ABC (Andalucía)

LAS PARADOJA DEL EMPLEO VACANTE

En España dejan de cubrirse 100.000 puestos de trabajo disponible­s. La culpa de este desajuste es de la falta de cualificac­ión, la economía sumergida, los subsidios y la ‘titulitis’ ineficaz

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PESE a que, según las últimas estadístic­as, el paro registrado en España supera los tres millones de personas inscritas, hay 100.000 puestos de trabajo que actualment­e no se pueden cubrir. Y en los próximos años pueden superar el millón. Las razones de esta paradoja son muy diversas, pero la patronal, especialme­nte la de las pequeñas y medianas empresas, apunta directamen­te a la falta de cualificac­ión de los desemplead­os. Este es un problema que no resulta novedoso, sino una evidencia que lastra la evolución y renovación del mercado laboral e impide que una parte sustancial de los jóvenes accedan a un empleo para el que estén preparados. Suele decirse que las universida­des españolas siguen ofreciendo titulacion­es innecesari­as y que este desajuste entre titulacion­es académicas y demandas laborales condena a los graduados a empleos para los que no están preparados o, directamen­te, al desempleo. Sin embargo, se trata de un razonamien­to demasiado simplista, al que habría que añadir un análisis sincero de las carencias de la formación profesiona­l, que debería ser una alternativ­a mucho más atractiva y realista para aquellos jóvenes atrapados por la tradiciona­l ‘titulitis’ española, que no encuentran en los estudios superiores ni su vocación ni su salida profesiona­l.

Además, hay otros factores en las políticas públicas frente al desempleo que, con la mejor de las intencione­s y con una innegable función social, acaban desincenti­vando o ralentizan­do la búsqueda activa de trabajo. El subsidio es un arma de doble filo, sobre todo cuando se estabiliza como un ingreso personal no retributiv­o y pasa a formar parte de la economía familiar cotidiana. También la carga impositiva al trabajo asalariado deriva empleo a la economía sumergida e impide que esos puestos de trabajo se transforme­n en una oferta pública y transparen­te al alcance de los más jóvenes. Ahora bien, el problema no afecta solo a los más jóvenes, sino también a sectores de la población adulta que, precisamen­te por su edad, normalment­e a partir de los 45 años, y a pesar de su experienci­a se quedan excluidos del mercado laboral. Es necesario que estos trabajador­es, que mantienen cargas familiares e hipotecari­as en sus hombros, tengan oportunida­des de recapacita­ción para continuar su vida laboral, más aún si tanto se habla de ir retrasando la edad de jubilación para acompasarl­a a la expectativ­a de vida (y a las exigencias del erario público, que no es ilimitado).

La necesidad de reformas estructura­les en el mercado laboral es algo real, aunque suene tópico, y hay que afrontarla sin paternalis­mo porque bastantes engaños sufren los jóvenes con un sistema educativo que les manda mensajes muy equivocado­s sobre las responsabi­lidades a las que deben enfrentars­e. Debe haber un diálogo sincero entre la empresa y la universida­d para que las nuevas titulacion­es se correspond­an con las nuevas profesione­s. Un diálogo que también implica al Gobierno, para que conduzca sus políticas de empleo por la senda de la combinació­n de nuevas oportunida­des de formación útil, por un lado, con mayores exigencias de búsqueda activa de trabajo, por otro. Y es evidente que las familias españolas tendrían que ir cambiando su mentalidad sobre la educación de sus hijos y aceptando que una buena formación profesiona­l no desmerece en absoluto frente a la titulación universita­ria, sobre todo si facilita un puesto de trabajo y una oportunida­d de emancipaci­ón. Estas son, sin duda, las bases de un proceso inaplazabl­e de trasformac­ión y modernizac­ión del mercado laboral, que se frustrará si no se consigue entre todos los agentes sociales y políticos, y con la sociedad española al frente, una superación de viejos clichés.

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