ABC (Andalucía)

Pensar con los pies

Hay una inteligenc­ia en los pies, autónoma del cerebro. Por eso hay jugadores con un intelecto mediocre que son genios en el campo

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

LOS pies piensan. Al caminar, al transporta­rnos, cuando hacemos deporte, cuando rezamos o cuando amamos. Sí, los pies piensan. Y, por eso, jugar al fútbol es una actividad intelectua­l, filosófica.

Ya decía Albert Camus, que había sido portero en su juventud en Argelia, que debía al fútbol todo lo que había aprendido sobre la moral y las obligacion­es de los hombres. Y ello porque es un deporte individual y colectivo en el que el resultado está determinad­o por la suma de esfuerzos. Ningún jugador, por genial que sea, puede ganar un partido por sí mismo.

El fútbol es drama, pasión, azar, sufrimient­o y gloria. Pero, como sucede con la vida misma, el marcador es siempre incierto. La duración de los partidos es de 90 minutos, a lo largo de los cuales puede pasar cualquier cosa. El tiempo se alarga y se encoge en un partido, según la subjetivid­ad de cada espectador. El Real Madrid corrobora que la suerte puede cambiar cuando todo parece perdido. Lo ha demostrado este año frente al PSG, el Chelsea y el City.

El fútbol imita a la vida o la vida imita al fútbol porque se desarrolla en un lapso temporal en el que se conjugan la suerte y la mala fortuna o el éxito y el fracaso, según el punto de vista de cada aficionado. Pero siempre hay un desenlace que parece determinad­o por la fuerza del destino. Nunca he olvidado aquel gol fantasma de Hurst en la prórroga de la final del Mundial de 1966. Todavía se discute si entró o no el balón tras golpear en el larguero.

El filósofo Simon Critchley, hincha del Liverpool, quiso escribir su tesis doctoral sobre Kenny Dalglish, el legendario delantero escocés. Pero no le dejaron y de ahí surgió el libro ‘En qué pensamos cuando pensamos en fútbol’, publicado en 2018. Critchley sostiene que es la esperanza renovada tras la decepción lo que mantiene este deporte vivo. En el fútbol, cada uno se muestra como es tras dejar aflorar sentimient­os que habitualme­nte están reprimidos. En cada partido, con su principio y su final, se condensa una vida. Siempre hay una lección moral. Y la renovación de un propósito porque cada victoria o derrota alimenta esa ilusión de un futuro propicio.

De los pies de cada jugador salen pases y regates que crean nuevos espacios en una cartografí­a de infinitas variacione­s. Ahí queda la finta imposible de Pelé a Mazurkiewi­cz en México en 1970. O el gol de Maradona a Shilton en 1986 tras superar a medio equipo inglés.

El fútbol se piensa porque hay una inteligenc­ia en los pies, autónoma del cerebro. Por eso hay jugadores con un intelecto mediocre que son genios en el campo. Pueden ver lo que otros no vemos y eso es un desafío a la geometría euclidiana. El fútbol es un arte y también una metafísica que trasciende del puro fenómeno para alcanzar la razón pura. Por eso, lo amamos y nunca morirá.

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