ABC (Andalucía)

MÁS ABORTO EN ESPAÑA

La nueva ley abortista que impulsa el Gobierno pretende derogar la grave norma actual y dejar sin efecto así el recurso que presentó el PP. Por eso urge que el TC sentencie cuanto antes

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EL Consejo de Ministros aprobará próximamen­te una reforma del aborto voluntario, aumentando la desprotecc­ión del no nacido en la que ya incurre la vigente ley de 2010. Aunque el proyecto del Gobierno pretende derogar la norma actual y así dejar sin objeto el recurso de inconstitu­cionalidad del Partido Popular, aún pendiente en el Tribunal Constituci­onal, los plazos del procedimie­nto parlamenta­rio permitirán a este tribunal resolver antes de que el Parlamento apruebe definitiva­mente la reforma. La decisión del TC urge de manera tan evidente que resulta inexplicab­le el retraso de más de una década en afrontar un tema esencial para la sociedad. Cambie o no la ley del aborto, el TC tiene que pronunciar­se sobre dos aspectos esenciales: si la interrupci­ón voluntaria del embarazo –eufemismo del aborto– es un derecho fundamenta­l, y si un sistema de plazos que deje la vida del no nacido a expensas de la decisión de la madre es constituci­onal. Ambas cuestiones deben ser resueltas para la actual y la futura ley del aborto. Es un debate que el TC debe zanjar cuanto antes.

Entretanto, el Gobierno se afana en lo que mejor se le da: profundiza­r en la división social y utilizar la ley para ideologiza­r la vida ciudadana. En la reforma anunciada por el Gobierno se prevé dar libertad a las menores de edad, entre 16 y 17 años, para que aborten sin necesidad de la autorizaci­ón de sus padres, lo que abrirá profundas brechas en muchas familias, condenadas a judicializ­ar un conflicto impuesto por ese designio de la izquierda de romper los vínculos naturales de la persona, ya sea con su familia, ya sea con el no nacido. La segunda medida no es nueva, porque ya se aplica con la eutanasia. Se trata de la creación de un registro de médicos y sanitarios que se acojan a la objeción de conciencia para no ser partícipes en la muerte voluntaria de un ser humano en gestación. Es una forma de señalar públicamen­te a los profesiona­les de la sanidad pública que invoquen el derecho fundamenta­l a la objeción de conciencia. No parece, sin embargo, que esta exposición pública vaya a hacer que estos sanitarios cambien de criterio ante una forma de eliminar la vida humana. Esta reforma es innecesari­a desde cualquier punto de vista social, médico o jurídico. Solo busca un nuevo motivo de enfrentami­ento ciudadano para movilizar a la izquierda en un momento de declive preelector­al. Por eso arreciará su campaña abortista con ese lenguaje absurdo de «derechos reproducti­vos» y otros de similar dialecto progre. La defensa de la vida humana es una batalla que nunca se pierde mientras se dé. Por eso es necesario que los grupos sociales y los partidos políticos que propugnan el respeto a la dignidad humana no sucumban a la presión del discurso abortista. La muerte del no nacido no es un medio legítimo para ninguna reivindica­ción feminista. Es más, la exclusión absoluta del padre sobre la suerte del no nacido es una opción profundame­nte machista. Que solo la madre decida sobre la vida o la muerte de su hijo no tiene explicació­n coherente en el discurso de la correspons­abilidad del hombre.

Cuando la coalición de izquierdas derogó la ley valenciana de protección de la maternidad en 2017, quedó claro que el objetivo de los sectores abortistas no es proteger y propiciar la libertad de elección de las mujeres, sino dejarlas expuestas sin alternativ­a a la terrible experienci­a del aborto. Tener un hijo es, por supuesto, una opción que debe quedar reservada a la libertad de la mujer, pero una vez concebido no se puede ignorar la existencia de un nuevo ser humano, distinto, digno y cuya única aspiración es nacer y vivir.

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