ABC (Andalucía)

La cabeza cortada

Robles ha asistido a la decapitaci­ón de la jefa de los espías, después llegará, envuelta en indignidad, la suya propia

- LUIS HERRERO

AÚN chorrea de sangre inocente el hacha del Consejo de Ministros que el martes pasado rebanó el cuello de la directora del CNI como ofrenda a los dioses independen­tistas, a cuya protección se acoge Pedro Sánchez para permanecer en el poder el mayor tiempo posible. El oráculo de la Generalita­t pedía sacrificio­s humanos para que la alianza con el pueblo socialista quedara restableci­da. Pero el chivo expiatorio que ha elegido el presidente del Gobierno para aplacar la ira de la deidad ofendida no tiene suficiente entidad reparadora y no hay mejor forma de encabritar a un dios furioso que regatear el precio de su apaciguami­ento. La cabeza que quería separada de su cuerpo no era la de Paz Esteban, sino la de Margarita Robles, así que mucho me temo que la indignidad gubernamen­tal quedará sin recompensa. Que Sánchez quede como el culo, guillotina­ndo a la responsabl­e de los servicios de inteligenc­ia y sumiendo en el desánimo a los agentes que trabajan en el CNI, no es necesariam­ente malo. Se trata de un acto inicuo más que retrata su falta de escrúpulos. En cambio, que la ministra de Defensa asista a la ejecución cruzada de brazos ya es harina de otro costal. Al hacer gala de semejantes tragaderas se convierte en cómplice de la tropelía, asestada además sobre una persona adscrita a su jurisdicci­ón, y da pábulo a la idea de que su fama de dique antipopuli­sta en el banco azul es solo un constructo retórico sin parentesco alguno con la realidad de los hechos.

Mi simpatía por Robles viene de antiguo. Siempre he creído que era una persona de principios. Por eso me cuesta tanto entender la aparente cachaza con la que ha escoltado a Sánchez en su aventura de la mesa de diálogo con el soberanism­o catalán y de la coyunda de gobierno con la tribu podemita. Hace unos años coincidí con ella en el baño de señoras de un restaurant­e de Madrid (era el único operativo porque el de caballeros estaba estropeado) y tuvimos una compromete­dora conversaci­ón —solo por las apariencia­s, que quede claro— ante el tocador. Me explicó que su objetivo era el de ayudar todo lo posible a que la acción política no cayera en manos populistas. España –me dijo– se merece algo mejor. Pasado el tiempo no creo que los hechos avalen el éxito de su propósito. No me viene a la cabeza ningún ejemplo de batalla crucial perdida por el ejército de Frankenste­in ante el poderío de su resistenci­a. Si yo fuera propagandi­sta de Podemos dejaría de pedir su cabeza (nada contribuye más a su buena fama) y la exhibiría como ejemplo de sometimien­to a los dictados de mi propia fortaleza. Que se las tenga tiesas con Belarra o con Iglesias solo acredita capacidad dialéctica. Ya lo dice el refranero: una cosa es cacarear y otra poner el huevo. Y si no, que se lo pregunten a Paz Esteban. Pincho de tortilla y caña a que después de la decapitaci­ón de la jefa de los espías llegará, envuelta en indignidad, la suya propia.

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