Cervantes, Quevedo y Rubens, espías del Siglo de Oro español
▶ Quinientos años antes de Pegasus, las cartas y documentos secretos del Archivo de Simancas rescatan tres momentos formidables de la Historia
Si María Estuardo hubiese tenido un móvil a buen seguro que su prima y rival Isabel I de Inglaterra habría ordenado pinchar su teléfono, pues sospechaba de la conspiración que tramaba contra ella, pero en aquella época las conversaciones a larga distancia se hacían por carta, cifradas para despistar a ojos ajenos al destinatario. Así lo hizo la Reina de Escocia. Estaba convencida del secreto de sus comunicaciones, puesto que había codificado todas las cartas que la comprometían. Desconocía que sir Francis Walsingham, el secretario de Isabel I y jefe de sus servicios de espionaje, había logrado leer su correspondencia gracias al buen hacer de su descifrador Thomas Phelippes y aguardaba a que María Estuardo se autoinculpara y firmara su sentencia de muerte, como finalmente hizo. «Conseguir una carta cifrada y descifrarla venía a ser lo mismo que interferir una llamada telefónica y escuchar una conversación», explica el profesor e investigador Javier Marcos, comisario junto a Julia Rodríguez de Diego, directora del Archivo General de Simancas (AGS), de la exposición sobre ‘Espías: servicios secretos y escritura cifrada en la monarquía hispánica’ que organizó el AGS justo antes de la pandemia.
Marcos, que lleva 27 años investigando en Simancas sobre espionaje, ve en el último escándalo de Pegasus algunas semejanzas con el pasado, salvando las evidentes distancias tecnológicas. «Los agentes secretos de los Austrias utilizaban la llamada ‘cifra general’, un código criptográfico que se daba a los embajadores, gobernadores y virreyes. Tenía la ventaja de que se podían comunicar con mayor facilidad, pero también el inconveniente de que si lo descifraba el enemigo podía interceptar la correspondencia de todos», relata el coautor junto a Carlos Carnicer de ‘Espías de Felipe II. Los servicios secretos del Imperio español’ (La esfera de los libros). Conocer el código era como espiar móviles a través de un virus.
El Archivo de Simancas conserva una ingente documentación sobre los servicios de inteligencia de los siglos XVI y XVII. Desde instrucciones y ordenanzas sobre la organización del espionaje a ‘avisos’ o informes enviados por los agentes al Consejo de Estado, el organismo con competencias en política exterior. Entre los espías destacaron personajes como el vallisoletano Martín de Acuña o el navarro Sebastián de Arbizu, pero también nombres famosos de las artes y las letras, que en su día desempeñaron un valioso papel como agentes secretos.
Cartas cifradas de Rubens
Pedro Pablo Rubens (Siegen Westfalia, 1577-Amberes, 1640) alternó a lo largo de su vida la pintura con actividades secretas al servicio de la monarquía hispánica. Hombre dotado de una gran habilidad social, rico y admirado, el artista aprovechó su talento artístico y las buenas relaciones que tenía en las cortes europeas para cumplir cometidos diplomáticos encomendados por los archiduques Alberto de Austria e Isabel Clara Eugenia, gobernadores soberanos de los Países Bajos, y por el propio Felipe IV. Su misión más destacada fue la negociación de paz con Inglaterra. La directora del Archivo de Simancas recuerda que en 1626 acudió a Calais, en Francia, para verse con el también pintor Baltasar Gerbier, un holandés residente en Londres y agente del duque de Buckingham (valido del Rey Carlos I de Inglaterra, al que Rubens había retratado). Este acercamiento inicial se camufló como un encuentro artístico en el que Rubens debía entregar unas obras de arte. Las primeras conversaciones no prosperaron, pero Rubens logró convencer al Rey para que le confiara de nuevo las negociaciones y entre 1629 y 1630 participó en Londres en conversaciones secretas de las que dio cumplida cuenta al conde-duque de Olivares.
En Simancas se conservan estas cartas autógrafas de Rubens, como la que el pintor envió al valido de Felipe IV el 6 de julio de 1629, escrita en italia
Su misión más destacada fue la negociación de paz con Inglaterra entre los años 1626 y 1630
Rubens
Quevedo Como secretario del duque de Osuna, por entonces virrey de Nápoles, dirigía sus redes de inteligencia
Cervantes Como excautivo, Cervantes conocía bien la zona y fue enviado en misión secreta a Orán, en la actual Argelia
no y parcialmente cifrada. Son ocho hojas manuscritas en las que posteriormente tacharon las cifras y añadieron el descifrado. Con la clave ‘2123171’ el pintor se refería, por ejemplo, al Rey de Inglaterra, y ‘paz’ se ocultaba bajo los números ‘271236’.
«Rubens era ante todo un componedor de gran prestigio, un diplomático secreto en misiones comprometidas al servicio de la Corona hispana en Flandes y otros países de Europa» que «actuaba de ‘agente oscuro’ necesario, aunque todas las inteligencias europeas conocían a lo que se dedicaba», comenta el escritor Fernando Martínez Laínez, autor de diversos libros de divulgación sobre espionaje, como el recientemente publicado ‘Espías del imperio’ (Espasa).
Los esfuerzos del pintor de ‘Las tres gracias’ se vieron recompensados con el éxito. España e Inglaterra firmaron la paz en 1630 en el llamado Tratado de Madrid y el artista fue nombrado caballero por el Rey de Inglaterra.
La ‘Conjuración de Venecia’
Destino distinto siguió Francisco de Quevedo, el más destacado entre los literatos y artistas que ejercieron de espías, ya que cayó en desgracia tras la ‘Conjuración de Venecia’, un oscuro episodio en el que se cree que se vio envuelto. Como secretario del duque de Osuna, por entonces virrey de Nápoles, dirigía sus redes de inteligencia. Los secretarios eran los gestores del secreto y el escritor, con su aguda inteligencia, su patriotismo y su conocimiento de las debilidades humanas, ejerció con gran eficacia como tal. «Quevedo era lo que hoy llamaríamos un ‘maestro de espías’. Manejó un juego de intereses y recursos de gran alcance, capaz de influir en la política española de su tiempo», apunta Martínez Laínez.
Meses antes de que se frustrara la revuelta contra el gobierno veneciano que Quevedo habría organizado, el literato remitió una carta al Consejo de Estado en nombre del duque de Osuna en la que expuso su visión sobre la situación política en Italia. Fechada el 14 de octubre de 1617, a juicio de Javier Marcos se trata de «una obra maestra». A lo largo de esos 7 folios, el autor de ‘El Buscón’ esgrimió las razones por las que Felipe III debía actuar en Venecia, la principal enemiga de los intereses españoles en Italia. «Es un análisis brillante que denota un conocimiento profundo de la política del momento», añade este especialista en temas de espionaje.
La insurrección fue abortada por los servicios secretos venecianos en mayo de 1618 y los canales se llenaron de cadáveres. En las calles, una multitud buscó a Quevedo durante horas, pero según una conocida anécdota, el escritor logró huir haciendo alarde de su ingenio. Se disfrazó de mendigo y encabezó un grupo de perseguidores, gritando contra sí mismo en perfecto dialecto veneciano.
En otro escrito enviado posteriormente al Consejo de Estado, Quevedo negó cualquier participación en la intriga, como por otra parte era de esperar en un buen agente secreto. De si realmente lo hizo o no, aún existen dudas. «Habría que investigar más en los archivos venecianos», apunta Marcos.
«Cosas» que hizo Cervantes
También en la vida de Cervantes hay puntos oscuros. Su biógrafo Luis Astrana Marín encontró en Simancas unos papeles que revelaron una faceta desconocida durante siglos. En dos reales cédulas de Felipe II datadas en Tomar (Portugal) el 21 de mayo de 1581 se ordenaba a Lope Giner, pagador de las armadas de Cartagena, y al tesorero general Juan Fernández de Espinosa que pagaran 50 ducados cada uno de los 100 concedidos al literato «teniendo consideración que va a ciertas cosas de nuestro servicio».
A su regreso de Argel, donde había pasado cinco años de cautiverio, Cervantes se dirigió a Tomar, donde se encontraba la corte, y se entrevistó con Mateo Vázquez, secretario del Rey. Buscaba un cargo oficial. El historiador
Emilio Sola explica que aquel era un momento «muy importante». Aunque se acababan de firmar unas treguas en Estambul, preocupaban los movimientos de la flota turca comandada por Euldj Alí, conocido en España como Aluchali o Uchalí. Como excautivo, Cervantes conocía bien la zona y fue enviado en misión secreta a Orán, en la actual Argelia. Allí debía encontrarse con el gobernador Martín de Córdoba y recoger un informe de un misterioso personaje llamado ‘alcaide de Mostagán’, posiblemente un converso que ejerció ese cargo con los turcos en la ciudad de Mostaganem. «Es un correo de avisos», indica Sola.
El célebre autor del Quijote partió desde Cádiz en mayo de 1581 con destino a Orán, donde permaneció un mes largo y cumplió con su cometido. «Ya no realizó más trabajos específicos de información, aunque siempre estuvo en contacto con redes financieras y con esa literatura de avisos, que con frecuencia traían los barcos de comerciantes», sostiene el exprofesor de Historia de la Universidad de Alcalá y escritor de diversos libros sobre Cervantes y los servicios secretos de la época. El propio Cervantes diría que no era dado a lisonjas, por lo que no prosperó en la corte y se dedicó a la literatura, por suerte para la Cultura.
A juicio de Sola, la obra de teatro ‘El trato de Argel’ que publicó a su vuelta «es la obra más refinada de información sobre la Berbería». En ella describe la sociedad que está surgiendo, en la que el nuevo dios es el dinero. «La gran labor de espionaje de Cervantes es descubrir la economía capitalista moderna», afirma.