ABC (Andalucía)

Sevilla enronquece con Morante

▶Corta dos orejas en la undécima de feria después de una faena histórica a un encastado sobrero de Garcigrand­e

- A. AMORÓS

Delante de nosotros, el cuarto toro, un encastado sobrero de Garcigrand­e, no paraba de embestir, se comía la muleta. Enfrente, impávido, vestido de verde y azabache, José Antonio Morante de la Puebla ligaba muletazos clásicos, atemperand­o la furia del animal, dejando que los pitones le pasaran rozando, muy cerca, alargando y profundiza­ndo la embestida y añadiendo el privilegio de la estética: un espectácul­o extraordin­ario. A mi lado, he visto a profesiona­les de pie, rugiendo, con la voz quebrada. Sevilla entera enronquecí­a con la emoción.

Con un toro bravo, ha llegado, ¡por fin!, lo que tanto estábamos esperando: Morante se había roto por completo y la Plaza entera se había roto con él. Todos éramos consciente­s de estar presencian­do algo inolvidabl­e, la unión de técnica, valor y belleza. Un ganadero resumía, a mi lado: «El arte completo del toreo». No le faltaba razón. Otro se preguntaba: «¿Mejor que la faena de San Miguel?» Y casi se le echaban encima varios: «Quizá menos perfecta pero de más mérito y más emocionant­e, porque este toro transmitía más». ¿Algún pero? No había habido toreo de capote, es cierto.

Devuelto por flojo el burraco de Torrestrel­la, el sobrero de Garcigrand­e había apretado fuerte al diestro casi contra las tablas. Embestía con furia pero colocaba bien la cabeza. Aguantaba con mérito Trujillo los derrotes. Cuando el animal pareció flaquear, sonó la voz de un gracioso: «Se te va a caer». Y Morante, delante del toro, sacó la ironía: «¡Ojalá!» No fue hacia el toro, hizo que se lo trajeran los peones; algunos se impacienta­ban, casi nadie daba nada por la faena.

Faena histórica

Comenzó con ayudados a dos manos, ahormando la embestida del toro. Inesperada­mente, soltó la mano izquierda y brotó un natural que dejó a la gente con la boca abierta. A partir de ahí, una sinfonía ininterrum­pida de muletazos ligados, a cuál más hermoso. Un maravillos­o cambio de mano provocó el éxtasis colectivo. El diestro, serio, sin triunfalis­mo, se salió de la suerte con torería: ¡ahí queda eso! Y ahí quedó, para el recuerdo. Luego, entró a matar con decisión pero la estocada quedó algo desprendid­a, tardó en caer, sonó un aviso. Morante ordenó a la cuadrilla que se retirara lejos, como homenaje al animal, que tuvo la muerte solemne de los toros bravos. El presidente concedió las dos orejas: me da igual que no hubiera dado ninguna, o el rabo. Queda, para el recuerdo, una faena histórica.

Hay que volver atrás. Manuel Perera recibió al primero de rodillas, para torear por verónicas, antes de comprobar si necesitaba o no otra lidia. También inició la faena de muleta de rodillas. El toro, algo brusco, le planteó no pocas dificultad­es. Mató regular y saludó los cariñosos aplausos.

En el último, que acabó siendo el de mejor juego, se fue de rodillas a porta gayola. También inició la faena de rodillas (parece ser su arma favorita), abusó de los muletazos invertidos y mató con decisión. Lo positivo: demostró claramente que quiere ser torero. Le falta mucho trecho por recorrer.

En el tercero, El Juli volvió a demostrar sus enorme capacidad técnica y su raza, eso que se tiene o no se tiene. Le fue alargando las cortas embestidas, mandando mucho, pero con suavidad, sin retorcimie­ntos. Una oportuna voz del tendido le llamó «Don Julián»: se lo estaba mereciendo. Mató con decisión. Hubo petición de oreja, no concedida, y saludos. ¿Por que no dio la vuelta al ruedo? Lo había merecido y, hace años, le hubieran obligado a darla.

Al salir el quinto, estábamos todos exhaustos, como vacíos, después de lo que había hecho Morante. Brindó El Juli con palabras cariñosas a Álvaro Domecq, el ganadero. Estuvo firme con un toro que protestaba y que se paró del todo. No había más que hacer. Pero, para mí, sale muy reforzado de esta Feria, donde ha dado su mejor versión de los últimos años.

El segundo toro no servía, era incierto, flaqueaba, se quedaba corto por los dos lados. Morante no se dio coba: salió ya con la espada de matar, le quitó las moscas con la muleta y se lo quitó de delante entrando a matar desconfiad­o. La bronca fue la que siempre escuchaban las figuras, en estos casos. Pero quedaba otro toro...

Emoción

Al concluir la lidia del cuarto, recibí un mensaje de un gran aficionado, desde Barcelona: «Hacía tiempo que no me emocionaba tanto». Tenía razón. En contra de lo que suelo, lo he narrado todo usando el pretérito, como si ya lo estuviera recordando, paladeando. Ahora mismo, Morante ya no es sólo un torero artista, como algunos creen, sino un lidiador completo. Hemos salido de esta bellísima Plaza con la conciencia de haber vivido una tarde histórica. Ya lo dijo el muy sagaz Marcial Lalanda: «No hay nada que se pueda comparar a la emoción que surge cuando coinciden un toro bravo y un torero clásico».

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// EFE Morante de la Puebla, durante la faena a su segundo toro, al que cortó dos orejas

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