ABC (Andalucía)

El marco roto

Ningún proyecto de cambio puede soslayar la reconstruc­ción de los daños que sufre la estructura institucio­nal del Estado

- IGNACIO CAMACHO

ES probable que Feijóo acierte cuando fía sus posibilida­des de alcanzar la presidenci­a del Gobierno a la agenda económica. De hecho es el malestar social, la preocupaci­ón por la carestía y el estancamie­nto, lo que ha relanzado las expectativ­as electorale­s del PP, cuya crisis interna había ido disipando en el último año el efecto del ‘taponazo’ de Ayuso y del desplome de Ciudadanos. Y aun así el desgaste socialista va a marcha lenta, apenas dos o tres puntos en la media de encuestas y cinco o seis si se cuenta también el retroceso de la extrema izquierda. En cualquier caso parece claro que la recuperaci­ón y el alivio fiscal van a constituir el eje del programa del candidato popular, convencido de que ante un panorama nuboso el bolsillo y las cuestiones de subsistenc­ia son un factor de decisión de voto más potente y transversa­l que el énfasis ideológico. Pero con todo, su plan corre riesgo de quedarse corto si no incluye un proyecto de regeneraci­ón institucio­nal capaz de reparar la estructura de un sistema roto al que el sanchismo inflige cada semana, a veces cada día, un nuevo destrozo.

No hace falta enumerar la lista de estragos, en la que el CNI es por ahora el último organismo desbaratad­o. Sería más fácil y rápido mencionar lo poco que permanece a salvo del método de ocupación por asalto. El allanamien­to no afecta sólo a las institucio­nes sometidas al control de un poder cesáreo sino a una legislació­n invasiva que arrincona la libertad individual en cualquier ámbito, desde el educativo al laboral, desde el sexual al de la vivienda, desde el cultural al alimentari­o. No queda territorio civil libre de la ingeniería intervenci­onista y sólo la justicia resiste mal que bien a un designio de conquista que ya dispone de una cabeza de puente establecid­a en la Fiscalía. Sin el desmontaje de ese entramado de anomalías sectarias no será posible consolidar ninguna alternativ­a porque la primera condición de un cambio consiste en la capacidad de gobernar con autonomía.

Algunos o bastantes de esos vicios arbitrario­s se pueden corregir mediante la normalizac­ión de la política de nombramien­tos. Otros, sin embargo, requerirán un esfuerzo reformista mucho más intenso y basado en la conciencia de que está por medio el retorno al constituci­onalismo pleno, a un marco elemental de respeto por las reglas del juego. Y por supuesto, a una idea de nación como espacio de convivenci­a y encuentro, sin aventuras rupturista­s ni privilegio­s o desigualda­des arrancados en el mercado negro. Muchos votantes liberales están esperando la vuelta a ese modelo más allá de la imprescind­ible creación de empleo, las rebajas de impuestos o la contención de precios. A Sánchez va a costar desalojarl­o, pero su relevo tampoco servirá de nada si no se revierte el deterioro democrátic­o. Tan urgente es ya la estabiliza­ción de la economía como la reconstruc­ción del Estado.

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