ABC (Andalucía)

A la calle

Las mismas lágrimas que vuelven a ser pisoteadas

- JESÚS NIETO JURADO

PLÁSTICO, aurreskus, y el carnicero que vuelve a su pueblo con la libertad y algunas anécdotas del ‘talego’. Ése es el panorama al que llega irremediab­lemente España por, ya saben, la doctrina Atristain, que ya dijimos en estas páginas, con el cabreo del momento, que si los buenos van a Lourdes, los malos, ay, van a Estrasburg­o. Este europeísmo etarra es otra de estas paradojas que remueven la bilis mañanera, cuando dicen los terapeutas que hay que saludar al sol. Aparte lo del procedimie­nto, que lo dejamos para los especialis­tas de la cosa, la realidad es ésta. Una barra libre para que salgan los criminales, vestidos de limpio, entre el dolor de las viudas y los huérfanos, que ésos sí que no tuvieron derecho a un juicio justo y a poder comunicars­e. Me pongo en su pellejo, no puede ser de otra manera, y comprendo ese volunto primero de ir a Estrasburg­o a ciscarse en el TEDH, donde deben ser sus funcionari­os algo así como la quintaesen­cia de la Justicia. Togas por encima del bien y del mal y que, como Santa Teresa, levitan y procuran esas romerías tan ibéricas que son los ‘ongi etorri’. En el fondo lo que me duele y lo repito es el dolor (sic) de las víctimas, como bien recordó la estupenda entrevista a la viuda de un exguardia civil a la que el etarra Gadafi le dejó la cama sola, un llanto eterno y una nevera vacía en el pecho. Luego, la chulería del etarra X, de la madre, con no sé qué sentido de labor libertaria e histórica del niño, como si el ‘pollopera’ fuese un mártir por las libertades. La filfa entera cargada de razones porque en Europa mean colonia, como Guardiola, y a España la verán, no sé, en blanco y negro y como yo veo ‘El verdugo’ de Berlanga. Ya Europa ha dictado doctrina. Hay un rugir de ratas en las calles. Tenían razón, nuestros padres mintieron. Otro día hablaremos de letras pequeñas leguleyas; hoy no. Hoy escribo de mi duermevela con dos cementerio­s: uno con verdines, quizá el de Polloe. Y otro blanco, casi andaluz, que mira al infinito del Mediterrán­eo. Las mismas lágrimas que vuelven a ser pisoteadas.

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