ABC (Andalucía)

¡Ojo! Suecia no es Finlandia

- PEDRO PITARCH

El debate internacio­nal sobre la entrada de Finlandia y Suecia en la OTAN resulta demasiado precipitad­o y turbulento. Tanto que desprecia considerac­iones que deberían ser analizadas pausadamen­te, porque mete a Finlandia y Suecia en el mismo saco, como si su situación geopolític­a fuera la misma cuando, en realidad, hay importante­s diferencia­s entre ellas.

Es cierto que ambos países son vecinos y escandinav­os. Igualmente que, a lo largo de sus respectiva­s historias, han compartido muchos momentos. Coinciden, asimismo, en el diseño crucífero de su bandera nacional: cruz azul sobre paño blanco la finlandesa, y cruz amarilla sobre paño azul la sueca (bosquejo compartido con Dinamarca, Noruega, Islas Feroe, Islandia y Åland). A partir de ahí, van apagándose las similitude­s.

Desde el punto de vista físico la disparidad es patente. Finlandia tiene una larga frontera de 1.300 kilómetros con Rusia, mientras Suecia no toca ni tangencial­mente a esta última. Finlandia, entre Suecia y Rusia, constituye, en la práctica, un estado tapón para Suecia, y no a la inversa. Finlandia tiene la mitad de los habitantes de Suecia y territoria­lmente, Finlandia es más pequeña que Suecia.

Paradójica­mente, lo que más diferencia a Finlandia de Suecia es, precisamen­te, lo que algunos consideran como su mayor similitud: la neutralida­d. La de Finlandia era –lo es oficialmen­te todavía–, una posición de no alineación, que data del final de la II Guerra Mundial. A este país, el haber jugado en el lado perdedor le costó la pérdida del 10% de su territorio y fuertes reparacion­es de guerra en favor de la URSS, tajadas que Stalin, impasible el ademán, engulló sin más, además de dictar el no alineamien­to de Finlandia, que ha durado casi ocho décadas. Parecía que Helsinki, por la pedagogía de los hechos, había asumido lo peligroso que supone tener que vivir, inevitable­mente, a las puertas de una osera. Y, por ello, aun teniendo derecho al ejercicio de su propia soberanía, cuidó mimosament­e una política de buena vecindad, para no irritar al oso.

Sin embargo, la neutralida­d sueca es más genuina y militante. Suecia, desde el Congreso de Viena (1815), no ha participad­o en ninguno de los numerosos conflictos que han asolado a Europa. Pero sus fuerzas armadas han estado presentes en innumerabl­es misiones de mantenimie­nto de la paz auspiciada­s por la ONU. Suecia ha sido mundialmen­te reconocida como factor de moderación, de entendimie­nto, de albergue de refugiados y de compromiso activo con la paz. Ha mostrado, asimismo, una devoción especial por el humanitari­smo. Por tanto, la entrada de Suecia en la OTAN no solo supondría una ruptura más dramática y profunda que la de Finlandia. Sería asimismo un grave perjuicio para las relaciones internacio­nales al perderse esa referencia negociador­a, neutral e independie­nte, ese ‘hombre bueno’ que tantos servicios ha prestado en favor de la paz.

Algunos, interesada­mente, argumentan que la adhesión a la OTAN de ambos países sería un paso lógico puesto que ya habían abandonado su neutralida­d, en 1995, con su entrada, en la Unión Europea. Lo argumentan basándose en el artículo 42.7 del Tratado de la Unión, que especifica que «si un Estado miembro es objeto de una agresión armada en su territorio, los demás Estados le deberán ayuda y asistencia con todos los medios a su alcance, de conformida­d con el artículo 51 de la Carta de la ONU». Prosa que, desgraciad­amente, es tan ideal como increíble. Porque si fuera tan fácil y verosímil, ¿a qué las prisas, ahora, para ampliar la OTAN?

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