La CE sin rumbo
Siempre he pensado que Bruselas era, con todas sus contradicciones, un sitio donde, por la vía de la ejemplaridad, se elevaban los estándares de gobernanza de los países de Europa. Desde aquí, el proyecto europeo funcionaba como un faro de elementos civilizadores y de mejora de la vida institucional. He pasado un par de días allí y he visto signos inquietantes: primero, nadie sabe bien para dónde va el proyecto europeo y, segundo, los fondos UE se están gestionando con una manga ancha que no presagia nada bueno.
En cuanto a lo primero, la rápida acumulación de desgracias –pandemia y guerra– no oculta que con el Ejecutivo de Von der Leyen se está viviendo un hecho sin precedentes: la presidenta de la CE está más preocupada por ser popular entre los europeos que de cubrir el papel de severo tecnócrata que tuvieron sus antecesores. Esta carrera por cosechar aplausos le ha dado un cariz distinto a la antes temible Comisión.
Es verdad que Bruselas aún no se recupera del vacío dejado por Merkel, convertida en tótem del europeísmo; ni del de Reino Unido, que ahora amenaza con una guerra comercial; ni de la reelección que ha hipotecado las fuerzas e ideas de Macron desde el verano pasado, ni del «punto de inflexión» histórico que recibió a Scholz bajo la forma de invasión de Ucrania, pero los cajones de Von der Leyen están llenos de cuestiones críticas: ¿cuál va ser la estrategia de la Unión en un momento en que la globalización parece ceder? ¿Cuál va a ser la actitud ante China al margen de empezar a hablar del Indopacífico? ¿Necesita el ‘Green Deal’ un ajuste ahora que la realidad geoestratégica ha cambiado?
En el despacho de la presidenta sólo se oyen grillos. El segundo punto tiene que ver con los fondos de recuperación. Calviño ha confirmado que se van a solicitar los préstamos del plan original, la mitad de los 140.000 millones. Como además la recuperación de España se ha retrasado, Bruselas ha tenido que recalcular los fondos disponibles: 4.000 millones más en ayudas directas y 10.000 en créditos. Todo indica que el Gobierno cubrirá el expediente de solicitarlos de la misma manera que hizo con las ayudas directas: sin consensuar el plan con la oposición. Pero eso no es lo grave: si estos fondos no consiguen los objetivos planteados, ya sea en España o en cualquier otro país miembro, difícilmente Bruselas tendrá la autoridad necesaria para volver a emitir deuda como lo ha hecho esta vez.