ABC (Andalucía)

UNA VIDA DE BIBLIOTECA EN BIBLIOTECA

Lleva ya nueve años al frente de la BNE. Licenciada en Geografía e Historia, ha dedicado toda su vida a los libros

- BRUNO PARDO PORTO

La historia de Ana Santos (Zaragoza, 1957) puede escribirse de biblioteca y biblioteca: de las estantería­s llenas de códigos legales y novelas de su abuelo hasta las salas de la Biblioteca Nacional, que dirige desde 2013; del legado familiar, disfrutado como niña, al legado nacional, gestionado como mujer. Y no hay en el paso de un lado al otro un empeño clarísimo nacido en la infancia, sino una feliz suma de decisiones y casualidad­es, porque la vida se vive con brújula, nunca con mapa.

Santos podría haber sido profesora de instituto o podría haberse dedicado a la academia, pero un día, recién salida de la universida­d con su título de Geografía e Historia, se enteró de que abrían una convocator­ia de oposicione­s para ser auxiliar de biblioteca, y bordó el examen. Todavía recuerda el tema que tuvo que defender: la historia de la imprenta. Lo que no sabía entonces era que muchos años después tocaría los libros que entonces eran su materia de estudio.

En 1981 entró a la biblioteca de la Universida­d de Zaragoza con ese cargo, y de allí saltó en cuestión de meses a la Complutens­e de Madrid, donde se quedaría veinticinc­o años, ahí es nada. Era un tiempo, los ochenta, en los que todavía no había muchos libros en depósito, y los estudiante­s hacían cola los viernes para llevarse a casa un manual de derecho penal: la compañía del fin de semana. Los jueves ella no dormía por los nervios del traqueteo. Aún sigue sin dormir demasiado, pero al menos en España hay más libros.

Fue creciendo, allí, cambiando de puesto y de fondos, que es una buena forma de aprender sin método. Por eso conoce bastantes tipos de venenos (lo que tiene organizar los libros de criminolog­ía) y sabe algo de estadístic­a. Y de derecho. Y de economía. Cosas de trabajo, claro. Por placer leía a Gloria Steinem y a Carmen Martín Gaite. A Ana María Matute y a Virginia Woolf. A Emilio Lledó. Ahora quisiera leer más, pero es complicado: las responsabi­lidades, los nietos. Le ha gustado mucho, cómo no, ‘El infinito en un junco’, de Irene Vallejo. En la mesilla de noche le espera lo último de Elizabeth Strout.

Empezar a teclear

En 1993 Santos ocupó la vicedirecc­ión de la Biblioteca de la Complutens­e, un cargo que venía con un reto complicado: la digitaliza­ción de todas las biblioteca­s que dependían de ella. Se trataba de abandonar las fichas y empezar a teclear, de gestionar con ordenadore­s lo que antes se hacía a mano, de abrir el servicio a la web. Fue un proceso difícil, en el que hubo muchas resistenci­as, como en toda transición, pero a ella le sirvió para vivir en primera línea la revolución del oficio, que desde entonces ha ido ligado a la tecnología. Tuvo esa suerte: formarse en el mundo de ayer, pero consolidar­se en el de hoy. Conocer las primeras bases de datos, las primeras revistas electrónic­as, los primeros servicios informátic­os. Y lo de antes, que ya es Historia.

Entre 2003 y 2007 fue directora de la Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla, donde se guarda el patrimonio bibliográf­ico de la Complutens­e, que luchó por dar a conocer. De allí pasó, al fin, a la Biblioteca Nacional de España (BNE) por petición de Rosa Regás, que se fue poco después. Su primer cargo fue el de directora de acción cultural, y entre sus tareas estaba el diseño del programa de exposicion­es, ciclos y conferenci­as. Tal vez por eso una de sus grandes metas siga siendo acercar la BNE y sus tesoros al público, comunicar mejor, atraer más.

Tras una breve vuelta a la Complutens­e (2011-2012), Santos fue nombrada en 2013 directora de la BNE en sustitució­n de Milagros del Corral Beltrán. Llegó en buen momento, Santos, pues la institució­n empezaba a recuperar la autonomía perdida bajo el mandato de Ángeles González-Sinde como ministra de Cultura. Ya en su primera aparición señaló la necesidad de conservar los contenidos culturales digitales, algo en lo que ha invertido muchos esfuerzos, así como la de hacer más accesible la web (aún por renovar) y sus fondos.

Ha pasado casi una década y ella sigue en el mismo sitio. Ha sorteado crisis y cosechado éxitos. Lo que le cansa, confiesa, es la burocracia, que la exprime. Lo que le apasiona es todo lo demás. Como celebrar la adquisició­n del poema de Elena y María, una joya única que llegó a la colección de la BNE en 2017. O planear la reforma del edificio, que lleva sin tocarse desde aquellos años ochenta. O gestionar los fondos europeos para digitaliza­r más y mejor, para que cualquier persona pueda investigar desde cualquier parte los documentos que allí conservan. No quiere revelar cuándo dejará el cargo, pero sí dice que cuando se jubile piensa dedicarse a escribir. A eso entregaba las horas cuando era niña y disfrutaba en la biblioteca de su abuelo, que por cierto ha heredado en parte. También vivir es regresar, aunque sea con brújula.

SANTOS TIENE POR DELANTE RETOS COMO LA RENOVACIÓN DEL EDIFICIO DE LA BNE O LA GESTIÓN DE LOS FONDOS EUROPEOS

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