Los toreros también lloran
La afición entró hablando de los artistas y salió alabando a El Juli, que ya es don Julián. De Despeñaperros para arriba, no solo se trabaja, también se torea
Lloraba El Juli tras la vuelta al ruedo más emotiva de los últimos tiempos. Completamente roto entró en el callejón después de jugarse la vida con un peligroso toro de La Quinta. Este Gañafote escondía dos llaves: la de la Puerta Grande y la de la enfermería. Porque no pocas veces intentó rebañar el cuerpo de Julián López. Cuando salió este quinto santacoloma unos rezaban para que fuera de bandera y otros pedían el fracaso. Partidarios y detractores siempre hubo en la Fiesta, y de eso sabe mucho la figura de Velilla, a la que la capital nunca se lo puso fácil. Pero este 11 de mayo –fecha ya para los anales– hasta el frente más duro se rindió completamente a su maestría cuando metía al cárdeno en vereda. «Vamos, Juli», le animaban en sol y sombra. A todos convenció hasta lograr ese silencio de misa que rara vez se presencia en la Monumental. Solo los oles de la parroquia interrumpían la música callada. «Ooole, ooole», bramaba el tendido. No hacía falta VAR. Ni una duda. Aplaudían la Infanta Elena y
Victoria Federica; aplaudía Armando, el inseparable hombre de Julián; aplaudía Calamaro por una faena de honestidad brutal. «Este tío es un fenómeno, por eso manda», se escuchó por lo bajini. Cuando se fue a por la espada, la gente miraba de reojo el umbral de la gloria, de la que El Juli era merecedor absoluto. «Tienes la Puerta del Príncipe, ahora a por la Puerta de Madrid», dijeron. Pero la espada pinchó. Los tendidos –en los que no cabía «medio alfiler» (Martínez-Almeida dixit)– empujaban en el siguiente encuentro. «¡Nooo, otro pinchazo!», lamentó un aficionado. La oreja se esfumó, pero ni un alma protestó el paseo al anillo, a precio de caviar en Madrid. «El Juli ya es don Julián», sentenció una abonada del tendido alto.
A uno de los últimos ‘don’ de los despachos taurinos se le había rendido homenaje antes: un azulejo se descubrió en el patio de arrastre como tributo a la «brillante» década de don José Antonio
Martínez Uranga en la Moncloa del Toreo. «No hay otro con tanta categoría», dijo Javier González.
Como de categoría había sido el Bellotero segundo, primero del lote de El Juli. Una pintura era. Y con el temple de los elegidos embistió. «A la mexicana», se oyó. Los que habían venido a ver las verónicas de los artistas se encontraron con el sedoso capote de Juli. «De Despeñaperros ‘p’arriba’ también sabemos torear», advirtió Juan
Alcántara, julista hasta la médula. A placer cuajó al cárdeno de
Martínez Conradi, completamente embebido en las telas. Aquella obra era un monumento a la perfección. «Mátalo bien, por favor, que te vamos a pedir las orejas», le rogaron desde el sol cuando cuadraba al de La Quinta. Y vaya si lo mató, pero cuando asomó el primer pañuelo, ya con el tiro de mulillas preparado, se frenó la petición. Con su cuarto de siglo de alternativa a cuestas, el matador se quedó con las sensaciones: «Lo he disfrutado mucho». Algunos no entendían «por qué no se había pedido la segunda o por qué el palco no la dio del tirón». «Hubiese sido demasiada generosidad», señaló un veterano del 4. Antes del paseíllo, el 7 enviaba un mensaje a
Gonzalo Villa en una pancarta: «Palcos exigentes. No al triunfalismo». En el ecuador, Juan del Val dictaba una sentencia en el micrófono de Alfonso Santiago:
«La intransigencia enmascara desconocimiento. Era un faenón».
La realidad es que la gente había entrado en la plaza hablando de
Morante y salió con «don Julián» en la boca. En calesa desfiló desde el velazqueño hotel Wellington hasta Alcalá 237 el de La Puebla. Agotaron los viandantes la batería del móvil como se habían agotado las entradas. «Hubiésemos llenado dos plazas», aseguró el empresario
Rafael García Garrido. Pero el mal bajío volvió a acompañar a
Morante en el sorteo. «Qué mala suerte con su lote», lamentó Pilar
Vega de Anzo. El desencanto se apoderó del personal en el pésimo cuarto: «Abrevia», le pidieron hasta quienes vinieron a verlo. El que no lo vio nada claro fue Aguado: «‘Miarma’, vaya tardecita has echado», se oyó en la grada del 3.
Los que mascaban el arte de los sevillanos se toparon con El Juli. De Despeñaperros para arriba no solo se trabaja, también se torea.