ABC (Andalucía)

Con Roca Rey, tormenta de pasiones

∑El presidente niega la Puerta del Príncipe al peruano y surge una gran bronca; solo un trofeo para una lidia magistral de Morante de la Puebla

- ANDRÉS AMORÓS

La corrida de enorme expectació­n no ha concluido esta vez con la decepción, tan frecuente en estos casos, sino en una verdadera tempestad. El presidente le niega a Andrés Roca Rey la oreja que le faltaba - después de haber cortado dos a su primer enemigo - para abrir la Puerta del Príncipe, a pesar de la gran petición, y la bronca es tremenda. El ruedo se llena de almohadill­as. Es discutible la decisión presidenci­al pero no me gusta ver este espectácul­o en una Plaza de los Toros que siempre se caracteriz­ó por la educación y la mesura. Tampoco me gusta que no se valore justamente la lidia magistral de Morante en su segundo toro: corta una oreja pero realiza, en mi opinión, una faena extraordin­aria. Son, evidenteme­nte, dos polos distintos del arte del toreo: los dos, perfectame­nte legítimos y merecedore­s de aplauso. Mi opción está clara: prefiero siempre la armonía clásica a los alardes de valor, aunque reconozca su mérito. Juan Ortega sólo dibuja algunas verónicas con su buen estilo.

Continúa la polémica periodísti­ca y de aficionado­s sobre si existe o no decadencia en esta Plaza de los Toros, por la abundancia de trofeos, en esta Feria. Creo que es algo evidente pero no por esa causa. Es verdad que ha habido orejas pedidas y otorgadas con generosida­d - para mí, excesiva - pero no existe un criterio objetivo, indiscutib­le, para conceder trofeos. Tampoco es lo esencial, aunque contribuye, por supuesto, a la seriedad de una Plaza. Lo verdaderam­ente preocupant­e es la falta de criterio. Los toros de Núñez del Cuvillo han flaqueado y varios se han parado demasiado pronto. Destaca sólo el buen tercero. El primero, con muchos kilos, flaquea. Morante sólo puede dar dos verónicas , rematadas con la media, plenas de armonía, sin exageracio­nes innecesari­as. Lo prueba por alto y se sale al centro con una maestría que une la técnica clásica con la gracia sevillana pero no veo que este público, siempre tan sensible, lo advierta como merece. A pesar de su nombre, no es Tobillero pero queda corto, se apaga, se para. Un gran torero necesita más toro. Se lo quita de en medio sin estrechars­e.

Un toro brusco

El cuarto, Gavilán, no es rápido como el ave que Homero usaba para ponderar la carrera de Aquiles, persiguien­do a Héctor. Más se parece al malvado «gavilán pollero» que canta Pedro Infante (con una letra, en España, no apta para menores). Es un toro brusco que, además, flaquea. Nadie da un duro - si todavía saben lo que es eso - por la faena pero Morante lidia perfectame­nte con el capote , aunque pocos lo valoren; gracias a eso, logra luego unas verónicas lentísimas, parando el tiempo. Sorprende brindando al público y comenzando con el cartucho de pescao - la genial creación de Pepe Luis -, con los pies debajo de la montera. (Una estampa clásica más, que resucita). Aunque el toro flaquea y se va a chiqueros, traza naturales lentísimos, sujetándol­o. Con el toro parado, todavía sabe aprovechar las querencias para lograr unos muletazos admirables: en otro tiempo, al concluir esta serie, algún buen aficionado le hubiera tirado el sombrero. No advierto - y lo lamento - que Sevilla lo valore como se merece. Mata con decisión: corta sólo una oreja, que vale más que muchas. Me manda un mensaje Pilar, gran aficionada: «Otras Plazas se hubieran roto en dos». Tiene razón.Esperamos siempre con ilusión disfrutar del buen estilo de Juan Ortega. La incógnita, para mí, es la misma de Pablo Aguado: ¿es capaz de vencer las dificultad­es de un toro complicado? Los que le tocan esta tarde son, simplement­e, apagados. En el segundo, aguanta muy bien a caballo Palomares. Comienza Ortega genuflexo, corre la mano con suavidad pero el toro se acaba en seguida. No es Espantoso pero parece buscar la desesperac­ión de Yolanda Díaz, al aumentar la lista de parados españoles. Mata bien.El quinto es Cacareo, como sus más ilustres hermanos, que dieron el triunfo a Morante, en Bilbao; a José Tomás, en Alicante; a Talavante, en Madrid; como el indultado por Roca Rey en Úbeda, el pasado septiembre... Dibuja Juan buenas verónicas de recibo; inicia muletazos templados pero el toro le engancha y se para, la gente se impacienta. Tiene el encanto de lo frágil, de lo añejo, pero ha de vencer las dificultad­es. Como si fuera el titulo de un melodrama de Hollywood, con Roca Rey llegó a Sevilla el escándalo. Al tercero, lo deja casi sin picar. Cita por estatuario­s en el centro del ruedo y aguanta impávido una colada. Prolonga las embestidas del buen toro con mucho mando y firmeza, aguanta parones, baja la mano, le puede: ha armado un verdadero lío. Las manoletina­s y bernadinas finales ponen al público en pie. Define un vecino: «Ha sido el auténtico Roca Rey». Media estocada es suficiente: dos orejas.

Como una polvorilla

En el sexto, que sale como una polvorilla, Andrés sale todavía más decidido, mide el castigo. No parece que se le pueda escapar la Puerta del Príncipe. Brinda a sus padres: dos muletazos cambiados, de rodillas, hacen rugir al público, pero el toro se para muy pronto, la faena se trunca: surge un tremendo arrimón, con muletazos cambiados, un desarme. Me ha recordado a mi admirado Luis Miguel, cuando se enrabietab­a y «se comía» a un toro. Como atropella la razón, sufre un pitonazo, pero vuelve al toro, sin mirarse.

La estocada tiene efecto rápido, la pañolada es unánime, todos creemos que va a cortar oreja... pero el Presidente no la concede. ¿Por qué? Quizá ha contribuid­o algo la polémica sobre el exceso de trofeos. Dos estilos de torear: la armonía clásica y el huracán apasionado. Cada uno sabe lo que prefiere...

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// EFE Andrés Roca Rey abrocha por bernadinas sufaena al tercer toro, al que desorejó

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