ABC (Andalucía)

«Lo que quieren es cerrar todos los casos y vaciar las cárceles»

La AN ha exculpado a Gadafi del asesinato de su marido. A Paulina llevan 31 años negándole la justicia que dinamitó su vida

- CRUZ MORCILLO

Francisco Díaz de Cerio, 41 años, salía de su casa en el barrio bilbaíno de Ocharcoaga para ir a trabajar cuando un etarra le descerrajó seis tiros que lo mataron en el acto. Fue el 31 de enero de 1991. Patxi era empleado de Iberduero, donde se dedicaba a la lectura de los contadores de la luz. Hacía casi once años que había dejado la Guardia Civil, cuerpo al que perteneció entre 1974 y 1980. ETA no sabía que ya no era guardia. Había trabajado en la central de Lemóniz y era de UGT. Pero no un destacado sindicalis­ta como se contó en la prensa. «Patxi era destacado en su casa», recuerda su viuda pasado tanto tiempo.

El pistolero huyó en un taxi robado con el dueño del vehículo encerrado en el maletero. ETA en estado puro. A Francisco lo marcaron como a tantos. El soplón que dio la informació­n no pagó por ello. Y todo apunta a que tampoco lo hará el responsabl­e de su asesinato: Juan Carlos Iglesias Chouzas, ‘Gadafi’, recién absuelto por la Audiencia Nacional al amparo de la sentencia de Estrasburg­o que ya ha beneficiad­o a tres terrorista­s. Treinta y un años y ni un día sin dolor. Treinta y un años y ni un día con justicia. Paulina, 70 años, ni se conforma ni se calla.

—¿Cómo está tras conocer la sentencia?

—Tratando de asimilarlo. Ayer por la tarde me llamó mi abogada y me la mandó al correo electrónic­o. Estaba leyéndola cuando apareciero­n mis hijos. Les dije que al final había sido que no, que no hay justicia. David, tenía 17 años cuando mataron a su padre y Nerea, 16.

—Han pasado 31 años, ¿qué recuerda de aquel día?

—Lo primero que recuerdo es que no oímos un solo disparo y a Patxi lo mataron a 50 metros de casa. Es como que nos taparon los oídos. Mi hija estaba preparándo­se para irse al instituto cuando tocó a la puerta la Policía y me dijeron que mi marido había tenido un accidente.

—¿Cúal fue su reacción?

—Miro el reloj y por la hora que es pienso que no podía haber ido muy lejos. Patxi normalment­e iba a la oficina, cogía el trabajo que le tocara y salía hacía Basauri, Santurce... donde fuera para la lectura de contadores de la luz. Al ver que no reaccionab­a, los agentes me dijeron: «A su marido lo acaban de matar». Sentí negación. Pegué un puñetazo contra la pared y les dije: «Estáis equivocado­s, ¿a Patxi por qué?». Se lo hice pasar mal. No fui la clásica de mareo, yo quería saber todo, por qué lo habían matado, quién había sido. «Tómese lo que se tenga que tomar nos tenemos que ir». Esa fue la frase de despedida. Ese momento se quedó clavado en mi mente como si fuera ahora mismo.

—¿A Patxi por qué? ¿Ha llegado a saberlo?

—Yo me enteré en el juicio (fue este 24 de marzo) de que ETA pensaba que él seguía de guardia civil. Llevaba diez años fuera y además la mayoría del tiempo que estuvo en el Cuerpo trabajó en oficinas. Llevaba una década en Iberduero ya. Lo eligieron por nada. ETA tenía informació­n errónea. Supimos quién se la dio, nos conocían del barrio, sabían lo que hacíamos, pero tampoco le pasó nada.

—Hay una foto terrible del asesinato de su marido. ¿Llegó a verlo muerto al lado de su casa?

—El día del funeral quería verlo pero creo que él no querría que yo lo viera así tendido en el suelo. Una sobrina y un sobrino míos que llegaron al lugar decían qué raro que la tía no está aquí. No sé por qué no bajé, quizá porque mi hijo se quería ir desnudo a la calle y gritaba. «Yo los mato, yo los mato» y claro no me podía mover de casa...

—Pasado un tiempo usted que vive desde niña en Bilbao dejó el País Vasco. ¿Qué pasó?

—Primero tuve que escuchar que le había tocado a él. Ese día se formaba el Parlamento vasco. Lo dijo el lendakari. Me quedé viuda con 39 años, cambié de barrio y no pasaba nunca por donde lo habían asesinado. Pero al tiempo mi hija empezó a estar mal y me pidió que nos fuéramos. A mi hijo lo habían trasladado a Cartagena y decidimos irnos. Estuvimos doce años, pero fue muy duro porque toda la familia y los amigos estaban en Bilbao.

—¿Cuándo se enteró de que Gadafi era el asesino de Patxi?

—Yo supe casi desde el primer momento que era Gadafi. Por mediación de un buen amigo me entrevisté varias veces con el gobernador civil de Vizcaya y tuve más informació­n que otras víctimas. Estaba huido pero yo lo iba siguiendo por la prensa, por internet, todo lo que salía hasta que lo cogieron en Francia. Luego hubo que esperar hasta que lo entregaron. Nos enteramos de que el presidente de la Audiencia Nacional Gómez Bermúdez estaba recibiendo a las familias y fuimos a verlo con mi abogada. El juez había consultado el expediente y me dijo que Gadafi estaba en la cárcel y que tenía para muchos años. No le gustó mi respuesta que fue: ‘Yo no lo he visto sentado en el banquillo ni juzgado por asesinar a mi marido. ¿Qué puedo hacer para verlo? Él nos respondió que personarno­s como acusación particular y eso hicimos. No recuerdo el año exacto eran los primeros años de 2000, pero nos archivaron la causa dos veces porque, según ellos, no había suficiente­s pruebas, fíjate. Seguimos y nunca dejamos que prescribie­ra, cada vez que iba a prescribir hacíamos algo.

—Pero, ¿qué podían hacer? No dependía de usted y de su familia.

—Lo último por lo que se reabrió fue gracias a la Ertzaintza. El de mi marido estaba dentro de los muchos casos sin resolver. Fue curioso. Estaban revisando asesinatos de años anteriores, pero les saltó en la pantalla del ordenador y les saltó porque se habían

equivocado y constaba como que Patxi era un traficante de drogas. Todo por no reconocer que se habían equivocado. Tal cual lo reconocier­on en el juicio los ertzaintza­s, ahí me enteré yo. Pero bueno, empezaron a investigar, volvieron a reconstrui­r el atentado entero, yo les acompañé desde donde salió de casa hasta donde lo mataron, estuvieron haciendo fotos, de quién había partido la informació­n... una de mis hermanas tenía un bar y nos conocían de sobra. Yo me enteré de eso cuando la Ertzaintza investigó.

—¿Fue entonces a raíz de esta última investigac­ión cuando se acusa a Gadafi del asesinato?

—En el juicio dijeron que el comando Vizcaya, el responsabl­e del asesinato, estaba compuesto por Gadafi, Manu y Turco. Uno murió en un tiroteo en el parque de Echevarria en unas fiestas de Bilbao y en el coche llevaba el revólver que mató a mi marido. Manu todavía está en prisión, aunque se ha acogido a los beneficios, y a Gadafi lo trasladaro­n de Alicante a Palencia. No se han atrevido a hacerlo directamen­te al País Vasco pero no tardarán mucho. Por eso este juicio no lo podíamos ganar porque si no no podían hacerlo, no podían traerlo al País Vasco.

—El juicio se celebró en marzo. Tuvo cara a cara a Gadafi. ¿Cómo fue ese momento al cabo de tantos años?

—Los cinco primeros minutos lo llamé hijo de puta hasta que me cansé.

Llevaba 31 años preparándo­me para el día que me tocase y para controlar a mi hijo. Le dije que le explicara al médico y que le diera algo para que se relajara. David tuvo un momento de crispación pero le cogí la mano y seguimos. Él ni nos miró… y ahora no estaba en la pecera, estaba unas sillas por delante de nosotros. Es indescript­ible pero tienes que mantener la calma y estar pendiente de tu hijo… Por una parte, sentí satisfacci­ón de verlo en el banquillo porque 31 años se dice pronto pero hay que vivirlos y por otra pensé: al fin justicia. Pero no nos tocó ni

Absolución de etarras en la Audiencia Nacional

❝ El juez «Vimos que no iba bien la cosa desde el primer momento. El juez estaba de parte de ellos. No nos tocó el mejor» El recurso

mucho menos el mejor juez…

—¿Por qué dice eso?

—Vimos que no iba bien la cosa desde el primer momento, hubo un gesto de Gadafi hacia su abogado levantando el dedo pulgar, que yo me dije bufff, buff... lo vieron como ganado. El juez estaba de parte de ellos, es el juez que se encarga de las excarcelac­iones.

—¿Y ahora qué? ¿Qué van a hacer?

—Espero, deseo y pido que el fiscal recurra la sentencia al Tribunal Supremo… Pero no sabemos todavía qué va a hacer. Es una decisión complicada. Para que el TS te lo admita ya tienes 4.000 y pico euros y, si la admite y pierdes, pagas encima sus abogados… Sería ideal que apelara porque si recurre la Fiscalía estaríamos libres de todo eso. Yo con el fiscal solo tengo agradecimi­ento. Lo peleó hasta el final, nos lo cambiaron el día de antes, pero peleó. La Ertzaintza me dijo que era muy bueno y la verdad es que sí, pero el propio fiscal le contó a mi abogada que lo teníamos difícil.

—¿Qué piensa de la sentencia de Estrasburg­o? El suyo es el tercer caso que frustra una condena.

—No entiendo nada. Por una parte luchan para que no prescriban los delitos de terrorismo y por otra te pegan este hachazo. ¿Cómo hay que interpreta­rlo?

—¿Cree que todo lo que está pasando obedece a directrice­s políticas?

—Soy muy consciente de que tienen a los fiscales muy atados. No sé que voy a hacer si la Fiscalía no recurre. En este momento me da pánico pensar que haciendo un gran esfuerzo llegues al Supremo y luego lo absuelvan. Es que nos tienen atados, a las víctimas nos tienen atadas. Nunca creí que viviríamos este momento.

—¿Cuál es su interpreta­ción?

—Que no quieren aclarar nada. Lo que quieren es cerrar todos los casos y vaciar las cárceles. Pero la Justicia divina existe y por algun lugar saldrá. Quizá por esa confianza yo no me derrumbé ayer cuando leí la sentencia. Son muchos palos y eso te enseña a mirar de frente la vida. Mi hija me decía ayer «mamá, no has aterrizado, no te estoy conociendo». No es eso, es que llevo muchos años luchando y voy a seguir.

Paulina, viuda a los 39 con dos hijos adolescent­es, cuando asesinaron a su marido se concentró en que su hijo David no tuviera que hacer el servicio militar. El crimen de Patxi fue considerad­o por su empresa como accidente laboral y evitó que la familia quedara a la intemperie. Como víctimas del terrorismo recibieron doce millones de pesetas. Ella no ha rehecho su vida. «Lo que tuve es difícil de volver a encontrar, no he querido ni intentarlo». Ha optado por concentrar una energía aún desbordant­e en sentar en el banquillo a quienes le arrebataro­n esa vida. Pero esta vez tampoco ha ganado.

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