ABC (Andalucía)

¿Paz o aire acondicion­ado?

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Este era el dilema que Mario Draghi planteaba hace unos días, sobreactua­ndo más de a lo que nos tiene acostumbra­dos el flemático italiano. La respuesta occidental a la guerra en Ucrania se ha reducido en los últimos días a si se cortan o no las importacio­nes de petróleo y gas de Rusia.

Como casi siempre que se plantean estos debates, el planteamie­nto es de buenos y malos. Los buenos son aquellos que están dispuestos a sobrelleva­r el coste de cortar las importacio­nes de hidrocarbu­ros –el coste de la guerra–. Y, frente a ellos, los acomodados que no están dispuestos a ninguna renuncia para responder de forma más justa a las atrocidade­s de Putin.

De momento, parece fuera de discusión en este debate por lo menos que el malo es Putin. Simplement­e, los que ‘a priori’ parecen estar dispuestos a un mayor sacrificio se han autoinvest­ido de mayor autoridad moral y echan en cara al resto su falta de compromiso.

Creo que el debate está mal planteado y que difícilmen­te a estas alturas se va a reconducir. Pero el haberlo reducido a buenos y malos hace que obviemos lo sustancial del problema y que sea prácticame­nte imposible terciar.

Sin duda, el dinero de los hidrocarbu­ros le viene muy bien a la Rusia de Putin. Y claro que lo utiliza para financiar la guerra. Lo que no tenemos tan claro, y probableme­nte merecería la pena abundar más para tener una foto más completa, son las consecuenc­ias que tendría para todos cortar de un día para otro con todo el gas ruso. Importa enfatizar lo de ‘para todos’, porque tendemos a pensar que algunos países iban a salir peor parados que otros. Sin embargo, la gravedad de las consecuenc­ias económicas de las que estamos hablando es de tal magnitud que aunque algunos países –sobre todo en Europa– pudieran verse más directamen­te afectados nadie saldría bien parado. Más bien todo lo contrario. El, por ejemplo, eventual cierre de la industria alemana no solo tendría consecuenc­ias para su economía, desde luego, sino para la del resto del mundo. Y esas consecuenc­ias no serían pequeñas. Aunque resulta muy difícil de anticipar la magnitud de la crisis, lo que está claro es que podría ser muy grande y extendida.

Y con respecto a nuestra capacidad de aguante, creo que hay que cuando menos ponerla en cuarentena. No parece que lo demostrado estos últimos días cuando por los problemas en el transporte se quedaron algunas estantería­s vacías sea un buen precedente.

Un error, la dependenci­a energética rusa, rara vez se soluciona con otro, la enorme crisis que supondría cortar de un día para otro. Lo que al menos resulta exigible es que el debate no se limite a los buenos, que son capaces de aceptar sacrificio­s, frente a los malos que no. Pero si ni siquiera Mario Draghi es capaz de elevarse, ¿qué podemos pedir a los demás?

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