El pan y la sal

Nuestros amados líderes no descansan cavilando modos de aliviarnos de tantas y tan dañinas ponzoñas

AQUEL viejo gastaba boina planiana y gafas con montura de carey del tamaño de una Telefunken. Jamás le vi fuera de su angosto reino, de su breve morada, de ese estrecho quiosco plantificado en mitad de un parque. Vivía rodeado de juguetes baratos de plástico, sobres grasientos que contenían soldados diminutos, muchos periódicos y revistas, novelas pulp de portadas estrepitosas de Sven Hassel, Zane Grey, Marcial Lafuente Estefanía y Clark Carrados. Acudíamos hasta ese templo buscando nuestra ración de chucherías y las repartía, acaso por el roce con tanto papel, desde sus dedos mugrientos. No olvido sus uñas ribeteadas por un fina película de genuina roña renegra. Supongo que la cantidad de bacterias que deglutimos contribuyó a inmunizarnos. Que yo recuerde, dato extraño, nadie se intoxicó y mira que zampamos auténticas bazofias.

Por suerte aquellos tiempos de barbarie insalubre desaparecieron y ahora sirven las chucherías empleando guantes desechables o pinzas asépticas como de quirófano. Mejor. Pero quizá, no sé, digo yo, en fin, igual nuestros dirigentes exageran en lo de preservar nuestra salud. Asumí la tabarra que nos propinaron acerca de los terribles peligros del exceso de azúcar. ¿Lo recuerdan? El azúcar se convirtió en el enemigo público número uno. De la carnofobia de Garzón ya nos reímos cuando tocó. Y con la eterna murga del colesterol, entre el bueno, el malo y el regulero no me aclaro. Ahora le llega el turno a la cantidad de sal en el pan. Han puesto un límite porque la posible sobredosis salina se supone que provoca infinidad de problemas. Jamás lo habría sospechado. Joder con la sal. He aquí otro fundamental problemón del que pretenden librarnos. Nuestros amados líderes no descasan cavilando modos de aliviarnos de tantas y tan dañinas ponzoñas, pero si nos quieren ayudar, que bajen los impuestos pues una medida de ese calibre seguro que nos ayudaría para el flato, la alitosis e incluso el tránsito intestinal. Que dejen de tratarnos como si fuésemos mendrugos.