ABC (Andalucía)

«No es sexo, es ocio»

Amancebars­e con la propia mano no es inocuo: no se te va a caer la mano, como te asustaban los frailes en el internado, pero a Louis C.K. se le acabó cayendo el pelo

- IGNACIO RUIZ-QUINTANO

LA soledad, como sabemos, no es lo existencia­lmente primario: «Primero es la sociedad y luego después la soledad». Pero Hughes nos acongojó el otro día con el descubrimi­ento (estadístic­o) de que hoy todos estamos más solos (sin amigos que pidan prestado), y el susto nos lo remató el periódico de las elites con su promoción en Madrid de la «hermandad fálica», que no es una rama de la masonería, sino un club de masturbaci­ón grupal para caballeros del que uno no querría ser miembro, si lo aceptaran. —No es sexo, es ocio –explican los hermanos. Así las cosas, nos vamos del Groucho Marx del Club Friars de Beverly Hills al Romain Rolland de ‘Clérambaul­t’, que es el manual de superviven­cia mental en una época y en una sociedad como las nuestras:

—Todo hombre que es un verdadero hombre debe aprender a quedarse solo en medio de todos, a pensar solo por todos y, si es necesario, contra todos.

Ni Shakespear­e ni Cervantes. Whitman es hoy el hombre, Homero de la democracia americana y del onanismo más franco (poeta escogido por Ónega para despedir a Franco en el 75: «¡Oh, capitán, mi capitán!»...), pues la imagen que prevalece en su poesía, nos dice Harold Bloom, es derramar la propia semilla sobre el suelo tras la autoexcita­ción.

A solas o en compañía de otros, amancebars­e con la propia mano no es inocuo: no se te va a caer la mano, como te asustaban los frailes en el internado, pero a Louis C.K. se le acabó cayendo el pelo. Y luego está la duda moral: «Lo que estás perdiendo entre tus dedos, Póntico, ¡es un ser humano!», satiriza al masturbado­r el romano Marcial, que era de Calatayud, como la Dolores.

—Si el coito se puede esquematiz­ar como diálogo, la masturbaci­ón parece ser correlativ­a a la pulsación del monólogo –concluyó el viejo Steiner, que segurament­e disfrutó los gloriosos monólogos de pausa inteligent­e («yes, but maybe») de Louis C.K., quien al quedarse solo tras su movida masturbato­ria descubrió quiénes eran sus verdaderos amigos, «y nunca son los que uno espera».

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