Quijoterías
Cervantes puede zambullirse en los territorios más problemáticos y tortuosos como sólo puede hacerse con la mirada del Barroco
EN contra de lo que se nos ha pretendido inculcar, el ‘Quijote’ constituye la expresión más granada del Barroco. Como expone Helmut Hatzfeld, la novela renacentista no fue capaz de formar un todo, sino que siempre ofreció aventuras dispersas; nunca pudo en sus descripciones brindarnos el contorno lineal de los retratos y los paisajes; nunca pudo ofrecernos personajes complejos y desbordantes de vida. El relato renacentista es ligero y superficial; la narración cervantina posee una oceánica profundidad. Los ‘novellieri’ italianos (a los que Cervantes pretendía imitar) carecían de aliento y encerraban en un marco artificial y angosto a sus personajes; Cervantes revienta esos marcos con un arte desbordante y tumultuoso como la propia vida, burlándose de los arquetipos. En las narraciones renacentistas todo aparece delineado y puro como el cristal; en la narración cervantina, todo está manchado con las polvaredas y vuelcos de la vida. En las narraciones renacentistas, los nobles son virtuosos y las putas mezquinas; en el ‘Quijote’ los nobles pueden ser unos bellacos y las putas pueden ser caritativas, como en el mismo Evangelio.
Las novelas renacentistas eran un mosaico de personajes aislados. Cervantes, por el contrario, unifica sus casi setecientos personajes en torno a don Quijote, haciendo que se muevan en su derredor; y, de este modo, esos personajes muestran una evolución admirable, desde los episódicos hasta los principales (y así, mientras Sancho se quijotiza, don Quijote se sanchifica, por ósmosis vital y españolísima, pues el roce hace el cariño). Además, Cervantes entiende que la multiplicación de los personajes y la complicación de los episodios no bastan para lograr la apariencia de vida que requiere una novela barroca; entiende que una novela barroca necesita mostrar a sus personajes en sus problemas particulares, que a veces serán chuscos y lastimosos (como corresponde a criaturas heridas por el pecado) y a veces elevados y aun excelsos (como corresponde a criaturas convocadas a la salvación). Y todos esos problemas se resolverán o, por el contrario, embrollarán, contando con la libertad humana, que en su camino de salvación personal puede guiarse por un impulso ascendente, o dejarse arrastrar hacia abajo, empujada por las malas pasiones. Cervantes, en fin, puede zambullirse en los territorios más problemáticos y tortuosos –así, por ejemplo, cuando nos muestra el patriotismo del morisco Ricote, o la bondad de algunos moros–, porque le interesa la existencia del hombre concreto, con sus miserias y grandezas, como sólo puede hacerse con la mirada del Barroco, deteniéndose a reflejar la tumultuosa y caleidoscópica verdad humana, en donde se amasan el barro y el soplo divino. Las mejores obras renacentistas lo son porque resultan diáfanas y nítidamente perfiladas, sin zonas de penumbra; las mejores obras barrocas –con el ‘Quijote’ al frente– lo son porque se atreven a penetrar en el corazón humano, que es una selva barroca invadida de misterios.