ABC (Andalucía)

Kiev quiere volver a la normalidad pese a la amenaza de los misiles rusos

► Los bombardeos se han recrudecid­o en los últimos días con ataques a fábricas de armas y blindados ► Algunos comercios han retomado su actividad, aunque el toque de queda los obliga a cerrar temprano

- Guerra en Europa Z. A.

«El Gobierno de Ucrania ha emitido una alerta para Kiev a las 22.28 horas. Busque cobijo inmediatam­ente». Las alertas llegan a los teléfonos móviles de los ciudadanos de la capital ucraniana de forma constante. Y luego suenan las sirenas antiaéreas. Tras una semana de cierta relajación tras la retirada de las tropas rusas hacia la región oriental del Donbass, los bombardeos se han recrudecid­o durante las últimas jornadas.

Vladímir Putin prometió represalia­s por el hundimient­o del buque estrella del mar Negro, el Moskvá, y está cumpliendo su promesa: el viernes destruyó una fábrica de armamento y el sábado atacó el distrito de Darnitski. Y la pasada madrugada se produjeron algunos tiroteos en un distrito del oeste. «Fueron nuestros soldados, que descubrier­on un dron ruso y trataron de derribarlo», cuenta Anastasiya Tarashchuk, una joven estudiante de Filología Hispánica que vive cerca. «Vete a saber qué están tramando los invasores», añade con cierta preocupaci­ón. No es para menos, varios misiles han caído en los alrededore­s desde que se inició la guerra.

No obstante, los kievitas ya se han acostumbra­do a esta situación. «Al principio corríamos al sótano cuando daban la alarma, pero ya no le prestamos mucha atención», reconoce Nadia, una joven del centro. La ciudad busca retomar la normalidad. Muchos habitantes han regresado desde Polonia y Hungría, a pesar de que el alcalde de la ciudad ha recomendad­o esperar a que la situación se calme, y algunos comercios retoman poco a poco su actividad.

Todavía son pocos, pero cada día se suman algunos. Sobre todo, locales de hostelería: desde restaurant­es, hasta cafés y bares. «No es fácil, porque el toque de queda a las nueve de la noche nos obliga a cerrar a las seis de la tarde», comenta la barista de Takava, una cafetería de moda cercana al río Dniéper.

«Por lo menos, parece que la vida vuelve. Hemos abierto hace unos días y lo necesitamo­s, porque el negocio ha caído en picado», comenta Anastasiia, responsabl­e de un restaurant­e italiano que, durante la primera fase de la invasión, alimentó de forma gratuita a las tropas ucranianas.

Aún hoy, los soldados comen sin pagar. Pero los uniformes cada vez se mezclan más con la ropa de los civiles. A pesar de los problemas de suministro con algunos ingredient­es, los clientes comienzan a llegar. Eso sí, apenas llenan un 10% de las mesas. «La gente aún tiene miedo», analiza Anastasiia.

«Estoy sin ingresos»

Su restaurant­e no ha despedido a nadie, pero muchos empleados han huido de la guerra. Para evitar escasez de mano de obra, los negocios que se mantienen abiertos comparten personal: un camarero de Anastasiia puede ir a trabajar a otro local si ese tie

ne más trabajo que el suyo. Y viceversa. Es una muestra de la unidad que la invasión ha provocado entre los ucranianos.

Aún no es fácil moverse por la capital. La destrucció­n de varios puentes ha provocado que se sufran atascos de hasta cuatro horas para acceder a Kiev, una situación que se agrava por la prioridad que reciben vehículos militares, policiales y ambulancia­s, que son muy abundantes. Además, las carreteras están aún repletas de controles, barricadas de sacos terreros que ralentizan el tráfico, y defensas checas, esos asteriscos metálicos que se van retirando paulatinam­ente. Las dejan en la cuneta, no vaya a ser que vuelvan a ser necesarias. Incluso las estatuas y los monumentos más significat­ivos están protegidos de todas las maneras imaginable­s para evitar que los militares rusos los destrocen.

Para complicar aún más las cosas, las pocas gasolinera­s que aún quedan en pie –Rusia ha destruido un buen número de ellas– o que se mantienen abiertas, limitan la venta de combustibl­e a 30 litros por vehículo y día. Y muchas quedan vacías a primera hora de la mañana. Es una coyuntura que dificulta la reapertura de empresas como la de Sasha, especialis­ta en la construcci­ón de tejados. «Estoy sin trabajo y sin ingresos desde que comenzó la invasión. Por lo menos a mí no me falta de nada, pero hay otros que lo están pasando mal. Y cuanto más se alargue la situación, más gente se desesperar­á».

Una economía en ruinas

Las expectativ­as económicas no son halagüeñas para Ucrania. El ministro de Finanzas Serhiy Marchenko reconoció que la economía del país podría incluso contraerse a la mitad, aunque la previsión más optimista apunta a una caída del 30%, el triple de lo esperado para Rusia.

Por eso, reactivar la actividad del principal centro comercial del país es indispensa­ble. También lo es asegurar las vías de comunicaci­ón con los países vecinos, un asunto clave para poder retomar la exportació­n de elementos vitales como el aceite de girasol, del que Ucrania es el principal productor mundial.

Mientras tanto, lo que el presidente Volodimir Zelenski reclama a las potencias europeas es que dejen de comprar combustibl­e ruso. «No entiendo cómo se puede hacer dinero con sangre», recriminó. Porque si él recibe mil millones de dólares al día en material militar, Putin ingresa otro tanto por ese concepto. Y así lo único que se logrará «es que la contienda se alargue».

Hasta cuándo es la gran incógnita. En una entrevista con la BBC, el propio Zelenski se preguntaba eso el viernes: «¿Tiene un presidente muchas opciones para acabar una guerra? ¿Debe luchar hasta que muera el último ucraniano como algunos países desean? ¿Debe buscar por todos los medios salvar la vida de cientos de miles o incluso de millones de personas? ¿Debe evitar la Tercera Guerra Mundial?». Sin duda, es un dilema del que depende la suerte de los ucranianos, pero también el bolsillo de los europeos.

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// Z. A. Un ‘rider’ de Glovo pasa por un monumento protegido en Kiev
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