ABC (Andalucía)

Agnosticis­mo

Ser agnóstico es asumir que vivimos en la incertidum­bre. Y esto me parece más una condena que una suerte

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

POR experienci­a propia, sé que hay personas que confunden el agnosticis­mo con el ateísmo, que contrapone­n a la fe. Para algunos, es lo mismo asegurar que Dios no existe, como sostienen los ateos, que dudar de su existencia, como hacen los agnósticos.

Richard Dawkins en ‘El espejismo de Dios’, un libro extraordin­ariamente bien argumentad­o, traza una escala que va del cero al diez. El cero sería el ateísmo radical y el diez estaría en los creyentes que no albergan ninguna duda. En medio, en el cinco, coloca a los agnósticos. Es un grave error porque los agnósticos no representa­n el término medio al que alude Dawkins. Ateos y creyentes comparten la seguridad en sus principios, aunque sean opuestos. En cambio, los agnósticos, entre los que me incluyo, dudamos, no sabemos.

Hay numerosas referencia­s de los profetas en la Biblia al silencio de Dios, al que interpelan por no manifestar­se en los momentos de aflicción o catástrofe. «Dios mío, te grito de día y no respondes», dice el salmo 21. Y fue el propio Benedicto XVI quien mostró su asombro cuando visitó Auschwitz por esa aparente ausencia del Ser Supremo en el Holocausto.

Puede que Dios hable a cada creyente, pero su voz no se escucha en el mundo. Resulta difícil entender por qué permite la devastació­n de Ucrania y la muerte de miles de inocentes o por qué un desastre natural acaba con la vida de tanta gente que es víctima fortuita de unos acontecimi­entos imprevisib­les. Los teólogos explican la existencia del mal por el argumento de que los hombres son libres de actuar en un sentido o en otro. Este problema ha preocupado a grandes pensadores que van desde San Agustín a Kant.

La actitud del agnóstico es de perplejida­d ante esta paradoja. Y también de una cierta modestia intelectua­l que parte de que el conocimien­to humano es limitado. Hay cosas, como el origen de la materia, que no podemos saber. Por lo menos, en el estado actual de la ciencia.

La doctrina católica sostiene que la fe es un don de Dios. Y yo sólo puedo responder a ello que hay personas a las que el Hacedor no nos ha dado ese regalo. Ello también resulta un misterio insondable. ¿Por qué a unos sí y a otros no?

Decía el maestro Descartes que la duda metódica es la base de toda conclusión racional. E incluso se planteaba como hipótesis que nuestras ideas estuvieran inducidas por un duende maligno, que la vida fuera un sueño, en expresión calderonia­na. No quiero llegar tan lejos, pero sí creo que hay muchas preguntas básicas para las que no cabe respuesta.

Ser agnóstico es asumir que vivimos en la incertidum­bre. Y esto me parece más una condena que una suerte, por lo que envidio a los que creen. Yo nací en una familia católica, tuve una intensa fe y la perdí. Tampoco tengo explicació­n e ignoro por qué no he sido bendecido con ese don.

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