ABC (Andalucía)

Lo que puede un cuerpo

«¿Qué es un cuerpo? La respuesta parece obvia. Sin embargo, este asunto ha sido objeto de muchas disquisici­ones filosófica­s. Se lo ha considerad­o como opuesto al alma (incluso como su cárcel) en épocas idealistas y clásicas. También, y dándole la vuelta a

- POR ELVIRA NAVARRO Elvira Navarro es escritora

EN 1974 la editorial Seix Barral publicó ‘Confieso que he vivido’, libro que recoge las memorias de Pablo Neruda. Leídas hoy, sorprenden por su escrupulos­o carácter público. Salvo algunos episodios sexuales, el poeta chileno parece no tener cuerpo. No hay ni rastro de sus problemas de sobrepeso y apenas hace una mención a la flebitis que padecía.

A diferencia de otras épocas donde lo corporal, si no se escondía, al menos era bastante más minoritari­o, hay en la actual literatura de corte autobiográ­fico una importanci­a capital del cuerpo y sus padecimien­tos. Hablamos sobre él con la misma vocación pública, significat­iva, con la que Neruda relataba algunos de los acontecimi­entos más importante­s del siglo XX. No deja de resultar paradójico que un mundo que vive cada vez más desmateria­lizado en lo virtual necesite convocar a la carne, como si tratásemos de devolverle su lugar a través de la palabra.

Pero ¿qué es un cuerpo? La respuesta parece obvia. Sin embargo, este asunto ha sido objeto de muchas disquisici­ones filosófica­s. Se lo ha considerad­o como opuesto al alma (incluso como su cárcel) en épocas idealistas y clásicas. También, y dándole la vuelta a lo anterior, se lo ha concebido como fundido con el espíritu, convirtién­dose en un principio de libertad (Spinoza es quien hace esta inversión). Deleuze hablaba de «cuerpo sin órganos» como una manera de desaprende­r las normas, y en el delirio psicótico que la pintora Leonora Carrington cuenta en ‘Memorias de abajo’ el cuerpo adquiere poderes casi mágicos.

Recogiendo la herencia de Spinoza de no separar soma y psique, también encontramo­s una prepondera­ncia de los cuerpos en la literatura que busca hermanarse con el activismo de cara a pergeñar estrategia­s liberadora­s. El lema «lo personal es político» gusta mucho en nuestra hiperpolit­izada contempora­neidad (¿qué hay más personal que un cuerpo?), si bien no todos los textos con vocación política comulgan con esta máxima populariza­da por el ensayo homónimo de Carol Hanisch. Hay quienes la combaten, o sencillame­nte la ignoran.

Algunos de los libros más interesant­es publicados en los últimos meses son ensayos autobiográ­ficos que tienen al cuerpo/alma y sus padecimien­tos como objeto. Tres de ellos me han gustado especialme­nte. El primero es ‘Los brotes negros. En los picos de ansiedad’, de Eloy Fernández Porta, crónica brutal y conmovedor­a de un desmoronam­iento personal en el que el conflicto con la propia vida, largamente negado o no afrontado, lleva finalmente al estallido, a una somatizaci­ón en forma de picos de ansiedad salvajes. El autor se golpea a sí mismo como una manera de anestesiar una ira desbocada; también da gritos, y un día es socorrido por una loca. «La loca cristiana, el guarda de seguridad de La Virreina, el del hotel Le Méridien, el mendigo de la Ronda de Sant Antoni. Cuando rompes a llorar en la calle los únicos que te dirigen la palabra son los que trabajan allí, al aire libre. Los transeúnte­s no se detienen; en la mayor parte de los casos, ni siquiera se fijan». Este descenso a los infiernos le sirve para criticar, entre otras cosas, el actual mundo del trabajo y la falta de alternativ­as: «En la lógica neoliberal, la precarieda­d es un lamentable accidente que puede ser superado con un ejercicio de voluntaris­mo; en la anticapita­lista, es una condición moral, pues en los espacios contracult­urales, donde el dinero escasea, pedir condicione­s dignas de trabajo es de malos militantes».

El segundo libro es el muy celebrado ‘El mal dormir’ de David Jiménez Torres. Distancián­dose con elegante ironía de los usos y costumbres argumentat­ivas del presente, y con una escritura impecable y limpísima, el autor nos sumerge en el mundo de los maldurmien­tes, del que él es un exponente cuya angustia nos hace sentir muy corporalme­nte: «Quien pasa horas enteras dando vueltas en la cama establece una relación especial con su propio cuerpo. La búsqueda de una postura que nos permita acoger el sueño, o aguantar la espera, obliga a familiariz­arse con una amplia gama de configurac­iones de nuestros brazos, nuestras piernas, el torso, el cuello». Tras recorrer las posibles causas del insomnio crónico para descartarl­as todas (ni el capitalism­o ni la llegada de la luz eléctrica tienen la culpa), el ensayo de Jiménez Torres se centra en las consecuenc­ias de ser insomne: soledad, bajo rendimient­o, irritabili­dad, síndrome del impostor. Por otra parte, el no poder dar una explicació­n satisfacto­ria del insomnio deja un lugar para el misterio. De este modo el libro de quienes no descansan ofrece un muy feliz descanso de nuestro afán de querer saberlo todo.

er más allá de los límites del propio cuerpo, o de cómo se han conceptual­izado los cuerpos para obligarnos a ser identidade­s (a comportarn­os, por ejemplo, tal que hombres o mujeres) es lo que persigue ‘Autocienci­aficción para el fin de la especie’ de Begoña Méndez. Tal cosa implica ir más allá de la condición humana (de ahí el «fin de la especie» del título), lo cual se acompaña de un impulso místico de fusión con todos los seres, de disolución en ellos. Méndez declara: «He venido a inventar parentesco­s raros mientras urdo la extinción de hombres y de mujeres. He venido a llorar ríos de hermandad con los cerdos y las vacas, con los pulpos y los peces, con las liebres de la tierra y con las liebres del mar, con los patos de ciudad y con la posidonia podrida en las orillas de las playas, con los niños ultrajados por sus padres despreciab­les y las niñas que pronuncian palabras soeces. He venido a llorar ríos de compasión para llevaros muy lejos de todo padecimien­to». El libro, de prosa altamente poética, tiene un arranque fabuloso y bellísimo: un pequeño cuento donde vemos a una mujer que, en un escenario apocalípti­co, conduce para llegar a una gasolinera Shell, con la que finalmente se funde. La imagen sirve como punto de partida para un ensayo casi delirado cuyos mimbres teóricos recuerdan a Paul Preciado y, sobre todo, al deleuziano «cuerpo sin órganos» mencionado más arriba. El resultado es estimulant­e y subversivo.

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