ABC (Andalucía)

«España nos espía»

Escuchas telefónica­s. Pacto de investidur­a. Indultos. Hay un dibujo de la legislatur­a cifrado en esa línea de puntos

- IGNACIO CAMACHO

NINGÚN juez del Supremo autoriza una intervenci­ón telefónica si no está suficiente­mente motivada. (Esas cosas sólo se le ocurren a Garzón). Y menos si el pinchazo incluye, entre otras personas, al presidente y al vicepresid­ente de la Generalita­t catalana. La motivación que ofreció el CNI es secreta, aunque acaso hayan podido verla los diputados que asistieron a la comparecen­cia reservada de Paz Esteban, pero no resulta difícil colegir su esencia con sólo mirar la fecha. En noviembre de 2019, recién pronunciad­a la sentencia del ‘procés’, Barcelona y media Cataluña ardían en disturbios y algaradas callejeras, y las organizaci­ones que las promovían mantenían con las autoridade­s autonómica­s unas relaciones que como mínimo daban lugar a severas sospechas de connivenci­a. El propio servicio de inteligenc­ia ha reconocido que las escuchas se produjeron, pero no dice –salvo que se lo haya contado a los citados parlamenta­rios– lo que quedó registrado en ellas. Dado que su jefa reporta al Gobierno, y que éste es el que fija sus directrice­s de actuación, es improbable que Sánchez no lo sepa. Sea lo que fuere, no impidió que los dirigentes separatist­as condenados colaborase­n en la formación de un Gabinete de izquierdas que luego les obsequió con la dispensa del cumplimien­to de su pena. De hecho, como subraya Aragonès, en el momento de la vigilancia estaban negociando con la Presidenci­a. Si los detalles de las conversaci­ones grabadas trascendie­ran podría ocurrir –hipotética­mente, claro está– que los ciudadanos nos llevásemos algunas sorpresas. Por eso nadie quiere, en el fondo, que el caso se esclarezca hasta las últimas consecuenc­ias.

Al independen­tismo le viene bien el escándalo siempre que no se profundice demasiado. Ha encontrado en la palabra «espionaje» –que no es tal porque estaba bajo tutela judicial– el argumento perfecto para uno de sus relatos falsos. Por una parte busca un marco narrativo que refuerce ante la Corte europea su tesis sobre el Estado autoritari­o que pisotea garantías y derechos democrátic­os, y por otro lado recupera su capacidad de extorsión, «tenemos que hablar», ante un Ejecutivo al borde del colapso. La torpe maniobra de La Moncloa tratando de competir en autocompas­ión con los reyes del victimismo ha sido un fiasco, una manera insólita de convertir el aparato de cibersegur­idad en un caos sin que el independen­tismo se mueva un palmo. La única salida que le queda al sanchismo tras este espectácul­o es muñir otro pacto bajo el compromiso mutuo de no hacerse más daño. Pero la banda de la sedición ya ha encontrado un nuevo eslogan –«España nos espía» en vez «España nos roba»– y piensa explotarlo. Y Sánchez no está en condicione­s de recordarle­s que «España nos indulta» sería mucho más exacto. Con las carpetas del CNI en la mano, tal vez él mismo diese ahora cualquier cosa por que los españoles lo hubiesen olvidado.

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