La ralentización seguirá intensificándose el próximo año
Tras el acusado desplome de la economía mundial en 2020 por la pandemia, el año 2021 se caracterizó por una notable recuperación, si bien esta fue desigual tanto por regiones como por sectores. La progresiva normalización de la economía se benefició de lo que se denominó el efecto rebote, ya que es bastante más fácil andar lo previamente desandado que explorar nuevas fronteras en la función de crecimiento económico. Pero este escenario empezó también a complicarse el pasado otoño, con la ruptura de las cadenas de suministro y el encarecimiento de la energía y de otras materias primas. Ahora, estos desajustes entre la oferta y demanda se han agravado por la guerra en Ucrania, que ha incrementado los precios en unos dos puntos y ha ralentizado el crecimiento alrededor de un punto. Como consecuencia, la expansión de la economía mundial del pasado año, cercana al 6%, no llegará al 4% en el presente año. En el caso de España, el crecimiento en 2021 del 5,1%, que nos parecía poco tras el retroceso del 10,8% en 2020, difícilmente se alcanzará este año, dado que se espera un aumento del PIB en torno al 4,5%.
La subida de la inflación está acelerando el giro de la política monetaria. Se ha abandonado la zona de tipos de interés nominales negativos, y en Estados Unidos el presente año puede cerrarse con tipos próximos al 2%, tras las múltiples subidas ya anunciadas por la Fed. Por su parte, el Banco Central Europeo (BCE) muestra cierto retraso, pero ya ha acelerado la retirada de su programa de compras netas de deuda, y en la segunda mitad de este año podemos asistir a las primeras subidas de los tipos de interés. Teniendo en cuenta los retardos de dos a cuatro trimestres de los efectos de la política monetaria, la actividad se verá inevitablemente más afectada el año que viene que este. Además, la vuelta a las reglas fiscales europeas y las menores compras de deuda por el BCE limitarán el espacio fiscal de los gobiernos, al tiempo que aumentarán los costes financieros de la elevada deuda pública acumulada, lo que a su vez limitará las condiciones de financiación y, por lo tanto, condicionará el avance de nuestra economía. Todo ello llevará a que en el año 2023 se intensificará la contención del crecimiento económico en España, que se situará en niveles algo superiores al 3%, tal y como ha anticipado esta semana el FMI.
En este contexto de progresiva ralentización de la actividad es cuando se visibiliza el error de haber abandonado las reformas estructurales que hubieran robustecido el crecimiento potencial de nuestra economía a largo plazo. Nunca es tarde, pero ya no podemos posponer la consolidación de nuestras finanzas públicas a través de la mejora de la eficiencia del gasto público y afrontar la gran reforma estructural pendiente de España, la de favorecer la competitividad empresarial. Porque no hay que olvidar que la prosperidad económica no es sino la consecuencia del crecimiento y dinamismo de la inversión y de la actividad empresarial.
«En el contexto de progresiva desaceleración es cuando se visibiliza el error de haber abandonado las reformas estructurales»