ABC (Andalucía)

Los enemigos del toreo

A veces los peores están dentro. Lo que le hizo Ferrera a Joaquín fue triste

- ALBERTO GARCÍA REYES

S Eha liado con Joaquín porque es popular. ¿Y Ferrera qué? Lo que pasó en la Maestranza es ilegal, es inmoral y además engorda, como bien han dicho Amorós y Bayort, maestros del asunto. De acuerdo. El reglamento taurino decreta que sólo pueden pisar el ruedo los profesiona­les durante la lidia. Pero el reglamento es en sí mismo una transgresi­ón. ¿Quién le puede poner normas al arte? Curro decía que los toros deben depender del Ministerio de Cultura. Aznar le contestó que están muy bien en el de Interior. Cuesta imaginar a Aznar llorando ante un Picasso. Lo malo no es que se vulneren estatutos, sino que se ultraje el rito, la costumbre ancestral, que es una regla más estricta que la escrita porque viene de un acuerdo tácito, no de una imposición externa. El futbolista no es profesiona­l de la cosa, no tiene por qué conocer la liturgia. El torero, en cambio, no sólo tiene que saberla, sino que para ser torero tiene que respetarla. Los códigos internos son sagrados. El arte es rompedor por antonomasi­a, pero no infractor. Ferrera da las estocadas andándole al toro desde la antípoda de la plaza con la espada montada, llega al callejón en un R12 que conduce él mismo y hace de picador vestido de luces. Esto es payasesco si se quiere, pero legítimo. Compromete­r a Joaquín para que salte al ruedo en el brindis es ilícito. No cambia la historia, la viola. Un artista que se cree por encima de su género no es un revolucion­ario, es un peligro.

En los brindis también se puede transgredi­r. Ignacio Sánchez Mejías le entregó su montera a un amigo de Almonte en plenas fiestas del Pilar de Zaragoza diciéndole: «Viva la Virgen del Rocío, que es la más bonita de España». Su apoderado le inquirió: «Don Ignacio, se juega usted la vida hasta en los brindis». La tauromaqui­a es, además de una expresión estética sublime, el último reducto de valores, un sector en el que los novilleros se hablan de usted y los maestros están al quite de los principian­tes. Por eso con el brindis de Ferrera, que presionó de forma insensata a un valioso defensor de la Fiesta, ya no sabe uno si los peores enemigos vienen de fuera o de dentro.

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