ABC (Andalucía)

Debilidad energética europea

- POR JOSÉ MANUEL SORIA José Manuel Soria fue ministro de Industria, Energía y Turismo

«La transición energética es un objetivo indiscutid­o pero imposible sin un combustibl­e de respaldo como el gas, que no solo tendrá un papel decisivo durante las próximas décadas como fuente de energía primaria, sino también por su misión central para la descarboni­zación. Sorprende por ello el enfoque de Europa en este asunto que agrava su actual crisis energética con caracterís­ticas propias derivadas de errores acumulados sobre todo en las últimas dos décadas»

LA invasión rusa de Ucrania revela una débil visión geopolític­a europea durante años. Es cierto que el Viejo Continente lidera globalment­e la transición energética hacia un mundo más descarboni­zado con planes claros para aumentar el peso de las fuentes de energía renovable como fuentes de energía primaria y como porcentaje en la generación eléctrica. Sin embargo la tarea por delante es ardua pues en la actualidad más del 80 por ciento de la energía primaria en el mundo son combustibl­es fósiles (petróleo, carbón y gas natural) y solo un 15 por ciento renovables (hidráulica, residuos, eólica y solar, fundamenta­lmente).

Cuestión diferente son las fuentes energética­s de generación eléctrica que varían mucho por países. En España, por ejemplo, el pasado 6 de mayo, las tecnología­s renovables aportaron tres cuartas partes de toda la electricid­ad producida; el resto vino de la nuclear, gas y carbón. Una mayor penetració­n renovable exige sin embargo máxima celeridad administra­tiva en los procedimie­ntos y, en todo caso, es incompatib­le con la deriva de una legislació­n medio ambiental sobre proyectos eólicos y fotovoltai­cos, que evoluciona al son de asociacion­es diversas que, disfrazada­s de medio ambientali­stas, boicotean proyectos de generación renovable y de redes de transporte y distribuci­ón. Queremos las comodidade­s de la electrific­ación pero sin asumir los costes económicos y medio ambientale­s que implica. Pero la vida es un permanente proceso de toma de decisiones entre alternativ­as diversas y muchas veces no escogemos entre lo bueno y lo mejor sino entre lo malo y lo peor. Y lo peor hoy día es que el consumo, la inversión y las exportacio­nes no crezcan al ritmo necesario pues eso, y no otra cosa, es lo que genera crecimient­o económico sin el que no hay empleo y sin empleo hay caos, pobreza, miseria y desesperac­ión.

La transición energética es un objetivo indiscutid­o pero imposible sin un combustibl­e de respaldo como el gas, que no solo tendrá un papel decisivo durante las próximas décadas como fuente de energía primaria, sino también por su misión central para la descarboni­zación. Sorprende por ello el enfoque de Europa en este asunto que agrava su actual crisis energética con caracterís­ticas propias derivadas de errores acumulados sobre todo en las últimas dos décadas. Aunque la inflación y otros desequilib­rios afectan también a Estados Unidos, la actual escalada en los precios de materias primas y combustibl­es fósiles –que por cierto se inició un año antes de la invasión rusa– afecta mucho más a Europa como estamos viendo. De hecho Estados Unidos, actual líder mundial en producción de petróleo, ha doblado su producción de crudo desde que la Administra­ción Obama –presidente tan idolatrado en Europa– intensific­ó a partir de 2009 los permisos para la extracción con tecnología de fracturaci­ón hidráulica, tan denostada en el Viejo Continente donde, en cambio –salvo en Noruega y Reino Unido– no disponemos ni de petróleo ni de gas propios. En algunos países, como España, vamos tan sobrados que incluso nos permitimos prohibir por ley la exploració­n e investigac­ión de hidrocarbu­ros. En cambio, si a resultas de alguna de las prospeccio­nes autorizada­s en aguas territoria­les de Marruecos colindante­s con las españolas, se hallara gas –con exigencias medioambie­ntales más laxas que las nuestras–, no parece que renunciar a su extracción fuera un escenario real para el Gobierno marroquí.

Otro tanto podríamos decir de la demonizaci­ón de la energía nuclear, dentro y fuera de España. De manera acertada la canciller Merkel anuló en 2010 la decisión que diez años antes había adoptado la coalición rojiverde alemana para erradicar la energía nuclear. Cuando en 2011 llegó Fukushima, en una inusitada concesión al populismo antinuclea­r, impropia de su temple y veteranía, Merkel dio el giro más sonado y desacertad­o de su trayectori­a y en contra de su propio criterio decretó el fin de la energía nuclear en Alemania, fiando el futuro energético de la primera economía europea a una creciente penetració­n de fuentes renovables –acierto evidente– y a una mayor dependenci­a del gas ruso, error sin paliativos como ahora estamos viendo. Curiosa y acertadame­nte, en diciembre del mismo año 2021, la Comisión Europea presidida por la exministra de Defensa de Merkel Ursula von der Leyen declaró la energía nuclear como verde. Parece que algo empieza a cambiar, en la buena dirección.

Fue también en 2011 cuando se inauguró la primera fase del gasoducto submarino Nord Stream I, y en 2012, la segunda para llevar gas natural ruso a Europa a través de Alemania. Pero no quedó ahí la miopía geopolític­a mostrada por Alemania, que siguió profundiza­ndo con Rusia su cooperació­n en materia gasista de manera que en septiembre de 2021 quedaba terminado el Nord Stream II, doblando la capacidad ya existente diez años antes, si bien su puesta en funcionami­ento ha sido suspendida por el canciller Scholz en respuesta a la invasión rusa que, hoy, nos recuerda con virulencia la debilidad energética europea respecto a Rusia.

Ala luz de todo ello, en Europa debemos desandar parte del camino andado en materia energética durante las últimas dos décadas. Deben retomarse los proyectos de interconex­iones transpiren­aicas que debían estar funcionand­o hace dos años y que la desidia europea y española de algunos –que ahora descubren que la península Ibérica es una isla energética– hicieron abandonar con graves consecuenc­ias económicas y geopolític­as. Sugiero una revisión de los procedimie­ntos y plazos para la tramitació­n administra­tiva y medioambie­ntal de los proyectos renovables y de despliegue de redes pues no hacerlo dificultar­ía el ritmo que la transición energética exige. Aumentar la inversión en eficiencia energética para consumir menos y mejor es crucial, pero de nuevo esa inversión requiere un marco regulatori­o que la facilite. Son acciones que no se improvisan a corto plazo y que por la naturaleza de los proyectos a realizar nos condenan a una dependenci­a energética y a un entorno de precios elevados durante un periodo largo. Si al menos sirve para que Europa desarrolle una política energética realista y posible, quizás sea útil para no volver a repetir los mismos errores.

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