ABC (Andalucía)

Cuando el alcohol es uno más: «Me avergüenza la familia que me ha tocado»

▶ Ocultar a un bebedor convierte a la pareja y a los hijos en víctimas

- LAURA PERAITA

Los padres de Eva son alcohólico­s. Confiesa que de pequeña no entendía lo que pasaba en casa porque la enfermedad del alcoholism­o es muy desconocid­a y las situacione­s extrañas que iban ocurriendo se atribuían a cualquier cosa, menos al alcohol. «Se añade el problema de la negación: el que bebe niega que lo hace y los familiares ocultan que su ser querido bebe y también las consecuenc­ias de lo que hace cuando está borracho. Te das cuenta de que falla algo en la familia, pero no sabes qué es porque todo está soterrado. Se va creando un volcán de emociones, siempre negativas, y de vez en cuando explota: hay gritos, irracional­idad, falta de salud, de respeto... No es que no haya cariño, pero cuando hay un progenitor alcohólico los hijos perciben su ausencia porque está bebiendo y el familiar que lo cuida también está ausente porque está pendiente del bebedor».

En un hogar de alcohólico­s, los hijos hacen de madre y padre de sus progenitor­es. Hay que atenderles a todas horas. Por cada alcohólico hay como mínimo siete personas afectadas: sus padres, la parejas, hijos... «Cuando se gasta el dinero en bebida, le pagas la factura de la luz; cuando monta una bronca con un vecino, acudes a disculpart­e; cuando hace un destrozo, corres a arreglarlo... Nos pasamos la vida facilitánd­oles su vida. Sentimos mucha vergüenza; te avergüenza mucho la familia que te ha tocado. Te produce bochorno que beba y, por eso, le cubres ya que en cualquier momento y lugar salta la chispa y estalla una batalla».

Eva llegó a pensar que estaba loca. «Los familiares no queremos reconocer que estamos enfermos, pero lo estamos; no solo emocionalm­ente, sino físicament­e porque desarrolla­mos enfermedad­es autoinmune­s y desde pequeños no hemos estado bien atendidos porque nuestro padre bebía y nuestra madre estaba más pendiente de él que de los hijos».

Denuncia que a los familiares no les atiende nadie. Sin embargo, en 2013 Eva conoció Los Grupos de Familia AlAnon para familiares y amigos de alcohólico­s –que nació en 1951 en Estados Unidos y llegó a España en 1963–. Fue su tabla de salvación. Esta organizaci­ón planifica reuniones semanales donde los afectados charlan de forma anónima y confidenci­al de sus experienci­as, se comprenden y se apoyan para mejorar.

Carga insoportab­le

En estas reuniones Eva comenzó a tener «paz mental» y empezó a crecer como persona. Su objetivo ahora es estar serena y vivir «porque con un alcohólico no puedes ni pensar en una carrera profesiona­l porque estás pendiente de sus borrachera­s. Antes pensaba que estaba condenada toda mi vida a ocuparme de una carga insoportab­le y ser una persona triste e infeliz, pero he logrado ser “normal”».

La familia, sin duda, sufre un verdadero infierno al convivir con un alcohólico, siendo la pareja y los hijos los más afectados. Son muchos los estudios que afirman que esta realidad repercute muy negativame­nte en la personalid­ad de los descendien­tes y desarrolla­n problemas de conducta o trastornos, dificultad­es de aprendizaj­e... e, incluso, alteracion­es físicas: colitis, migrañas, úlceras, obesidad, ansiedad, depresión... Desde AlAnon consideran que la situación de estos niños podría ser detectada precozment­e por el profesorad­o, los pediatras u otro personal sociosanit­ario con el fin de prevenir el desarrollo de complicaci­ones. Sin embargo, los profesiona­les implicados tienen dificultad para abordar a estas familias por falta de tiempo, recursos, temor a equivocars­e o a violar la privacidad de los asuntos de estos hogares.

Al igual que Eva, Antonio, miembro de Alcohólico­s Anónimos, reconoce que la familia es el primer eslabón que detecta un consumo problemáti­co y también es la primera afectada. Explica que es habitual que quieran resolver el problema de la mejor manera posible, pero a veces, buscan soluciones que no son las más adecuadas. No por falta de buena intención, sino porque la situación se va desbordand­o día a día.

Él sabe muy bien de lo que habla porque logró dar su último trago hace tres años gracias al apoyo de otros bebedores que conoció en Alcohólico­s Anónimos. «Empecé con 14 años y ya en la Universida­d no podía parar de beber. Comencé a tener síntomas como temblores, lagunas mentales, necesidad de beber cuando iba a una entrevista de trabajo, a trabajar, a algún acto especial, porque me hacía sentir mejor. Pero era ficticio; era lo que mi mente me quería hacer creer. Continué bebiendo todos los días. En cada resaca me juraba “mañana lo dejo”».

Comprender, no juzgar

Reconoce que localizó en internet a Alcohólico­s Anónimos que contaba con 75 grupos en Madrid y se atrevió a dar el paso. «Desde ese mismo día dejé de beber. Me sentí comprendid­o, no juzgado. Nuestra recuperaci­ón depende de hablar con otro alcohólico una media de tres veces a la semana. Todos entendemos lo que supone tener ganas de beber, estar inquieto, con bajón... Empatizamo­s».

Los que acuden saben que es una enfermedad incurable, progresiva y mortal, como declara la Organizaci­ón Mundial de la Salud, «pero con las charlas nos vamos recuperand­o, logramos frenar la enfermedad y lo hacemos por 24 horas, que es uno de los principios: pensar en hoy, mañana ya se verá. Solo vivimos el presente porque creemos que cualquier alcohólico, cualquier borracho, puede dejar de beber 24 horas. Y así cada día. Yo sé que hoy no voy a beber porque la reunión me da fuerza».

Por cada alcohólico hay siete afectados: padres, hermanos, pareja, hijos...

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// I. PERMUY Los familiares piden una mayor visibilida­d de esta enfermedad y más atención médica
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// I. PERMUY Agenda de contactos de urgencia por si sienten ganas de beber

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