Musk en China: donde la libertad de expresión tiene un alto precio
▶ La enorme dependencia del gigante asiático para Tesla y la docilidad del magnate sudafricano con el Partido Comunista genera dudas sobre el impacto que la compra de Twitter tendrá para la libertad de expresión
«¿Acaba de lograr el Gobierno chino un poco de influencia en la plaza pública?». El interrogante de Jeff Bezos, fundador de Amazon y uno de los hombres más ricos del mundo, apunta a uno de los poquísimos que lo son más que él: Elon Musk. Una pulla entre multimillonarios con forma de «interesante pregunta», desde y sobre Twitter. El magnate sudafricano ha apelado a la necesidad de defender la libertad de expresión para adquirir la red social. Esta transacción, no obstante, podría debilitar el principio dada la relación de dependencia que une a su principal empresa con la más poderosa de las dictaduras.
Las cifras hablan por sí mismas. China, segundo mercado de Tesla, supuso el año pasado la mitad de sus ventas y un cuarto de sus ingresos. Allí están también algunos de sus proveedores esenciales, como la productora de baterías CATL. «La seducción de sus posibilidades resulta difícil de resistir», explica Duncan Clark, fundador y presidente de BDA, firma de inversión especializada en tecnología. «Pero China representa también una suerte de Excalibur, rodeada de los cuerpos de todos los empresarios que no consiguieron aposentarse en el país». Ahí yace, precisamente, Bezos: Amazon claudicó en 2019.
Musk, triunfador entre tanto fracaso, asumió pronto que mostrarse dócil y solícito con el Partido Comunista constituye requisito imprescindible para conquistar la economía china. La lección va implícita en su apodo. «El viejo Ma» –contracción afectuosa de su nombre transliterado al mandarín, «Yilong Masike»– comparte sinograma con otro emprendedor local, adorado hasta que perdió el favor del Gobierno: Jack Ma.
En julio del año pasado, la agencia oficial de noticias ‘Xinhua’ publicaba un tuit con unas palabras de Xi Jinping, celebrando que «China ha alcanzado el primer objetivo centenario: la construcción de una sociedad moderadamente próspera». Aseveración a la que Musk contestó con el entusiasmo de un agente de viajes. «La prosperidad económica que China ha alcanzado es realmente increíble, ¡especialmente en infraestructura! Animo a la gente a que acuda y lo vea por sí misma». El magnate ha logrado, además, que sus reiterados elogios al régimen no dañen su imagen en Estados Unidos.
El favorito del partido
Gestos como este contribuyen a que Tesla goce de condiciones excepcionales en China. Por ejemplo, en materia de legislación. Fue la primera automotriz extranjera con licencia para operar en el país sin formar un consorcio compartido con firmas chinas, hasta entonces condición indispensable –y sumidero para la propiedad intelectual–. Apenas tres meses después de la entrada en vigor de una nueva normativa ‘ad hoc’, Tesla hizo público el acuerdo para alquilar una enorme parcela en la zona de libre comercio de Shanghái.
Allí levantaría su Gigafactory 3. Para hacerlo, también contó con apoyo económico. Varios bancos públicos le concedieron préstamos por un valor total de 521 millones de dólares (492 millones de euros), entregados a una tasa subsidiada –es decir, por debajo de los estándares de mercado gracias a la intervención del Estado– y sin recurso –por lo que en caso de impago no podrían reclamar compensación alguna–, según reveló ‘Bloomberg’. La ayuda fue incluso burocrática. Tesla comenzó la construcción del complejo antes de obtener los permisos necesarios, por lo que funcionarios públicos fueron desplazados a las obras para agilizar los trámites.
Al cabo de un año, los primeros Model 3 producidos en Shanghái salían al mercado. Este pronto se convirtió en el coche eléctrico más popular de China, con 114.00 unidades vendidas en 2020, un quinto de las globales. Musk seguía cumpliendo con su parte. «Creo que China es el futuro», proclamó al inaugurar la fábrica. Durante su encuentro personal con el primer ministro Li Keqiang se puso romántico: «I love China».
Un regalo muy caro
«Gran parte del éxito de Tesla en China consiste en la sólida relación que ha construido tanto con el Gobierno como con entidades comerciales», apunta Shameen Prashantham, vicedecano de la escuela de negocios CEIBS en Shanghái. «Recibir la autorización para operar de manera independiente demuestra el poder de marca de Tesla, así como del profundo compromiso del país con la electrificación. Su presencia, además, confirma la narrativa de China como defensor de la globalización». Si Pekín ha dejado ganar a Musk es solo porque nunca pierde.
La entrada de Tesla reavivó un sector estratégico, el de los coches eléctricos, que comenzaba a renquear tras un rápido desarrollo impulsado por una generosa política de estímulos. Su aterrizaje, además, llegó durante los días más tensos de la guerra comercial desatada por la administración Trump, cuando China ambicionaba una historia de éxito que ofrecer al mundo. Qué mejor prueba de aperturismo que integrar en sus sueños de
Tesla tiene en el país asiático su segundo mercado, la mitad de sus ventas y un cuarto de sus ingresos anuales
Twitter está prohibido en China desde 2009, pero la propaganda oficial recurre a la plataforma para diseminar desinformación
primacía tecnológica a una de las empresas más innovadoras, ofreciéndole un trozo sustancial de su mercado y garantizándose una poderosa influencia en su porvenir.
Musk está atado a China. Su comportamiento demuestra que lo sabe. Cuando a causa de la pandemia el estado de California cerró la fábrica de Tesla allí, el sudafricano tachó al Gobierno de «fascista» y exigió que «devolviera a la gente su maldita libertad». Cuando Shanghái hizo lo propio, silencio. Su situación evidencia la paradoja de triunfar en China. «Obtener muy buenos resultados aquí es un problema porque genera dependencia del criterio de las autoridades, pero no puedes ser un líder global sin China», señala Clark.
En todas aquellas cuestiones con ángulos políticos, Musk siempre ha acatado, obediente, la línea oficial. Pese a las protestas de la comunidad internacional, siguió adelante con su decisión de abrir a principios de este año una tienda de Tesla en Xinjiang; provincia donde el Partido Comunista ha puesto en marcha campos de reeducación por los que han pasado más de un millón de personas de minorías étnicas como los uigures. Cuando Pekín prohibió que sus coches accedieran a edificios públicos dado que los datos recogidos eran transferidos fuera de China, Musk reaccionó estableciendo un centro de almacenamiento de información en el país.
Durante discusiones paralelas a la compra de Twitter, Musk se ha declarado un «absolutista» de la libertad de expresión, la cual ha defendido con argumentos endebles. «Por libertad de expresión simplemente quiero decir aquella que esté de acuerdo con la ley. Estoy en contra de la censura que va mucho más allá de la ley», escribía en la plataforma. La ley, ¿de dónde? ¿La que impera para la red social en Estados Unidos o para los usuarios en sus respectivos países? ¿Qué tiene esta segunda acepción de «absolutista»? ¿Y qué supone ante regímenes como el chino –cuya Constitución, de hecho, reconoce en su artículo 35 una libertad de expresión «plena»–?
Peligro para Twitter
Twitter está prohibido en China desde 2009, como la mayoría de redes sociales y medios de comunicación internacionales –también ABC–. La propaganda oficial, sin embargo, recurre a la misma plataforma que censura en su país para diseminar desinformación a nivel global a través de ejércitos de bots. En junio de 2020 la red social eliminó más de 170.000 cuentas falsas dedicadas a «difundir narrativas geopolíticas favorables al Partido Comunista», decisión alabada entonces por Musk. Esto puede suponer un punto contencioso. También la etiqueta «medios estatales» que identifica a las principales cabeceras chinas y a sus empleados más activos, práctica que estos han calificado de «intimidación».
Pero el peligro más punzante amenaza a los usuarios. El precedente de Yahoo y el periodista chino Shi Tao es ejemplo de todo lo que puede ir mal. Corría 2004 cuando este editor de un diario de la provincia de Hunan recibió un documento oficial en el que las autoridades prohibían la publicación de artículos relativos al 15 aniversario de la matanza de Tiananmén. A través de su correo electrónico de Yahoo, Shi filtró el archivo a un portal de noticias estadounidense. Ante la intimidación del Gobierno chino, la tecnológica acabó desvelando su identidad. Shi fue condenado a diez años de cárcel acusado de divulgar secretos de Estado.
Twitter estaba a salvo de estos riesgos. A partir de ahora, no obstante, su nuevo dueño tiene importantes intereses que defender en el país. «China no dudará en emplear cualquier influencia que tenga. Si algo sabemos de este país es que la oportunidad de obtener una ventaja táctica rara vez se desaprovecha», concluye Clark.
A estos cálculos hacía referencia Jeff Bezos, quien en una réplica a su tuit original escondía la mano tras tirar la piedra. «Mi propia respuesta a esta pregunta es que posiblemente no. El resultado más probable es una mayor complejidad para Tesla en China más que censura en Twitter». Y en un tercer y último mensaje: «Pero ya veremos. Musk es extremadamente bueno en navegar este tipo de complejidades». Tras varios años en China, el magnate sudafricano ya sabe que los primeros obstáculos a la libertad de expresión son íntimos. Lo que quizá no haya descubierto todavía es que esta puede salir mucho más cara que la adquisición de Twitter.