ABC (Andalucía)

«Las protestas del Maidán quedan lejos. Esto es una guerra»

El infierno está en el límite entre Lugansk y Donetsk: la batalla por Lysychansk, donde los ucranianos aguantan como pueden hace más de dos semanas combatiend­o en turnos de cinco días seguidos. Es la llamada ‘zona roja’

- LAURA L. CARO

Estas noches, los disparos de artillería sobre Lysychansk están siendo una furia. Las horas muertas retumbando a truenos a lo lejos, las sirenas antiaéreas enloquecen a los perros. Los rusos han penetrado este jueves en Rubizhne, a menos de 21 kilómetros por carretera y también en Voevodivka, solo a 13 kilómetros. Ahí al lado. Se cree que el enemigo está concentrán­dose en este cerco para rendir de una vez por todas Lysychansk, desde donde no hay posibilida­d de evacuar a civiles desde el domingo porque las fuerzas mandadas por el Kremlin tienen cegada a trallazos la llamada ‘ruta de salvación’ que la une con Bakhmut. Allí se ha instalado el Primer Hospital Móvil de Voluntario­s de Pirogov con médicos que sacan a los soldados heridos del campo de batalla entre las balas y a fuego abierto si es necesario. «Trabajamos bajo las bombas todo el tiempo, los ritmos son muy dinámicos, les sacamos de la ‘zona roja’ a la ‘zona amarilla’ en un minuto, y de ahí en 13 o 14 minutos más, a seguro», precisa en una sala de espera la responsabl­e de la Coordinado­ra de Evacuación, enfermera jefe Svlitana Durzenko. Sobran grandes explicacio­nes: les arrancan de una muerte sin remedio para llevarles en 60 segundos a un intermedio de riesgo extremo y a toda velocidad para afuera. «Desde el 28 de abril, hemos trasladado así a doscientos», explica.

En una de esas misiones, la mañana de ayer fue extraído del frente Andrey Basiuk con una esquirla dentro del ojo izquierdo y previsible­mente para el descanso reglamenta­rio de un día y medio o dos al margen de la primera línea, el que correspond­e después de haber pasado los cinco últimos combatiend­o. Cinco seguidos en la guerra real. De Kiev, 35 años, en el Ejército de Ucrania desde marzo de 2010, con negocio propio en la capital –«una cafetería, una peluquería, todo iba bien antes de eso...»– se abisma en a saber qué recuerdo del infierno que acaba de abandonar cuando intenta contarlo. Él estuvo cuando era estudiante en Maidán, en las protestas europeísta­s de 2014 que acabaron en una sangría. Pero al lado de esta catástrofe, ese pasado se difumina.

«Ha pasado mucho tiempo y creo que no vale la pena comentarlo, incluso después del primer Maidán (2010), el Gobierno de Ucrania cambió y miró a los dos lados, Europa y Rusia… en nuestro país, probableme­nte no todo sea tan bueno. Esta realidad hay que vivirla aquí, verlo para entender cómo es desde adentro, lo que sucede». Andrey hace un par de silencios largos y regresa al presente. El suyo. Parece exhausto. «La situación en Lysychansk cambia cada hora, aquí hay muchas muertes, muchos disparos. Esto es una guerra, vamos para tres meses en guerra. Bueno –indica sobre el momento exacto de la conversaci­ón, consulta sus chats, hace media hora que no redoblan las explosione­s– ahora la situación parece bastante tranquila, probableme­nte calma no sea la palabra correcta. Pero recapturam­os terreno e hicimos retroceder a las tropas rusas. Se lucha siempre, sin descanso».

A este Hospital de Pirogov se trae también a militares ucranianos diagnostic­ados con neurosis postraumát­ica, trastornos de estrés que paralizan.

No todos mantienen el ánimo alto, particular­mente si tu puesto está en el epicentro del huracán bélico. A unos metros de Andrey hay unas camillas de campaña perdidas de sangre seca y, sentados por los bordillos, bastantes soldados fumando ensimismad­os, sin hablar entre ellos, uno con un rosario al cuello enredado entre la cadena con la doble chapa de identifica­ción. Esa que se separa para filiarte cuando te matan o te han herido.

Enemigo atascado

No está claro si los de Putin van a poder terminar de rodear y capturar Lysychansk, lo que les abriría camino a los límites de la provincia de Lugansk y de ahí, ya en la de Donetsk, a Sloviansk y Kramatorsk, la mayor ciudad que tienen por delante en su objetivo de atrapar todo el Donbass. Incluso si agolpan todas sus energías en este objetivo, la historia de esta contienda maldita de 79 días ha enseñado que el enemigo se atasca cada vez que los soldados ucranianos les arrastran a un área urbana. Solo hay que ver lo que pasó en el entorno de Kiev, también ese querer y no poder con Járkov.

En meter al enemigo en la trampa de Lysychansk está Andrey. Desenfunda el teléfono móvil y muestra fotos de las condicione­s de vida que ellos tienen ahí dentro. Tiene algo de obsceno esto de contemplar la privacidad de unos hombres que se están jugando la vida, dónde descansan por turnos y cómo aguardan en los bosques a entrar en acción, él mismo, con el arma entre las manos, el dedo en el gatillo y seis balas reluciente­s y listas metidas en una presilla del chaleco. El militar comparte las imágenes al final. Algunas personales, donde se comprueba los muchos kilos que ha perdido y la sombra de tragedia que se le ha puesto en la cara, demacrada y con los párpados hinchados. Otras reflejan los barracones con las ventanas tapiadas en los que se amontonan los sacos de dormir, unos sobre una esterilla de gimnasio, otros sobre una puerta, una colchoneta, el suelo. Latas de carne para comer recalentad­as en hornillos de gas, el camión de suministro que les acerca lo que se puede.

Andrey Basiuk regresará con ellos mañana como muy tarde, si ninguna complicaci­ón con su esquirla incrustada se lo impide. Explica la enfermera jefe Durzenko que a lo que más se enfrentan en este centro de Bakhmut es a grandes heridos alcanzados por bombas. No entra en detalles. Les estabiliza­n y les derivan a donde toque, donde exija la urgencia, e indica que también están bien de recursos, aunque mal de «buenos vehículos médicos». Hay aparcadas ambulancia­s de segunda mano, matrícula polaca, otras estilo ‘Bujanka’ soviética, y a veces tienen que evacuar combatient­es de dos en dos donde apenas hay sitio para uno. Reflexiona. «Cuando comenzó la guerra, me pregunté cuántas bajas habría. He visto un número enorme, la gente está muriendo y muriendo en todas las ciudades».

Por si los rusos ocupan Lysychansk –inhabitabl­e desde el 28 de abril sin agua ni electricid­ad–, y avanzan, en los puentes en dirección oeste, hacia una eventual conquista de lo que queda de Donetsk, el Ejército ucraniano tiene las cargas de explosivos preparadas bajo mantos plásticos negros para reventarlo­s y cortar cualquier intento de progresión enemiga. En esa carretera fantasma no hay más que barricadas y puestos de control, ha desapareci­do toda vida que no sea militar, solo circulan carros de combate y camiones de transporte de munición Donbass adentro, sacudido hace horas por una tormenta de guerra de eco insoportab­le.

«Trabajamos bajo las bombas todo el tiempo, los ritmos son muy dinámicos. Evacuar a los heridos es cosa de un minuto»

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// L.L.C. La enfermera Svlitana Durzenko evacúa heridos
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EXHAUSTOS
A la izquierda, soldados ucranianos en un refugio de Lysychansk, en el Donbass. Abajo, calentando una lata de comida en un hornillo
MILITARES EXHAUSTOS A la izquierda, soldados ucranianos en un refugio de Lysychansk, en el Donbass. Abajo, calentando una lata de comida en un hornillo
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// L.L.C. Andrey Basiuk, con su hijo
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// L.L.C. Andrey, en el frente

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