Cuando el alcohol es uno más: «Me avergüenza la familia que me ha tocado»
▶ Ocultar a un bebedor convierte a la pareja y a los hijos en víctimas
Los padres de Eva son alcohólicos. Confiesa que de pequeña no entendía lo que pasaba en casa porque la enfermedad del alcoholismo es muy desconocida y las situaciones extrañas que iban ocurriendo se atribuían a cualquier cosa, menos al alcohol. «Se añade el problema de la negación: el que bebe niega que lo hace y los familiares ocultan que su ser querido bebe y también las consecuencias de lo que hace cuando está borracho. Te das cuenta de que falla algo en la familia, pero no sabes qué es porque todo está soterrado. Se va creando un volcán de emociones, siempre negativas, y de vez en cuando explota: hay gritos, irracionalidad, falta de salud, de respeto... No es que no haya cariño, pero cuando hay un progenitor alcohólico los hijos perciben su ausencia porque está bebiendo y el familiar que lo cuida también está ausente porque está pendiente del bebedor».
En un hogar de alcohólicos, los hijos hacen de madre y padre de sus progenitores. Hay que atenderles a todas horas. Por cada alcohólico hay como mínimo siete personas afectadas: sus padres, la parejas, hijos... «Cuando se gasta el dinero en bebida, le pagas la factura de la luz; cuando monta una bronca con un vecino, acudes a disculparte; cuando hace un destrozo, corres a arreglarlo... Nos pasamos la vida facilitándoles su vida. Sentimos mucha vergüenza; te avergüenza mucho la familia que te ha tocado. Te produce bochorno que beba y, por eso, le cubres ya que en cualquier momento y lugar salta la chispa y estalla una batalla».
Eva llegó a pensar que estaba loca. «Los familiares no queremos reconocer que estamos enfermos, pero lo estamos; no solo emocionalmente, sino físicamente porque desarrollamos enfermedades autoinmunes y desde pequeños no hemos estado bien atendidos porque nuestro padre bebía y nuestra madre estaba más pendiente de él que de los hijos».
Denuncia que a los familiares no les atiende nadie. Sin embargo, en 2013 Eva conoció Los Grupos de Familia AlAnon para familiares y amigos de alcohólicos –que nació en 1951 en Estados Unidos y llegó a España en 1963–. Fue su tabla de salvación. Esta organización planifica reuniones semanales donde los afectados charlan de forma anónima y confidencial de sus experiencias, se comprenden y se apoyan para mejorar.
Carga insoportable
En estas reuniones Eva comenzó a tener «paz mental» y empezó a crecer como persona. Su objetivo ahora es estar serena y vivir «porque con un alcohólico no puedes ni pensar en una carrera profesional porque estás pendiente de sus borracheras. Antes pensaba que estaba condenada toda mi vida a ocuparme de una carga insoportable y ser una persona triste e infeliz, pero he logrado ser “normal”».
La familia, sin duda, sufre un verdadero infierno al convivir con un alcohólico, siendo la pareja y los hijos los más afectados. Son muchos los estudios que afirman que esta realidad repercute muy negativamente en la personalidad de los descendientes y desarrollan problemas de conducta o trastornos, dificultades de aprendizaje... e, incluso, alteraciones físicas: colitis, migrañas, úlceras, obesidad, ansiedad, depresión... Desde AlAnon consideran que la situación de estos niños podría ser detectada precozmente por el profesorado, los pediatras u otro personal sociosanitario con el fin de prevenir el desarrollo de complicaciones. Sin embargo, los profesionales implicados tienen dificultad para abordar a estas familias por falta de tiempo, recursos, temor a equivocarse o a violar la privacidad de los asuntos de estos hogares.
Al igual que Eva, Antonio, miembro de Alcohólicos Anónimos, reconoce que la familia es el primer eslabón que detecta un consumo problemático y también es la primera afectada. Explica que es habitual que quieran resolver el problema de la mejor manera posible, pero a veces, buscan soluciones que no son las más adecuadas. No por falta de buena intención, sino porque la situación se va desbordando día a día.
Él sabe muy bien de lo que habla porque logró dar su último trago hace tres años gracias al apoyo de otros bebedores que conoció en Alcohólicos Anónimos. «Empecé con 14 años y ya en la Universidad no podía parar de beber. Comencé a tener síntomas como temblores, lagunas mentales, necesidad de beber cuando iba a una entrevista de trabajo, a trabajar, a algún acto especial, porque me hacía sentir mejor. Pero era ficticio; era lo que mi mente me quería hacer creer. Continué bebiendo todos los días. En cada resaca me juraba “mañana lo dejo”».
Comprender, no juzgar
Reconoce que localizó en internet a Alcohólicos Anónimos que contaba con 75 grupos en Madrid y se atrevió a dar el paso. «Desde ese mismo día dejé de beber. Me sentí comprendido, no juzgado. Nuestra recuperación depende de hablar con otro alcohólico una media de tres veces a la semana. Todos entendemos lo que supone tener ganas de beber, estar inquieto, con bajón... Empatizamos».
Los que acuden saben que es una enfermedad incurable, progresiva y mortal, como declara la Organización Mundial de la Salud, «pero con las charlas nos vamos recuperando, logramos frenar la enfermedad y lo hacemos por 24 horas, que es uno de los principios: pensar en hoy, mañana ya se verá. Solo vivimos el presente porque creemos que cualquier alcohólico, cualquier borracho, puede dejar de beber 24 horas. Y así cada día. Yo sé que hoy no voy a beber porque la reunión me da fuerza».
Por cada alcohólico hay siete afectados: padres, hermanos, pareja, hijos...