Felipe VI al céntimo
El Rey hace lo que debe siempre. Dudo que sus torquemadas puedan decir lo mismo
Allí estaba el Heredero esperando a que llegara el coche que tendría que recogerlo. Espigado, impávido, un crío rubio de cabellos dorados y pinta de guiri. A mí no me fascinaba él. Me molaban mucho más los escoltas que lo custodiaban y que cíclicamente los mayores del cole llamaran por teléfono para advertir de que los malos acababan de colocar un artefacto explosivo. Un día dentro de una sandía, otro enterrado en el campo de fútbol o, según la imaginación del bromista de turno, la visión prístina de un francotirador embozado en los alrededores. Eso garantizaba unas horas más de patio y que con un poco de suerte te licenciaran del control que ibas a suspender casualmente a la misma hora en que estaba previsto que explotara la bomba. Me acerqué con la insolencia del crío que todavía no se sabe súbdito. Me miró, sonrió, di un par de vueltas a su alrededor y le solté: «pues no eres tan alto y no llevas corona». Y ya. Ese ha sido, afortunadamente, mi único brote republicano hasta ahora. Don Felipe se subió al coche desde el que le sonreía Doña Sofía y no hizo nada más. Simplemente me ignoró. Podría haberme dado un capón, encararse desde su atalaya y soltarme un merecido «y tú un gafotas, pírate enano».
Aquel día en la puerta del Santa María de los Rosales, Felipe Juan Pablo Alfonso de Todos los Santos de Borbón y Grecia hizo no lo que quería sino lo que debía. Como el pasado lunes, como lleva demostrando desde su proclamación hace ya ocho años con «transparencia y ejemplaridad» y con el sacrificio impagable, intasable, de enderezar los renglones torcidos. Por la Corona, como en su día su abuelo hizo por España, todo por España, el Rey ha tomado decisiones durísimas en lo personal. Ahora le toca desnudarse al céntimo. Un gesto que no saciará a la porción de vasallos que detestan serlo. No borrará la condena por delegación de las trapacerías cometidas por su padre y no evitará que el Gobierno siga agitando a los torquemadas de severidad extrema con unos y tan indulgentes con otros, los suyos, los de siempre. Felipe VI tasado en euros es someterlo al sálvame chabacano y torticero. Dar ejemplo con la sensación de que nada aprenden.