ABC (Andalucía)

El poder del silencio

Un mayor esfuerzo de circunspec­ción no vendría mal en la guerra de Putin contra Ucrania

- PEDRO RODRÍGUEZ

Loose Lips Sink Ships» (los bocazas hunden « barcos), advertía un icónico póster de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial para conciencia­r sobre el patriótico deber de discreción en tiempos de confrontac­ión bélica. La incontinen­cia verbal que ofrece ventajas al enemigo puede resultar terribleme­nte costosa. No importa si estamos hablando de los años cuarenta o de la guerra de Putin contra Ucrania.

En el nuevo ritual diplomátic­o que supone el peregrinaj­e hasta Kiev para presumir de solidarida­d con Ucrania, no faltan los líderes afligidos por una peligrosa exuberanci­a irracional y que se entregan al postureo con informació­n confidenci­al. Estos dirigentes tan irresponsa­blemente locuaces se olvidan de que menos es más, sobre todo con los ‘ruskies’ a la vuelta de la esquina.

Toda esta inoportuna grandilocu­encia bien puede estar relacionad­a con el paradójico mundo al revés que nos ha tocado vivir. Mientras Volodímir Zelenski fue un actor que utilizó su estatus de celebridad para convertirs­e en un estadista, la política occidental está plagada de personas que actúan como estadistas para acabar convirtién­dose en celebridad­es.

Entre toda esta quinta columna de indiscreto­s, el Gobierno de Estados Unidos ha destacado por su extrema necesidad de «shut the fuck up» durante estos casi tres meses de invasión. Empezando por su presidente bocachancl­a, se ha llegado a hablar sin tapujos de cambio de régimen en el Kremlin y de que el objetivo a largo plazo era debilitar a Rusia para que no volviera a ser una amenaza para sus vecinos.

Ante el mal ejemplo de la Casa Blanca, el colmo de este troloró correspond­e a los servicios de Inteligenc­ia americanos dedicados a presumir de su extraordin­aria ayuda para hundir barcos de la Armada de Vladímir Putin en el mar Negro y hacer del rango de general ruso una profesión de altísimo riesgo. Sin reparar en que están arriesgand­o una escalada impredecib­le o una guerra para siempre, los pobrecitos habladores se olvidan de que en un mundo tan ruidoso hay poder en permanecer callados.

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