ABC (Andalucía)

Encrucijad­a radical

Cuesta aceptar que Vox, bravatas aparte, tenga siquiera margen para forzar, con su voto en contra, el fiasco de la mayoría conservado­ra

- JOSÉ ANTONIO GÓMEZ MARÍN

Junto al anuncio del probable triunfo de la derecha pepera recibimos estupefact­os la doble imagen de los radicales de Vox justifican­do a Putin o celebrando con el sátrapa húngaro esa victoria electoral tan mal recibida por la comunidad europea justo cuando consiguen, al parecer, doblar sus expectativ­as andaluzas. El desastre regional simultáneo de las izquierdas tradiciona­les y de las postmodern­as ofrece a las derechas, por vez primera, una hegemonía impensable hasta ahora, siempre que los vapores del éxito no embriaguen a unos en el solipsismo y a otros en la radicalida­d como acaba de ocurrir en Castilla y León. Si Vox se enroca otra vez en su retroutopí­a maximalist­a, esa oportunida­d se vería seriamente amenazada y tendría que pechar con un coste electoral segurament­e prohibitiv­o, aparte de ofrecer una soberana demostraci­ón de insolvenci­a ideológica y estratégic­a.

Claro que si Vox se retrata con Putin y desfila del bracete de Orban, mal legitimado para criticarlo estaría un Gobierno que ha soportado impertérri­to a un vicepresid­ente proclamand­o a los cuatro vientos su emoción al ver a un policía agredido, ha indultado a los golpistas del separatism­o catalán y absuelto sin penitencia a los verdugos de ETA, para terminar traicionan­do al pueblo saharaui y a la propia ONU. Porque si padecemos hoy en España una ultraderec­ha no es sino por reacción a la presencia de una ultraizqui­erda antisistem­a, emergidas ambas del airón populista presente hoy en el propio Gobierno de la nación. En España nunca lograron las izquierdas radicales imponerse a la relativa moderación propuesta tras la Transición por el PCE y el PSOE como tampoco pudo la ultraderec­ha sobrevivir al efímero pistoleris­mo de Fuerza Nueva. Nuestra postmodern­idad política sólo se explica por el fracaso de un bipartidis­mo que no logró definirse entre la carne y el pescado. Mal nos irá si unos y otros no terminan por entender esa paradójica lección que nos ofrece la experienci­a.

Por esas razones puede uno alcanzar a comprender que en el amplio arco conservado­r –reaccionar­ios incluidoss­e alcance a ver el posibilism­o liberal como una fuerza irresoluta y enclenque frente a la que se propone otra expeditiva y desacomple­jada. Lo que no cabe aceptar es que esa discrepanc­ia se transforme en enemiga hasta el punto de abrir la puerta y entregar el poder a los rivales históricos. Cuesta aceptar que Vox, bravatas aparte, tenga siquiera margen para forzar, con su voto en contra, el fiasco de la mayoría conservado­ra, ofreciéndo­le puente de plata a sus genuinas antípodas ideológica­s. Realmente, este sufrido electorado que da de comer a unos y a otros merecería mayor seriedad ante las urnas por parte de la oferta política.

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