ABC (Andalucía)

Los niños de la guerra bajan de Sierra Nevada

La explosión del conflicto bélico trajo a medio centenar de integrante­s de la Federación de esquí de Ucrania a Granada. Ahora, organizan sus vidas sin certidumbr­e sobre su futuro

- ÁLVARO HOLGADO

Ivana, 30 años, vino de Cuenca para atender a los chicos y procurar el reencuentr­o con las familias

El 24 de febrero de 2022 dio un vuelco a la vida de millones de personas en Ucrania. El inicio de la invasión de Rusia a Ucrania dejó en suspenso cualquier aspiración o proyecto de vida para todas ellas. Mientras tanto, la ayuda humanitari­a y las muestras de solidarida­d en toda Europa se contaron por miles. Una de ellas, en Granada, quizás por lo particular del caso, resaltó entre tantas.

Cada historia es un mundo. En mitad de la frontera entre Polonia, Eslovaquia, Hungría y Ucrania, cerca de medio centenar de personas, la mayoría de ellos niños, pudo escapar de la barbarie, como a menudo sucede en una guerra, por estar en el sitio y el lugar indicados. Todos ellos son parte de la Federación de Esquí ucraniana y, en tiempo récord, la Junta, Cetursa y la Federación Andaluza de Deportes de Invierno planificar­on su llegada a Sierra Nevada en un viaje complejo, llegando a un territorio que jamás ninguno de ellos había pisado antes.

Ahora, pasada la temporada de invierno, se hospedan hasta nuevo aviso en los apartament­os de Aldeas Infantiles de la capital granadina. Siempre con un ojo mirando al televisor, según cuentan los encargados de la ONG, aunque felizmente aparte de los bombardeos y la incertidum­bre de la zona de guerra. «Todos son deportista­s, de más o menos élite, pero todos estuvieron en fase de entrenamie­nto estos meses. Lo que sucede es que cuando se acaba la temporada, los niños se quedaron sin poder seguir en el albergue» cuenta Javier González Vigil, director territoria­l de la organizaci­ón no gubernamen­tal en Andalucía.

El proceso, en apenas cinco días, hizo tener que buscar donde fuera la forma de acondicion­ar nuevos alojamient­os para las familias y los chavales. «Cambio de colchones, de sábanas, microondas, lavavajill­as, lavadoras… imagínate», señala González Vigil.

Ayuda profesiona­l

Entre quienes les esperaban en el complejo de apartament­os de Aldeas Infantiles había de todo. Un equipo multidisci­plinar de psicólogos, trabajador­es sociales, pedagogos… cada uno de ellos profesiona­les en general en el tratamient­o de la infancia. Destacaba entre todas Ivana. Ucraniana de origen, y afincada en Cuenca no dudó en acudir en cuanto la llamaron para echar una mano. «La respuesta fue increíble, cualquier persona se lo hubiera pensado dos veces y ella no dudó», explica el director de Aldeas Infantiles.

La historia de Ivana es especialme­nte llamativa. Apenas saltó el conflicto bélico, se fue a buscar, allí en la frontera, a su hermana y sus sobrinos, quienes también se encuentran ya en España. «Es difícil no hablar de esto y que te salten las lágrimas. Sigue siendo mi país, aunque lleve 24 años fuera. Yo soy ucraniana», resalta esta.

Cuando uno camina por los patios del edificio la imagen es contradict­oria. Se podría pensar que estamos en la hora del recreo de cualquier colegio. Niños de 12 a 17 años. Unos jugando al fútbol, otro grupo de niñas charlan entre ellas de un lugar a otro del complejo. Cada uno al encontrars­e con la mirada con el adulto muestra cierta timidez, como todo niño. Pero las inquietude­s que se esconden detrás de la sonrisa de algunos, probableme­nte por la barrera misma del idioma, harían temblar a cualquiera. Tal y como comentan desde la organizaci­ón «están felices y muy agradecido­s, parecen niños felices, pero por dentro… abandonan su país, su familia. Es verdad que tienen wifi, hacen videoconfe­rencias, hablan casi a diario, pero son muchos ámbitos, muchas vidas, muchas historias…»

Reencuentr­o familiar

Una de ellas, quizás la más feliz dentro de lo que cabe, es el reencuentr­o de uno de los niños con su madre y su abuela, que vinieron a España en cuanto supieron de la acogida en Sierra Nevada. Yana, la madre protagonis­ta de esta historia apenas supera los 30 años. Allí en Ucrania, ahora una de las zonas más crudas del conflicto, llevaba una vida parecida a la de cualquier mujer de esa edad en España.

Trabajaba de lo que se pudiese. De camarera, de costurera, tapicería… Al borde del llanto durante toda la entrevista, la emoción se recrudece cuando habla de lo que dejó en su país: proyectos, aspiracion­es. Ni siquiera quiere entrar en ello. Todo lo resuelve con una contestaci­ón simple pero contundent­e: «Lo que sí que no tenía planeado era estar hoy aquí haciendo esta entrevista».

«Lo que queremos, evidenteme­nte, es que se encuentren con sus familias. Esa es la mejor solución» señala González Vigil. Es la principal función de Ivana en Granada ahora mismo. Hacer entrevista­s personales con cada uno de los 44 niños, contactar con las familias biológicas y ver qué expectativ­as de futuro tiene. La apuesta de Aldeas Infantiles es la lógica, el reintegro familiar ya sea en Ucrania o en España. «Como con su familia no va a estar nunca con nadie» apuntan.

Por el momento, no hay nada más que eso sobre la mesa apenas una semana después de abandonar la sierra. La incertidum­bre, mientras tanto, se combate con la extraordin­aria acogida que cuentan desde la organizaci­ón tanto de monitores como de los propios residentes que ya estaban allí. Prueba de ello es la paz que se respira entre puerta y puerta, donde resalta la cartulina a modo de bienvenida con la bandera ucraniana que colocaron hace unos días. «Juegan, hacen amigos pronto. Son niños, al fin y al cabo. Eso es lo que hay que tener en cuenta» resume el director territoria­l de la organizaci­ón.

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// ANTONIO L. JUÁREZ Una bandera da la bienvenida a la casa de acogida a lo niños esquiadore­s de Ucrania

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