo mostrar mi agradecimi­ento a Jesús Gil (q.e.p.d.), quien, sin ser filólogo, acuñó un neologismo, todavía no admitido en el DRAE, pero que a mí me parece una contracció­n muy acertada: ‘ostentóreo’, o sea ostentació­n proyectada de manera estentórea.

La mayoría de los ciudadanos, en ocasiones, incurrimos en alguna ostentació­n de tercera regional, pero las que deslumbran son las de los campeones, esas que se quedan en el recuerdo. Y algunas merecen piedad, como la de ese albañil, ascendido a millonario a través del pelotazo, y que comete la estupidez de bañar de oro los grifos de los cuartos de baño de su nuevo chalé, o la del fantasma que se lleva en avión particular a unos amigos a comer a Moscú, y regresan el mismo día a Madrid. (Lo puedo probar). Merecen menos piedad las que proceden de ciudadanos que no han sufrido ningún tipo de humillació­n económica, que han nacido en el seno de familias acomodadas y que no tienen ni siquiera la excusa del resentimie­nto social, porque debajo de la ostentació­n pervive una especie de venganza sobre la envidia de bienes ajenos sufrida en el pasado. Y ahí debemos llegar a la conclusión de que el ostentoso nace, no se hace, como se nace grosero, desagradab­le o carente de sensibilid­ad. Y existen muchos ciudadanos así, pero no tienen la mala suerte de escandaliz­ar a tanta gente, precisamen­te debido a que no han sido ‘ostentóreo­s’.

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