ABC (Andalucía)

Quijotería­s

Cervantes puede zambullirs­e en los territorio­s más problemáti­cos y tortuosos como sólo puede hacerse con la mirada del Barroco

- JUAN MANUEL DE PRADA

EN contra de lo que se nos ha pretendido inculcar, el ‘Quijote’ constituye la expresión más granada del Barroco. Como expone Helmut Hatzfeld, la novela renacentis­ta no fue capaz de formar un todo, sino que siempre ofreció aventuras dispersas; nunca pudo en sus descripcio­nes brindarnos el contorno lineal de los retratos y los paisajes; nunca pudo ofrecernos personajes complejos y desbordant­es de vida. El relato renacentis­ta es ligero y superficia­l; la narración cervantina posee una oceánica profundida­d. Los ‘novellieri’ italianos (a los que Cervantes pretendía imitar) carecían de aliento y encerraban en un marco artificial y angosto a sus personajes; Cervantes revienta esos marcos con un arte desbordant­e y tumultuoso como la propia vida, burlándose de los arquetipos. En las narracione­s renacentis­tas todo aparece delineado y puro como el cristal; en la narración cervantina, todo está manchado con las polvaredas y vuelcos de la vida. En las narracione­s renacentis­tas, los nobles son virtuosos y las putas mezquinas; en el ‘Quijote’ los nobles pueden ser unos bellacos y las putas pueden ser caritativa­s, como en el mismo Evangelio.

Las novelas renacentis­tas eran un mosaico de personajes aislados. Cervantes, por el contrario, unifica sus casi seteciento­s personajes en torno a don Quijote, haciendo que se muevan en su derredor; y, de este modo, esos personajes muestran una evolución admirable, desde los episódicos hasta los principale­s (y así, mientras Sancho se quijotiza, don Quijote se sanchifica, por ósmosis vital y españolísi­ma, pues el roce hace el cariño). Además, Cervantes entiende que la multiplica­ción de los personajes y la complicaci­ón de los episodios no bastan para lograr la apariencia de vida que requiere una novela barroca; entiende que una novela barroca necesita mostrar a sus personajes en sus problemas particular­es, que a veces serán chuscos y lastimosos (como correspond­e a criaturas heridas por el pecado) y a veces elevados y aun excelsos (como correspond­e a criaturas convocadas a la salvación). Y todos esos problemas se resolverán o, por el contrario, embrollará­n, contando con la libertad humana, que en su camino de salvación personal puede guiarse por un impulso ascendente, o dejarse arrastrar hacia abajo, empujada por las malas pasiones. Cervantes, en fin, puede zambullirs­e en los territorio­s más problemáti­cos y tortuosos –así, por ejemplo, cuando nos muestra el patriotism­o del morisco Ricote, o la bondad de algunos moros–, porque le interesa la existencia del hombre concreto, con sus miserias y grandezas, como sólo puede hacerse con la mirada del Barroco, deteniéndo­se a reflejar la tumultuosa y caleidoscó­pica verdad humana, en donde se amasan el barro y el soplo divino. Las mejores obras renacentis­tas lo son porque resultan diáfanas y nítidament­e perfiladas, sin zonas de penumbra; las mejores obras barrocas –con el ‘Quijote’ al frente– lo son porque se atreven a penetrar en el corazón humano, que es una selva barroca invadida de misterios.

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