ABC (Andalucía)

Almudena de Arteaga, la duquesa que cambió la toga por la pluma

► La noble nos presenta su nueva novela y habla de su atípica vida

- AMPARO DE LA GAMA MARBELLA

Almudena de Arteaga, duquesa del Infantado y Grande de España, vuelve a colocarse en el mejor estante de las librerías, con su última novela, ‘La virreina criolla’, una obra, que ella misma define a ABC como «una historia para hacer justicia con alguien que la historia no lo ha sido. Una mujer fascinante que vivió mil vidas en una». Es la primera vez que la autora, que tiene en su haber veintidós libros, firma su obra con su título nobiliario. Tras fallecer su padre, Iñigo de Arteaga y Martín, en junio de 2018, se convirtió en XX duquesa del Infantado, uno de los títulos de mayor importanci­a de la historia de España, junto al de Alba, Medina Sidonia y Medinaceli.

La escritora y aristócrat­a rescata ahora del olvido a Felicitas, una dama «que vivió a caballo entre el antiguo y el nuevo régimen . Una mujer cultivada, capaz de vivir en un palacio y en una cabaña. Criolla de nacimiento y española de adopción, cuya vida engloba la de otras muchas de sus contemporá­neas». Con su segundo marido, Bernardo de Gálvez, «colaboró en la independen­cia de Estados Unidos, en la reconquist­a de la Florida y llevó la corona del virreinato de la Nueva España». ‘La princesa de Éboli’, marcó un antes y un después en la vida de Almudena: «Nadie sabía que era noble cuando escribí mi primera novela. Era la primera y pensé que iba a ser la última. Firmé con una editorial que les hice riquísimos, porque publicaron 27 ediciones. Así que me permití el lujo de abandonar la abogacía para dedicarme en exclusiva a la literatura. Pasé de redactar demandas a redactar novelas». Se convirtió en un ‘best seller’.

Sabe que no es la típica duquesa al uso. Además de 25 títulos nobiliario­s, el patrimonio de la Casa comprende importante­s propiedade­s como el palacio del Infantado (Guadalajar­a), una joya del renacimien­to, el palacio de Lazcano en Guipúzcoa, el castillo de Manzanares del Real en Madrid o el de Calahorra en Granada, entre otros. «En el saco de las duquesas hay muchas y diferentes. Mi primer trabajo fue a los 18 años, tuve a mis hijas muy jóvenes y les he inculcado una doctrina de esfuerzo y trabajo. Nunca me quedo quieta, he plantado 6.000 árboles. Soy leñadora, minera y escultora. A mí, los títulos que más me importan son los que uno se gana con el propio esfuerzo, aunque me enorgullec­e pertenecer a una familia que tiene un pasado glorioso».

Tragedia familiar

Vivió una tragedia tremenda, antes de asumir uno de los títulos nobiliario­s más importante­s de España: el fatídico accidente de su hermano Iñigo, fallecido en un brutal accidente, cuando conducía su propia avioneta, en 2012, donde viajaba junto a otras dos personas, que también perdieron la vida. Los tres volvían a Madrid después de haber asistido a una boda en Écija. Íñigo tenía 43 años y era un piloto muy experiment­ado. La Ley sobre Igualdad del Hombre y la Mujer en el Orden de Sucesión, de 2006, desplazó el título a favor de su hermana Almudena, la mayor de los cinco hermanos De Arteaga.

Se casó muy joven con su compañero de profesión, el abogado José Luis Anchústegu­i. Él es el padre de sus hijas: «Tuve a mis hijas muy joven. Almudena, de 36, años, marquesa de Santillana, y María Teresa, de 31 años, marquesa de Cea. Dos niñas a las que les he intentado inculcar todo tipo de valores y la austeridad. Son estupendas, ya tengo hasta un nieto». Sus segundas nupcias fueron con un marino, José Ramón Fernández de Mesa y Temboury, que fue director del Instituto Hidrográfi­co de la Marina y cuyo padre fue jefe de la Guardia Real. «Dios me puso en mi camino al hombre ideal. Tengo una suerte tremenda de tenerle a mi lado ya más de 21 años».

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// ABC Almudena de Arteaga, duquesa del Infantado
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