Olona y la soledad
«El ‘ya es demasiado tarde’ fue uno de los discursos de mayor ambición de los últimos tiempos»
Muchos no lo escucharon. Ya se había producido la estampida de diputados y público al acabar la sesión de control. Bolaños ya había enroscado su pequeño termo o botellita, la había metido en su mochila negra de político socialdemócrata o imitador de Obama al que espera una bicicleta atada a una farola. Algunos lo escucharían de fondo, yéndose, palabras alejándose amortiguadas por los cortinajes y moquetas de los pasillos: «ya es demasiado tarde… demasiado tar...». ¿Tarde para qué? Macarena Olona, que había intervenido en las refriegas entre el gobierno y la oposición por el caso Pegasus, o caso CNI, o caso Robles, hablaba desde el estrado en una interpelación urgente a la ministra de Igualdad.
Era fácil pensar que, en el contexto de la campaña andaluza, la candidata Olona buscaba el foco del Congreso, y que el cuerpo a cuerpo con Irene Montero era la mejor manera de obtenerlo. Aun así, lo que decía era difícil de soslayar, no sonaba a mera politiquería. Estaba hablando de soledad. Estaba hablando de mujeres, también de hombres, que persiguiendo el éxito en la vida, que volcados en el trabajo o en cierto ideal, encontraban, ya entrados los cuarenta, los cincuenta, los sesenta, que ‘el reloj biológico’ había dictado sentencia. Ni éxito ni familia y, por delante, una larga vejez en soledad.
Responsabilizaba a la Cámara entera. Señalaba a su alrededor, no con un dedo índice, ¡con los dos!. Como si fueran chinchetas para clavar la responsabilidad de PP y PSOE, fijándolas allí mismo.
Olona estaba cuestionando el discurso feminista. No todo. El actual, personificado en la ministra, que no sabría responder qué es ser mujer, pero también algunos resultados del anterior.
El feminismo de segunda generación, en su opinión, quitó a las mujeres familia y maternidad; el tercero, la ideología de género, pretende ir más allá quitándoles su propia naturaleza, su sexualidad. Que ser mujer sea resultado de una decisión, un constructo sociocultural.
Pero lo extraordinario, lo resonante, fue lo anterior. La descripción de estos años, la denuncia de algo que seguramente excede al feminismo. Por encima de su tono algo crispado, antagónico, como si llevada por una deformación profesional su modo dialéctico fuera el litigio, Olona describió una realidad; quizás no sea entera responsabilidad de decisiones públicas, y puede que tampoco sea fácilmente remediable con ‘políticas de familia’, pero existe y su denuncia contiene un doloroso reconocimiento: el fracaso de las expectativas vitales, la sensación de fraude, la decepción, y como resultado de todo, la soledad. El «ya es demasiado tarde» fue uno de los discursos de mayor ambición y sustancia de los últimos tiempos.