Un día menos para ver a Emilio de Justo
«Ya falta menos para ver al maestro Emilio de Justo», escribe a diario Alfonso Ibarra antes del sorteo. Pues ya hay plaza y mes de reaparición: Almería, en su feria de agosto, algo «impensable» por la severa lesión del espada de Torrejoncillo, con el axis y el atlas fracturados. La gran noticia la trajo José María
Garzón, empresario de Lances de Futuro. Volvió a ocupar Ibarra su abono del 6 después de sus faenas camperas: «Esto nos ha traído el gobierno del progresismo con el gasoil a dos euros, que no podamos ir a los toros y estemos recogiendo el heno con el carro y la bestia». Un carro con los colores de Ucrania.
Mucho se habló de la guerra en el tendido de Rosa Conde, la taurina de Informativos Telecinco, que no pudo narrar un buen estreno de la corrida: el primero se partió la pata y el VAR del 7 enseñó el pañuelo verde, como después haría el palco. Sombrerero, oficio del mítico Juan Miura, se llamaba el remiendo. Las protestas arreciaron de nuevo: «Otro que va para atrás», señaló Gabriel. Abría mucho la cara el ‘tris’, que transmitió en las telas de Adame. El pitón era el derecho, como advirtió Zotoluco.
«No ha estado a la altura», se oyó. El siguiente, con la cara lavada, no gustó. Para colmo, Pepe Moral pasó un quinario con este manso de libro: «No le descubre la muerte y él no anda fino», observó un entendido. La mujer de José
Aristónico, creador de la revista ‘El notario del siglo XXI’, no aguantaba más en una tarde tan larga e insufrible. «Esto no hay quien lo soporte». Pero mereció la pena la espera: Ángeles Souviron se encontró con unos naturales de
Téllez y con la raza de Adame. Mucho que torear tuvo el cuarto: «Hay que picar». No fue fácil este Carantoña, que arrolló con violencia al hidrocálido. «La Guadalupana le ha salvado», dijo un mexicano que nunca perdió la fe. Entre la división se vivió la obra: la sombra mandó callar las palmas de tango del sol. «¿Qué quieren esos?», se preguntaba otro azteca. «Al que no quieren es a Joselito. Vienen predispuestos», aseguró un español. «Pues se ha jugado la vida», zanjó otro. Entre pitos y flautas, el valiente pasó a la enfermería desmadejado y con el rostro pálido en un espectáculo inacabable.